Lluís Llach dice que fue el año 1972. Todas las hemerotecas, incluso su página web, afirman que fue el 21 de enero de 1973. Da lo mismo. Las confusiones siempre ayudan a construir la leyenda. Sea como sea, lo que es incuestionable es que el disco de aquella noche en el Teatro Olympia de París, ciudad a la que se había tenido que exiliar huyendo de la censura franquista, se publicó ahora hace 50 años. Una velada memorable que significó un punto de inflexión en la dimensión internacional del cantante de Verges y que en este lado de los Pirineos resonó como un soplo de aire de libertad. Nos encontramos con el autor de L'estaca para rememorar el medio siglo de aquel concierto, fuera cuando fuera, en una de las salas más emblemáticas de la capital francesa, a pesar de su aversión a la nostalgia. "A mí el pasado me importa un pito", suelta como un resorte. "Mis amigos están cabreados conmigo porque no guardo nada. Todas las glorias se las tendrán que inventar".
¿En tu casa no hay ni un disco tuyo?
Tengo una edición que salió con toda mi discografía. Una caja con un diseño muy bonito. Excepto eso, no guardo nada. Y las cosas que tengo de los sesenta y setenta, es porque mis mánagers, Núria Batalla y Joan Moles, las guardaron. Eso y los recortes de prensa que tenía mi madre.
¿El tiempo ha pasado rápido?
Rápido porque he vivido el pasado y el presente. Vivo el día. Aunque, a veces, hago repaso de momentos. Por ejemplo, si pienso en los teatros de París en los que he actuado, más allá del Olympia, que era el más mítico, los he hecho todos. El Bobino, donde ofreció algunos de sus mejores conciertos Georges Brassens; el Rond-Point, propiedad de dos actores muy conocidos en Francia; el Palace... Menos el Teatro de la Ópera, los he hecho todos, todos.
Estamos recordando el 50 aniversario de tu icónico concierto en el Olympia de París y la posterior publicación en elepé. Pero esta historia empieza en 1970 en Cuba.
Fui a la isla a participar en una especie de festival en que actuaban otros cantautores, entre ellos, algunos muy amigos míos como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola. Antes de mí, sin embargo, actuó uno muy españolista que se hacía llamar De Raymond. Durante su actuación, no dejó de lanzar alabanzas a "la madre patria" y al "Generalísimo Franco". No podía quedarme de brazos cruzados. Pronuncié un discurso diciendo que venía de la última dictadura poshitleriana y posmussoliniana. Acto seguido, toda la delegación española, con el embajador al frente, se levantó y se marchó. Cuando volví, las autoridades franquistas todavía no se habían enterado de qué había pasado, y tuve tiempo de dar un concierto en el teatro María Guerrero.
Aquel fue tu primer concierto en Madrid.
Se les escapó. Aquel mismo día, sin embargo, ya vino un señor que se llamaba Yagüe, que era el director general de la seguridad franquista, y la policía acabó rodeando el escenario. En aquel concierto había gente muy especial entre el público: futuros ministros del PSOE, gente del Partido Comunista Español... Gritaban: "ETA sí, yankis no".
En aquel concierto había gente muy especial entre el público: futuros ministros del PSOE, gente del Partido Comunista Español... Gritaban: "ETA sí, yankis no"
¿Los futuros ministros también?
Los futuros ministros, también.
¿Dónde ha ido a parar toda aquella supuesta sensibilidad de la izquierda española de aquellos años hacia la cultura del resto de los pueblos de la Península?
Buena parte de ellos están en el poder. Los mismos que gritaban "ETA sí, yankis no" acabaron formando parte de los gobiernos que montaron los GAL. También había buena gente, como Julio Anguita. O Gerardo Iglesias, que dimitió como secretario general del PCE y volvió a trabajar en la mina. Pero el PSOE, con el señor Felipe González al frente, que para mí es un criminal político, se cargó la izquierdización y confederación de la política española.
