Que Little fires everywhere tenga como protagonista a la ganadora del Oscar Reese Witherspoon es garantía de éxito. Que la primera imagen del primer episodio sea una casa ardiendo ante una extensa duda de culpabilidad manchada con lágrimas o que la duda del estigma racial y de clase sobrevuele constantemente en la trama, también. Pasó ya con Big Little Lies, su brutal elenco —Nicole Kidman, Shailene Woodley, la espectacular Meryl Streep— y un argumento que se movía constantemente entre la sospecha y el drama turbio.
Fue allí cuando Witherspoon mostró su capacidad de adaptación a cualquier escenario, a cualquier tipo de formato, a cualquier argumento, porque esta rubia muy legal no tiene un pelo de tonta. Hace unos días se convertía en la actriz más rica del mundo tras vender parte de su productora, Hello Sunshine, creada en 2016 tras darse cuenta de que Hollywood siempre le ofrecía los mismos papeles. Ella lo quiso revertir para dar a las mujeres artistas la posibilidad de posicionar su nombre en el mundo del cine.
Lucha de clases en un barrio pijo del Ohio de los 90
La obra audiovisual que la ha hecho brillar de nuevo es una miniserie de 8 capítulos estrenada en 2020 en la que la actriz comparte protagonismo con Kerry Washington y su mal humor desenfrenado, que no se aparta de sus pómulos o de sus labios apretados en casi toda la maratón. Aquí, Reese Witherspoon se pone en la piel de Elena Richardson, una periodista local (casi) perfecta que compagina su profesión con la certeza republicana de ser la mejor madre, la más bien vestida, la mejor cocinera y la más pulcra ama de casa. Cuando conoce a Mia Warren, una madre negra sin demasiados recursos que sobrevive como artista y con una hija adolescente, empezará una carrera competitiva entre ambas que no sabemos por donde va a salir. Literalmente. Y así, te pasas en vilo cada capítulo, 50 minutos con los ojos como platos, sin querer irte a la cama y con la certeza absoluta de no tener ni idea de qué pasará al final.
Es una serie-espejo, de esas piezas televisivas que te ponen entre la espada y la pared y te obligan a mirar para adentro. La discriminación y los prejuicios raciales hacia la comunidad afroamericana —o la comunidad china, también— son constantes de una forma más o menos subversiva. A veces la repulsión es directa y sin tapujos; otras se percibe en gestos, en miradas o en comentarios sutiles que lamentablemente podríamos hacer cualquiera de nosotros. Parte del atractivo de la serie reside en este punto; nos coloca frente a nuestro reflejo para constatar las irregularidades que tenemos como ser humano y sacarnos las vergüenzas. Para que veamos el intríngulis del privilegio blanco, que no es una tontería pasajera, que es una actitud que nos despoja de humanidad a los que lo tenemos.
También está la otra cara de la moneda, la naturalización de la diversidad representada en la amistad entre los hijos de las dos protagonistas. Las relaciones que se van forjando son otro indicativo, quizás uno más abierto, menos retorcido. Sin embargo, este punto tampoco está libre de estigmas: en algunos momentos la superioridad blanca hace mella y, por ejemplo, pisotea la buena fe de Pearl, la hija de Mia, hasta que esta abre los ojos para darse cuenta de que el mundo no es tan sencillo como parece. No para una chica como ella.
Una adaptación con varios cambios sustanciales
Aunque la serie de Amazon Prime está basada en el libro homónimo de Celeste Ng, existen varias diferencias sustanciales entre ambas opciones, cambios de guion que sin duda reportan grandes giros argumentales. Sin ánimo de hacer spoiler, una de las diferencias más evidentes es que no hay ninguna pista en el libro que indique que Mia y Pearl sean afrodescendientes. Sin embargo, en la miniserie de Liz Tigelaar, este dato es uno de los más relevantes a la hora de montar el relato y hacer un retrato sólido de la sociedad americana de los años 90.
Sexualidad, amistad, los descubrimientos del primer amor, la soledad de nuestras decisiones o la estepa fría del pasado son temas recurrentes en Little fires everywhere. La serie es una consulta imperativa con nuestra almohada para no desdeñar los prejuicios que alimentamos o los que dejamos pasar, a los que no les damos importancia por estar lejos de nuestro círculo. Elena, Mia y las situaciones que las ocupan podrían estar bajo nuestro yugo y no sería descabellado. ¿Cómo actuaríamos si tuviéramos que decidir por ellas? ¿Sería nuestra la casa que termina en llamas?