El poeta, narrador, ensayista y crítico literario Lluís Calvo (Zaragoza, 1963) acaba de publicarEls llegats. Una lectura contemporània de la tradició (Arcàdia), en qué reflexiona sobre el pasado y la herencia de la tradición (o tradiciones) en un tiempo que parece no querer tener memoria. Calvo, que ganó el Premio Carles Riba con L'espai profund, el año 2019, ha combinado a lo largo de su obra el cultivo de la poesía con la reflexión, con obras como El meridià de París o L'infiltrat. Estratègies d'intrusió, anonimat i resistència convirtiéndose en un autor de referencia en el ensayo contemporáneo en lengua catalana. Nos encontramos en el jardín del Ateneu Barcelonès, entidad con más de 150 años de historia, para hablar de legados, tradición y cultura.
Empiezas preguntándote "¿Qué hemos hecho del pasado"?. ¿Así pues, qué hemos hecho?
El libro parte de la constatación de que los vínculos con el pasado se han roto. Este es un fenómeno que ya se observa a principios del siglo XX. Walter Benjamin es el primero que escribe sobre como los combatientes que vuelven de la Primera Guerra Mundial son incapaces de expresarse porque no encuentran las palabras ni la manera adecuada para hablar de aquella experiencia. Eso todavía se hace más evidente con los campos de exterminación. Hannah Arendt es quien lo teoriza, diciendo que hemos perdido el vínculo con la Tradición, la Religión y la Autoridad. Se produce una rotura del cordón umbilical –que yo en el libro denomino badiella–, que nos une con el pasado. Este vínculo con el pasado se ha roto y vivimos en un presentismo continuo.
¿Qué pasa cuando se rompe el vínculo con el pasado?
La ruptura tiene consecuencias muy directas. Hace que no sepamos de donde venimos y porque las cosas son cómo son al presente. El presente puro es una entelequia. Cualquier momento del presente, si no tiene una dimensión longitudinal, se vuelve pasado en el instante. Este no saber de dónde venimos, qué vínculos culturales conforman el presente, en el caso de Catalunya todavía es más grave. Porque aquí tenemos, por una parte, toda la influencia de los referentes mediáticos internacionales y, de la otra, la influencia española, además de la tradición propia. Si es que estos compartimentos estancos funcionan así, porque están continuamente interconectados.
Sobre la tradición propia, parece que a menudo no sabemos de dónde venimos, efectivamente.
Podríamos hacer el experimento de preguntar en la calle por Isidre Nonell, Joaquim Mir o Joan Teixidor y veríamos si la gente es capaz de identificarlos. Y no estamos hablando de nombres desconocidos. Incluso en el caso de Foix, Pla o Carner me parece que habría grandes dificultades y quizás a alguien le sonarían porque son nombres de calle. En determinados ámbitos hay una conciencia de unos nombres claves, pero en cuanto sales no sabes qué pasó. Tenemos centenares o miles de nombres olvidados porque no sabemos mantener los vínculos de continuidad. Eso es una pérdida muy grande que nos hace volverse regionales.
Tenemos centenares o miles de nombres olvidados porque no sabemos mantener los vínculos de continuidad
Hace poco te sorprendías en Facebook de la muerte de Estanislau Torres, un autor completamente olvidado. La tradición va construyéndose dejando mucha gente al margen.
Estanislau Torres era un autor bastante central durante unos cuantos años, pero resulta que se aparta del mundo literario, deja de publicar y todo el mundo se olvida. Como él, tantos de otros. Anton Sala-Cornadó, por ejemplo. O autores de la Catalunya del Norte, como Josep Bonafont, un nombre que ahora no nos parece decir nada, o Pere-Jordi Cerdà.
De alguna manera, hay tradiciones que han quedado sepultadas, hay redescubrimientos, hay redefiniciones de esta tradición.