El PSOE, con el señor Felipe González al frente, que para mí es un criminal político, se cargó la izquierdización y confederación de la política española
El informe policial de aquel concierto en Madrid te acusaba de exaltar a las masas... ¡con la mirada!
No, eso fue en los conciertos del Palau de la Música de Barcelona, a mi retorno del exilio el año 1974. Tenía que dar siete conciertos y prohibieron cinco. Estaba en el Hotel Colón y me vino a buscar la policía el tercer día por la mañana. Tuve tiempo de avisar a mi mánager, Joan Moles. Me llevaron hacia comisaría y me encerraron en los sótanos. Había el poli bueno y el malo.
Como en las películas.
Exacto. El malo no dejaba de hacer gestos con la mano, como si me fuera a pegar dos hostias. Yo estaba cagado de miedo. Pero tenía bastante fortaleza como para aguantar la bofetada, si me la daban, con dignidad. Además, tengo otro problema, y es que pasada cierta línea roja, en lugar de mostrar miedo, me echo a reír. Pero es una risa de histeria. Llegó un momento que me dejaron solo, que se ve que es una táctica policial en los interrogatorios. Pero tuve la suerte de escuchar como hablaban entre ellos y decían: "Este hijo de puta sabe que no lo podemos tocar, porque si le hacemos algo, saldrá en la prensa estranjera". Eso me animó y me dio una vitalidad renovada.
¿Cómo acabó todo?
El policía bueno volvió a entrar. Dijo que si ellos solo hacían su trabajo, que si cuando cayera la dictadura se pondrían al servicio de la democracia... y blablabla. Le dije que había dado órdenes a mi mánager que si a las tres de la tarde no me dejaban libre, diera la noticia de que me habían detenido. Me dejaron ir.
No me sentía, y me parece que tampoco me siento ahora, preparado para representar el papel que la gente me quería dar
¿Hasta qué punto eras consciente de tu relevancia social y de lo que podía generar tu figura?
Lo era, y muy acomplejado, porque yo no me sentía, y me parece que tampoco me siento ahora, preparado para representar el papel que la gente me quería dar. Se nos pedía que fuéramos los puntos de referencia, pero yo no me sentía preparado para sustituir a la clase política. Por eso, en nuestros conciertos colocábamos en primera línea desde Pujol hasta Joan Reventós, gente del PSUC, intelectuales, escritores... No lo hacíamos por educación, sino para que la gente los conociera.
En otro contexto, pero de tu misma generación, hubo un momento en que Bob Dylan renunció a convertirse en la voz del cambio político y social.
Bob Dylan era muy bueno musicalmente, pero tengo una edad en que puedo decir disparates. Me parece que no he criticado nunca a Dylan, pero su evolución es muy dudosa. Intelectualmente no me representa, pero musicalmente es buenísimo.
Cuando uno conoce el exilio de verdad, cuando la mayoría de tus compañeros de la universidad están perseguidos, y a ti lo que te pasa es que no te dejan cantar, es un exilio, digamos, de turista privilegiado
¿Cuando llega el momento de exiliarte, por qué eliges París?
Primero quiero matizar: cuando uno conoce el exilio de verdad, cuando la mayoría de tus compañeros de la universidad están perseguidos, y a ti lo que te pasa es que no te dejan cantar, es un exilio, digamos, de turista privilegiado. Yo me voy, por eso, porque si me quedo ya no puedo cantar y me tengo que dedicar a estudiar. El exilio, pues, es cuando realmente decido hacer de la música mi vida. No sé por qué escogí esta opción, supongo que por ganas de llevar la contraria. Por cuestiones ideológicas, porque yo venía de una educación muy escolástica y bastante derechista. Fue a partir de los 16 años que empiezo a descubrir el problema catalán, que en el Empordà no existía.
Cuando me prohibieron cantar es cuando realmente me entraron ganas de denunciar
Allí, de alguna manera, siempre habéis sido independientes.
