Se ha vuelto a estampar la motivada traducción que Joan Fontcuberta realizó en 1992 para las Millors obres de la literatura universal, la colección del siglo XX, de Edicions 62. Llevaba el número 63 y solo se podía encontrar ya en las librerías de lance, porque de ese año olímpico morimos, seguramente, más ricos que sabios. La traducción es limpia, inteligente, sin estorbos, como corresponde a un clásico de la cultura europea, para esta novela de Thomas Mann, considerada su mejor y más monumental testamento literario, su libro más difícil de comprender. Y, en palabras del propio autor, su novela preferida: “la que más valoro, simplemente porque es la que ha llegado a gustarme más, y la que me ha costado más horas de trabajo, porque le dediqué, a esta obra de mis setenta años, una parte considerable de mi vida y de mi ser más íntimo, con una especie de brutal carencia de consideración y una cierta inquietud que nunca podré olvidar...”.
Esta novela de Thomas Mann, considerada su mejor y más monumental testamento literario, su libro más difícil de comprender
A un lector tan exigente como Vladimir Nabókov, Thomas Mann le parecía de yeso, un yeso que, a veces, podía parecer mármol del mejor pero yeso en definitiva. Y sus dramas humanos, las bajas pasiones, el protagonismo del mal, educado como estaba en la frecuentación del Dostoyevsky más crudo y salvaje, directamente un ejercicio idiota. En contraposición a esto, el severo Eugenio Trías, no dejaba de ponderar la obra de Mann, considerándola de lo bueno lo mejor. Para el filósofo español el único problema que podía reprocharse al autor del Doctor Faustus era su extrema lucidez, que era excesivamente inteligente. Sin más explicación, "como si la inteligencia hubiera devorado, en un festín macabro, la poca vida que quedaba como apoyo de la inteligencia misma, el residuo corporal y anímico que la sostenía." Esta gran novela genera un debate que es, precisamente, lo que perseguía a Thomas Mann al dedicarse a un hombre, a un artista que se vende el alma al diablo, precisamente en la Alemania del auge y posterior catástrofe del régimen nazi.
Seguramente para entender qué significó el horror del nazismo con toda su complejidad vitalista, esta es una novela imprescindible
Acabada de escribir a principios de 1947, El doctor Faustus está estructurada como la vida de un compositor alemán inventado, Adrian Leverkühn, desde la perspectiva de uno de sus amigos. Por un lado, es la biografía de un músico genial, enfermo de sífilis y que es genial porque es sifilítico. También es una extraordinaria recreación de la vida exuberante del Munich anterior a la Segunda Guerra Mundial, el Munich cotidiano y vitalista donde nada irreparable parecía posible. Esta novela es a la vez, también, la encarnación de Alemania y del destino de Alemania, de una Alemania fáustica, wagneriana, arrastrada por la música entendida como trampa del demonio, como arte escasamente racional y desbordadamente emotivo. La música como arte nacional alemán por antonomasia por encima de la filosofía y la investigación científico-técnica. La música como narcisismo individual y terror colectivo, anticipándose a lo que después serían las formas musicales conservadoras, pequeño burguesas del pop, el rock y el punk. El orgullo del intelecto y la desesperación de la soledad humana. Seguramente para entender qué significó el horror del nazismo con toda su complejidad vitalista, esta es una novela imprescindible. Sobre todo porque Thomas Mann fue un prusiano conservador y disciplinado, torturado por sus contradicciones y prevenciones, pero también un estupendo enemigo del nazismo y de la colosal mentira que lo sustentaba.