Llegó un día que decidí apoyarlos frente a la puerta. Para evitar los bofetones por la corriente. Para que el gato no se me colara siempre en la habitación. Él prefiere dormir recostado en el pecho o en la espalda, aunque se estén derritiendo las paredes por el calor. Fue una decisión práctica: encima de la mesilla, casi rozaban el techo. Además, se habían caído alguna vez. Da rabia, porque lo ves venir. Es como cuando algún listillo intenta sacar la pieza de madera que sostiene toda la estructura del Jenga: seré mal lector, pero a los libros no les quiero mal. Odio cuando se pican las tapas, cuando se deforman las hojas.
En la pila hay de todo. Clásicos y modernos. Narrativa y ensayo. Alguna novela gráfica. Muchas portadas apetecibles, la mayoría son –no se enfaden– regalos, y tienen fajas tentadoras, presumen de premios, recomendaciones de escritores e incluso exitosas reediciones. Vistos desde la cama, los colores del lomo son armoniosos. Pero cuando llevan muchos meses en la misma disposición, los cambio. Encima del montón hace días que reposa el mismo título: Para escribir hay que leer (Vanni Santoni, 2021). No pasé de la página 22. Era interesante. Me hizo sonrojar varias veces en pocas hojas: soy una mierda de lector.
Era época de exámenes en el instituto y lo tuve que dejar: pensé que ese sí acabaría con la maldición, que en verano lo retomaría con fuerza. Cada vez que paso por su lado, poco más le falta que agarrarme de la pata para que lo coja y lea unas líneas. El verano empezó unos días después del desplante a Santoni. Prácticamente con la última nota que puse. El pobre no se ha movido de sitio. Tampoco los otros. Sí le he robado algunas páginas a la biografía de André Agassi, Open, en casa de un colega. El otro día. No quería currar en un proyecto compartido. Open también podría –suerte que no acepté llevármelo– estar en la pila, mi torre de la culpabilidad intacta. Si hablamos de solsticios, estamos más cerca del otoño que de la primavera. Y pinta a otro verano que no me hará ponerme al día de la cultura acumulada durante el curso.
No, el verano no tiene más horas. De hecho tiene menos: playas, birras sin alcohol y escapadas, ni que sea a la biblioteca. Se hace cuesta arriba. Pero cada año caigo en mi propio engaño: en vacaciones tendré tiempo. No dejes para el verano lo que puedas hacer durante –debería decir el refrán– el año. No compres para el verano libros como bañadores, que sí son objetos de primera necesidad.
No dejes para el verano lo que puedas hacer durante –debería decir el refrán– el año. No compres para el verano libros como bañadores, que sí son objetos de primera necesidad
Después de muchos años conviviendo con una procrastinación gravísima y un remordimiento a la altura, pasando stories encontré el otro día algo de consuelo. Este vídeo del músico y creador de contenido, Ben Michels, me hizo perdonarme. Un poquito. No pasa nada si no has leído Planes para conquistar Berlín, aunque deberías. Cultivarse es un hábito, me dije fuerte, para dentro, hasta hablarme casi al colon. Esa pila de libros –proseguí– tiene que ir bajando a pocos. Sin dietas milagro. Un consejo, seguí el soliloquio: ayuda no comprar más, pagarlos no es leerlos.
Volví a ver el vídeo. Aproveché la fuerza para sublimar un poco más: tampoco pasa nada si no has escuchado el último disco de Beyoncé (Renaissance), si no has visto la última temporada de Stranger Things o si no has ido al Motomami World Tour. Bueno, a esto último, si has andado por Instagram estos días, ya será como si tal. Entérate otro día Yeray, sin miedo, de que Canto yo y la montaña baila (Irene Solà, 2019) te cambiará la vida. Estás de suerte: ¡Está en el teatro ahora! Me saltó en ads de Google. ¡Llegar tarde es bien! Más: entérate otro día de que Beyoncé todavía mola. Deja para el final del verano eso de saber que la canción de los TikTok, esa que has bailado ya diez mil veces, ¡era de Rosalía! Esta.
Entérate para cuando puedas de quién es Vecna. Porque la mitad de amigos que asentían con la cabeza en aquella cena en mayo, bua, flipa, la cuarta temporada de Stranger Things, tampoco la habían visto en ese momento. Somos unos fomo (miedo a perderse algo) lovers y unos putos adictos a la tendencia. Son esas reminiscencias adolescentes del estar puesto, hacer lo que toca cuando toca: mismo código de aceptación de cuando decías en septiembre, de vuelta al curso, que en el pueblo ya habías dado tu primer beso. Sí, claro.