En mi casa no existía el problema catalán. Eso lo descubro a partir de lo que vivo en la universidad y me explican los Setze Jutges. Hasta entonces mi realidad era otra. No querría obviar las cuestiones duras de la ruralidad, porque nosotros, para movernos, necesitábamos el permiso de la Guardia Civil y del cura. Pero el cura hablaba catalán y la mayoría de los hijos de la Guardia Civil que hacía años que vivían allí también hablaban catalán. Yo me entero del problema catalanista cuando vengo a Barcelona con 16 años. Y de la cuestión obrera, ya no hablemos. Con 17 años entro en una facultad, la de Económicas, muy concienciada, aunque, o quizás por eso era tan concienciada, lo primero que nos enseñaban era que se tenía que explotar a la gente. Por eso, cuando me prohibieron cantar, es cuando realmente me entraron ganas de denunciar. Y quizás también me marché por cobardía, porque no me atrevía a enfrentarme a los estamentos del momento. Aunque es una hipótesis que planteo ahora. Sin cantar, si me quedaba, solo tenía la opción de militar.
Te marchaste.
En París me acogió gente del POUM, del PCE, anarquistas... Conozco a Teresa Rebull, que me acoge como una madre-amante. Me acoge Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la duquesa roja de Medina Sidonia. Una feminista exiliada rebotada de la grandeza de España con muchas ganas de libertad. Conocí a Josep Maria Flotats, un personaje importantísimo para mí, porque me permitió conocer a gente de la cultura que no hubiera conocido nunca. Conocí a Paco Rabanne, un furibundo antifranquista. Pero sobre todo me permitió conocer a la gente del exilio. Pude conocer a figuras como Marlene Dietrich o Jean-Paul Sartre, pero no lo hice.
Jean-Paul Sartre dijo que me quería conocer para agradecerme que hubiera cantado en un festival de canciones de las naciones oprimidas que él patrocinaba. No lo hice. Por timidez
¿¡Por qué!?
Porque no tenía ganas o, muy especialmente, por timidez. Jean-Paul Sartre dijo que me quería conocer para agradecerme que hubiera cantado en un festival de canciones de las naciones oprimidas que él patrocinaba. No lo hice. Por timidez. La gente no se lo cree, pero yo tenía una timidez enfermiza. Cuando di mi primer concierto, en Terrassa, fue Martí Llauradó quien me tuvo que empujar para que saliera al escenario. Canté todo el concierto con los ojos cerrados y la pierna temblando. Era muy, muy, muy tímido.
Los de París debieron ser unos años vitales, para ti.
Pero no vitales de energía, sino de aprendizaje. No fui feliz.
Yo soy más feliz ahora que cuando tenía 20 años. Entonces solo disfrutaba del privilegio
¿No fuiste feliz?
No. Y no me preguntes el porqué. Yo soy más feliz ahora que cuando tenía 20 años. Entonces solo disfrutaba del privilegio. Pude, eso sí, racionalizar lo que para mí era un espacio de libertad instintivo. Yo, por ejemplo, no había tenido nunca ningún problema con mi homosexualidad, pero allí tuve tiempo de racionalizar qué me estaba pasando y qué representaba eso en el mundo en el que vivía, en el contexto cultural y social del momento. Y me fue genial. Pero no era feliz. De la misma manera que conocí el mundo del exilio y eso fue una lección que no olvidaré nunca. Fue entonces que una voz interior me dijo: "Tú, a partir de ahora, como puedas, serás la voz de esta gente y de las ideas que representa esta gente".
¿Compusiste mucho, en París?
¡Una canción!
¿Solo una?
No, más, pero hay una que para mí es más importante que el resto: L'arbre nu. Fuimos a visitar a unos familiares de Teresa Rebull que vivían en un barrio obrero de las afueras de París. Hacía un frío que helaba. Y allí donde fuimos había un árbol, un árbol helado. Una imagen que para mí era muy nueva: un árbol sin hojas pero precioso. A partir de esta visión hice L'arbre nu. Esta es la canción que recuerdo que escribí en París. Del resto no recuerdo ninguna.
Que tinguem sort? Es una de tus canciones más populares, incluida en el disco I si canto trist, que publicaste el año 1974 y que, por lo tanto, muy probablemente, la debiste escribir en el exilio.