Una idea clave de Los legados es que del que entendemos como a tradición tenemos que hacer una lectura crítica. Es decir, las tradiciones o los cánones no son porque sí. Hay todo un proceso de legitimación por parte de unas personas vinculadas a unos poderes que poco o mucho siguen meneando la cola que han hecho que eso sea así. Por lo tanto, mi lectura de la tradición será crítica y siempre implicará un cuestionamiento de por qué las cosas son así. Hay una doble vertiente: recuperar estas voces que han quedado silenciadas, que a menudo no son sólo voces, sino colectivos –como el caso de las mujeres, escandalosamente ocultadas–, pero con el propósito que la tarea de excavación o reconstrucción no sea para construir estatuas inamovibles o tótems para adorar, sino para ser conscientes de los legados plurales y, al mismo tiempo, para hacer una lectura crítica.
Mi lectura de la tradición será crítica y siempre implicará un cuestionamiento de por qué las cosas son así
Te alejas de la nostalgia elitista que algunos autores, también en nuestra casa, han cultivado.
Sobre todo en nuestra casa, diría, es un deporte entre unas determinadas élites intelectuales, si es que queda alguna y se puede hablar de este concepto. Viven en un mundo que consciente del vínculo de esta badiella, pero no han sabido salir de esta nostalgia. Hoy día se tiene que atender a muchos factores, destruyendo la dicotomía entre alta cultura y cultura popular, porque toda la vida uno se ha abrevado en la otra y hay una riqueza muy grande en este diálogo en el cual han sacado los grandes genios. No tiene sentido este estar anclados en una tradición naftalínica.
Una idea burguesa austro-húngara.
Realmente Austria-Hungría estuvo un gran momento en el ámbito cultural, con un cierto respeto por la pluralidad cultural, pero no nos tenemos que caer con esta nostalgia que existió durante muchos años entre los intelectuales austríacos.
Cuando hablabas de la distinción entre alta y baja cultura, también hay fenómenos de paso del uno en la otra. The Beatles, por ejemplo, parecían un producto de baja cultura y ahora en cambio nadie dudaría de que es algo de alta cultura e, incluso, tradición.
Eso reforma la idea de que lo que hoy podemos proponer como canónico puede no tener sentido al cabo de los años. Por eso yo hablo de tradiciones, de legados, en plural. Paul Ricoeur habla de la tradicionalidad, que es la continuidad de la recepción que es lo que se ha restañado, la tradición de la cual somos herederos y la tradición en sí que tiene una pretensión de validez. Esta validez va mutando. Pero, además, en la cultura popular hay una tradición que muchos, desde una visión elitista, no saben ver. Hay una tradición del Manga o del Metal Extremo.
De hecho, hay cosas que nos parecen tradiciones que, en realidad, tienen un recorrido muy corto.
Eso en el fondo es bueno, porque se crean tradiciones de manera continua. Siempre que no sean tradiciones patrocinadas exclusivamente por el capital. A veces pasa que se crean cosas sólo con intención pecuniaria y son muy artificiales, pero la tradición se reinventa continuamente. Lo estamos creando continuamente.
La tradición se reinventa continuamente. La estamos creando continuamente.
La nostalgia también es una industria. A menudo se usa la tradición para intentar vender un producto.
Pero como hay poca conciencia del pasado, a menudo nos pueden hacer un reciclaje de cosas que pasaron hace años. Es importante tener conciencia del pasado para que no nos vendan gato por liebre, que es lo que pasa con los populismos y fascismos actuales, que se basan en la inconsciencia del pasado de mucha gente. En la no identificación y relación de unos discursos con una serie de hechos con el pasado.
El fascismo, de hecho, quería romper con el pasado.
Pero era una ruptura más aparente que real, porque de hecho lo que pretendían era extremar de una manera todavía más radical el conservadurismo que ya se llevaba arrastrando a lo largo del siglo XIX, con un populismo y una comunicación de masas moderna. Ideas como la fortaleza militar, el patriotismo, etc., ya existían, pero reventaron en un momento de crisis, donde es difícil mantener la serenidad.
Sí que usaba, tanto en Italia como en Alemania, la exaltación de la juventud.
Era una juventud entendida a la manera de Heidegger, que no consiste en transformar el pasado, como pretendiera a Benjamin, sino a reiterarlo. Mi lectura no pretende reiterar el pasado, sino hacer una lectura crítica.
De hecho, el libro se llama Els llegats y está lleno de legados de escritores, pensadores y artistas... ¡El libro tiene 10 páginas de bibliografía!
Los referentes son muy importantes para mí. Son mi gasolina intelectual. Pero, además, hablando de estos temas eran imprescindibles. Estas lecturas confrontadas y diálogos de autores diferentes son constantes a mis ensayos y, al mismo tiempo, me ayudan a elaborar mi discurso. Cualquier discurso no sale de la nada, siempre nos estamos refiriendo en las mismas cosas. Por eso se trata de investigar qué han dicho los autores precedentes.
Los referentes son muy importantes para. Son mi gasolina intelectual
A los agradecimientos hay una referencia a un libro de poesía tuyo, Llegat rebel, de 2013, que ya habla de muchos de estos temas. Tú eres legado de ti mismo.
Hay muchas conexiones con mi obra y se podría decir que los diferentes libros son un todo, en el cual van estableciéndose nexos entre ellos diferentes entre ellos. Hay una serie de temas que pueden aparecer en verso y desarrollo en prosa después. O bien al revés. El título de Llegat rebel ya es muy explícito de qué lectura hago de los legados. No tiene que ser un fósil, una veneración, como el Walhalla.
De hecho, explicas muy bien qué fue este Walhalla de Ratisbona, un proyecto de Luis I de Baviera, con el fin de crear una tradición germánica.
El Walhalla es una copia bastante exacta del Partenón de Atenas y quería responder a la necesidad histórica de mostrar la tradición y la continuidad de los territorios de habla alemana. Se trataba de fijar el panteón de autores. Eso es lo que hacía la tradición, establecer un canon que reflejaba una cultura determinada, pero de manera muy gráfica en Baviera, donde hay desde las estatuas de Mozart i Beethoven hasta la de Heine, que fue colocado en el 2010, a pesar de sus críticas desmesuradas al proyecto...
Incluso el crítico queda integrado.
Así se revisa la historia. Por el Walhalla se pasea Hitler, que se detuvo delante del busto del compositor Anton Bruckner, pero al cabo de los años se permite que dos activistas antinazis acaben también en el mismo lugar, frente a frente con Wagner o Bruckner. Esta es la paradoja de la tradición y la confrontación de varios discursos.
El libro alerta del presentismo y la exaltación del presente, pero también del narcisismo, como dos realidades hermanas. Exaltando el momento presente, te acabas exaltando a ti mismo.
Es el apogeo del individualismo. Hay un momento, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, en la que no hay posibilidad de mantener la confianza en la idea de progreso, de un mundo mejor y hay un desencanto en la cultura europea. Todo el mundo común, la universalidad de Kant y Hegel, se va al garete y se exaltan los elementos más egocéntricos de la personalidad. El narcisismo, vaya. En el libro recupero el mito de Narcís, que se mira al espejo buscando cada día su presente. El primero que lo expresó fue Christofer Lasch, que ya el año 1979 hablaba de The Culture of Narcisism, y Jean M. Twenge y W. Keith Campbell hablan de la epidemia narcisista. El narcisista tiene mucha necesidad de mirarse en el ombligo y ser admirado y reconocido y hoy día a través de las redes sociales es el que vemos. Nos hemos devuelto unos narcisistas insoportables que queremos el reconociendo continúo. ¡Todo el mundo quiere ser periodista o escritor, cosa que me parece increíble! (río).
Nos hemos devuelto unos narcisistas insoportables que queremos el reconociendo continúo
Eso también supone el triunfo del mainstream.
La idea del mainstream cambia cada día, como una especie de cotización bursátil. Si sigues lo que se lleva hoy, sabes que lo que haces difícilmente tendrá continuidad. ¿Hay un fenómeno muy curioso, en géneros muy en boga como el rape o el trap, en el que a los comentarios de canciones de hace un año o dos hay gente que pone "a alguien por aquí el año 2021"? y hacen like los que pasan por allí. Es una muestra de cómo es de extraño que una canción del 2018 o 2019 tenga visualizaciones hoy en día.