Supongo que sí, por aquello del adiós. A través de las canciones de amor, intentaba hacer canción protesta. Sí, es posible que la escribiera en París.
¿Viatge a Ítaca, que es de 1975, también nace en París?
Leí Kavafis por recomendación de Biel Mesquida, un gran escritor muy poco valorado. Un día coincidimos en Barcelona. Él leía un libro. Se levantó y me lo lanzó: "A ver si aprendes". Era el Viaje a Ítaca. Quedé enamorado de Kavafis al momento, no solo por el Viaje a Ítaca. Pero cuando leí el poema, su mensaje de filosofía de vida individual me resonó a nuestro viaje colectivo como catalanes.
París creo que también significa el final de una etapa en tu carrera musical, para iniciar una nueva con Viatge a Ítaca, un disco que tendríamos que situar sin complejos entre las grandes obras del siglo XX. Un álbum en que te alejas de la propuesta del cantautor canónico para aproximarte a lo que hacían bandas fundamentales del rock experimental como King Crimson o Pink Floyd.
Llegué a cantante por ser músico. Desde siempre, lo que a mí más me ha gustado es la música. Cuando en el colegio, en La Salle, nos obligaban a jugar a fútbol, yo me escaqueaba como podía para tocar la guitarra de mi madre. Fue así cómo llegué a la funcionalidad del cantautor. Con el paso de los años, aunque la guitarra es un instrumento maravilloso, recuperé el piano. Un proceso de volver al piano que, justamente, inicié con Viatge a Ítaca. Y a partir de aquí ya no lo dejo.
Por cierto, la tía del president Carles Puigdemont, Montserrat Puigdemont, fue tu profesora de piano de infancia.
Y yo no lo supe hasta hace unos años. Catalunya Ràdio me hizo un homenaje y en una de estas me dicen: "Ha venido la tía de Carles Puigdemont". Pedí que me dijeran quién era, y resulta que era Montserrat, sí, mi profesora de piano de la infancia. Fue ella quien me enseñó a amar la música. Antes había tenido otro profesor, Quim Gil, que me enseñó la técnica de piano, la poca que sabía con 4 años y hasta los 7 u 8. Con 8 fue Montserrat quien me siguió enseñado, y con ella hubo un cambio de paradigma. Quizás ella no era tan buena pianista como Quim, que fue director de la Orquesta de Girona. Pero me explicaba unas historias maravillosas. Y yo salía de aquellas clases tan entusiasmado que con 7 o 8 años, llegaba al cuarto donde en casa había el piano, cerraba los postigos y tocaba. Tocaba sin tocar nada, o sea, improvisaba.
Dices que fue el 1972, pero todas las hemerotecas recuerdan que el 21 de enero de 1973, ahora hace 50 años, actuaste en el legendario teatro Olympia de París.
Primero déjame decir una cosa: en el contexto actual no se entiende qué quiere decir el Olympia. El Olympia era un teatro mítico. Pero la palabra mítico, en su máxima expresión. Si Frank Sinatra quería girar por Europa y pasar por París, no podía ir a otra sala que no fuera el Olympia. Y si no podía ser allí, no actuaba en París.
En el contexto actual no se entiende qué quiere decir el Olympia. El Olympia era un teatro mítico. Pero la palabra 'mítico', en su máxima expresión
Era el... TEATRO, así, en mayúsculas.
El teatro de varietés por excelencia, con 2.000 plazas, grandioso, con un sistema de sonido excepcional, pero, eso sí, muy feo. Muy funcional. Funcional y feo. Recuerdo, y eso me impresionó mucho, que las maderas del suelo temblaban.
¿Cómo surgió la posibilidad de actuar?
Mi mánager, Joan Moles, fue a ver a Bruno Coquatrix, el propietario del Olympia. Toda una personalidad. Un dios. En aquella época, había un sector de la cultura francesa muy solidario con el antifranquismo, incluso con Catalunya, siempre que no se hablara del Rosselló. Moles le explicó que yo estaba en París, un poco muerto de hambre, y le dejó mis discos. Días después, nos llamaron para decirnos que no podían programarme en un día bueno, porque ya estaban todas las fechas asignadas durante muchos meses, pero que les habían gustado mis discos, y que, si queríamos, podíamos actuar un lunes. ¡Lo que fuera! Si hacía falta actuaba a las tres de la tarde. Gracias a esta generosidad de sus encargados, pude actuar en el Olympia. No solo eso, sino que el concierto les gustó tanto que meses más tarde me volvieron a llamar para ofrecerme volver a actuar.
¿Cuántas veces has actuado?
Seis o siete veces allí. Pasa que después del Olympia se me abrió el circuito francés. Ya no necesitaba actuar allí, entre otros motivos, porque en Francia no soy un cantante de 2.000 personas, sino de locales de 500 o 600 plazas, como el Théâtre de la Ville. Este es un caso curioso, porque la política del Théâtre de la Ville es que si actúas una vez, ya no lo puedes volver a hacer. Yo tengo el privilegio de haber actuado cinco veces. Y no hacía un día, sino temporadas de una semana o quince días. Pero todo eso fue gracias al Olympia, que me abrió las puertas de la francofonía, y eso quería decir actuar en Suiza, Bélgica e incluso Alemania.
Se escribieron muchos artículos, entre otros, alguno firmado por Terenci Moix, que cuestionaban cómo era posible que yo pudiera actuar en París pero no en Catalunya
El concierto en el Olympia también hizo poner en cuestión la censura contra tu figura.
Se escribieron muchos artículos, entre otros, alguno firmado por Terenci Moix, que cuestionaban cómo era posible que yo pudiera actuar en París pero no en Catalunya. Estos artículos hacían mucho agujero, porque en aquel momento el régimen franquista estaba practicando aquello que denominaron "política de apertura". Una apertura que hacía un hijo de puta que se llamaba Carlos Arias Navarro, un criminal sanguinario.
"Españoles, Franco ha muerto".
Este mismo. Pues a esta apertura le hacía mucho daño que los diarios hablaran de mis conciertos en París denunciando que estuviera prohibido en casa.
¿Recuerdas qué sentiste cuando saliste al escenario?
No. Hay muchos momentos de los que no te das cuenta de la relevancia que han tenido hasta mucho tiempo después. Fui con un cuarteto que conformamos con Laura Almerich, que tocaba la guitarra y todo lo que le pidieras, Rafael Ortiz en el contrabajo y Jordi Jené, que tocaba la viola, que a mí me gustaba mucho como sonaba, pero también el trombón. Con eso sedujimos al público. Aquel fue el día que realmente conocí a la gente del exilio.
¿Cómo decidiste el repertorio de aquel concierto?
Siempre he dado mucha importancia al dinamismo de la densidad. Aunque no sé qué quiere decir eso (risas). Imagino que son las cuestiones rítmicas, la fuerza de una melodía. Coger una canción con una melodía emotiva después de tocar una con un ritmo muy intenso. Hacer el orden del repertorio de un concierto es una cosa muy rara y supongo que cada cantante lo debe hacer a su manera.
Aquella noche tocaste casi una veintena de canciones, pero en el disco solo incluyeron 10, destacando como momento culminante de la velada L'estaca. Una canción que entonces ya era un símbolo.
La estaca, como mensaje... Es un mensaje que yo no aprecio demasiado. No sé cómo decirlo para no despreciar el gusto de la gente. Pero yo no aprecio demasiado el mensaje de L'estaca.
Yo no hice L'estaca contra Franco, sino que hice L'estaca contra los sistemas que permitían la existencia de los Francos
¿¡Por qué!?
Porque L'estaca se ha interpretado como una lucha antifranquista. O quizás no, quizás se me ha interpretado bien. Pero para mí era una lucha antisistema. Yo, con perdón, porque soy una persona con todos los privilegios del mundo, soy un recalcitrante anticapitalista. Y yo no hice L'estaca contra Franco, sino que hice L'estaca contra los sistemas que permitían la existencia de los Francos. Eso a mí me iba muy bien, porque eso correspondía a los de los neoliberalismos fascistoides y a las izquierdas fascistoides. Todo eso seguramente me viene de cuando entré en la Universidad.