Hay una necesidad de generar continuamente nuevos contenidos.
Eso responde a la lógica del capital, que es la novedad continúa y la destrucción absoluta de todo lo que se haya producido, no hace una década, sino el año pasado. Lo vemos en la continua deglución de novedades literarias, musicales, teatrales, series....
Y un consumo bulímico de estos productos.
Lo siguiente será pasar del narcisismo a la angustia cultural, para estar al día continuamente. Aquí tiene que haber una revuelta individual que diga: esta actualidad no me interesa y me creo la mía.
Lo siguiente será pasar del narcisismo a la angustia cultural, para estar al día continuamente
También hay esta confusión entre cultura y entretenimiento.
Cultura significa sedimentación, que es lo que hemos perdido, y el entretenimiento puede pasar a la cultura si tiene calidad, pero también puede ser absolutamente efímero.
Perdiendo el contacto con el pasado también hemos roto el diálogo entre generaciones.
Hemos perdido la idea de escuchar a las personas mayores, especialmente en una cultura como la nuestra. A las personas mayores las encerramos en centros especializados que denominamos residencias, pero a las culturas la voz de la gente experimentada y sabia tenía mucho valor. Era a quien recurrías cuando había un conflicto. Hay una cosa muy bonita que leí el otro día: Un pájaro australiano está en peligro de extinción porque los ejemplares más jóvenes no saben cantar bien porque no es suficiente de viejos que los enseñen como hacerlo. Como no hay transmisión, los ejemplares macho no se pueden aparejar porque las hembras no aceptan aquel canto que no es lo bastante bueno.
Puede ser una metáfora de las lenguas...
Quizás nadie será capaz de cantar amorosamente y llegaremos el colapso.
Aplicada a nuestra cultura, es mucho inquietante.
Nos tenemos que poner las pilas. Para mí, la independencia y la autodeterminación son irrenunciables, pero hay otra urgencia a la cual nadie parece atender que es la necesidad de un impulso cultural urgente. Realmente lo que ha dado independencia a Catalunya es la cultura. Cuando hemos tenido un Modernismo o un Novecentismo, que salían también de vínculos internacionales, nos hemos singularizado. ¡Lo hacíamos en catalán todo eso! Eso y la tozudez de transmitir la lengua de una generación a la otra nos ha permitido llegar donde estamos ahora. Si no hacemos eso, y en vez de hablar de cultura hablamos sólo de transportes o de economía, acabaremos como Irlanda con el gaélico en veinte o treinta años. Hay que ponerse las pilas.
Si en vez de hablar de cultura hablamos sólo de transportes o de economía, acabaremos como Irlanda con el gaélico en veinte o treinta años
El riesgo, incluso, de ser independientes perdiendo la cultura, está.
Hay una cosa peor: no ser independientes y haber perdido la cultura. Un pueblo que tiene su lengua y su tradición, pero que es como Occitania se vuelve irrelevante y provincial.
¿Qué le hace falta a la cultura catalana?
No tenemos que confundir la mera actualidad con la tradición. No podemos pensar que una persona con uno o dos libros ya tiene una trayectoria consolidada. La tradición y el legado son cosas mucho más serias. ¡No las confundamos, por dignidad!
En Catalunya no tenemos que confundir la mera actualidad con la tradición. Continuamente se están generando genios efímeros y somos una máquina de destruir trayectorias
Últimamente está pasando...
Hace falta sedimentación y en Catalunya podemos hablar de la Generación de los 70: Jaume Pont, Miquel de Palol, Pere Gimferrer, Narcís Comadira, Francesc Parcerisas o, incluso, Enric Casasses. Los que venimos detrás no tenemos que aparecer en esta foto.
¿Catalunya está demasiado pendiente de la última novedad?
No es cosa sólo de Catalunya, es la dictadura del presentismo que lo invade todo. Continuamente se están generando genios efímeros y somos una máquina de destruir trayectorias. Miramos en los años ochenta y miramos cuántos quedamos de entonces. La tradición es un maratón y aquí estamos corriendo demasiadas carreras de 100 metros.