¿Por qué?
A mí me dio por estudiar los movimientos anarquistas de los años veinte y treinta, y eso me dejó descolocado dentro de lo que eran los oficializados. Por ejemplo, parecía evidente que tenía que ser un cantante simpatizante del PSUC. Y me solidarizaba con ellos siempre que podía y cantaba para ellos siempre que podía. Pero yo no me sentía del PSUC. Me sentía mucho más afín de la corriente que se inventó en Catalunya del anarcomarxismo. Yo venía de esta procedencia y eso me costó muchas críticas. No formaba parte del grupo, ni incluso en los Setze Jutges. Era un antisistema, de un lado y del otro. Y L'estaca se entendió como una canción antifranquista. Y también por el lado nacional, que también lo es. Pero mi lado nacionalista, que, por decirlo de alguna manera, es muy radical, porque soy independentista, separatista y todo lo que le quieras meter, se expresa mejor con Venim del nord, venim del sud. El independentismo lo entiendo como un primer paso de reafirmación de nuestras identidades colectivas, porque una vez libres y realizadas, que no sé cuándo será, porque es evidente que no es ahora, podamos estar a favor del internacionalismo solidario.
Mi lado nacionalista, que, para decirlo de alguna manera, es muy radical, porque soy independentista, separatista y todo lo que le quieras meter, se expresa mejor con 'Venim del nord, venim del sud'
Siempre has dicho que quieres ser ciudadano del mundo.
Pero como no me dejan, no soy más que alguien que está luchando por las libertades de su país. Y también tengo que decir que no me creo nada de toda la gente que desde el marxismo o desde el pseudomarxismo dicen que hay posibilidades de realización y de liberación social, política o económica sin la liberación colectiva. Eso es mentira. Por eso lucho contra los podemitas. Contra los socialitas ya no hay que decirlo, porque en su actual..., iba a decir evolución pero más que evolución es una perversión, no se les puede denominar de izquierdas. E incluso algunos sectores de la CUP. No, no es posible. Es una mentira. Ahora, si a ellos les va bien para sus realizaciones personales, para poder mantener, ideológicamente, una coherencia con lo que aprendieron de jóvenes, de acuerdo. Pero es mentira. Por lo tanto, L'estaca y todas las canciones que he hecho, por muy nacionalistas que sean, siempre hablan de eso. Y no hablan de ninguna bandera que no sea la libertad y no creen en las fronteras... Eso que dije hace muchos años, cuando tenía 30, ahora que tengo 76, mi problema es que me he radicalizado.
¿La música puede cambiar el mundo?
La música acompaña los cambios del mundo y puede acompañar mucho y mucho a la gente que lo quiere cambiar. No es la música la que cambiará el mundo, pero puede acompañar mucho a la gente y decirles que no están solos. Decirles que hay gente que viene del mundo artístico, intelectual o cultural que piensan eso mismo que tú, que eres trabajador y crees que el mundo no es posible que sea así.
¿Has llegado a Ítaca?
A Ítaca no se llega nunca. Pasa que cuando empiezas a levantar la pata para estirarla bien, que es la situación en la que yo estoy, eres mucho más libre. Y eso, a los que hemos luchado siempre por intentar ser coherentes, te da un sentido y todo te importa tres pitos. Estoy en una de las épocas más felices de mi vida, porque hago lo que quiero sin condicionantes y lucho por lo que quiero sin condicionantes. Tengo bastante salud para vivir sin dolores. Vivo mi decadencia absoluta. La gente me ve muy bien porque estoy de buen humor. Me retiré para vivir eso desde el anonimato. Fue un fracaso, porque el anonimato se acabó el día que decidí presentar por Junts pel Sí. Pero hasta aquel momento lo había conseguido, porque la gente me recordaba, pero yo estaba en Senegal. Pero Junts pel Sí me desbarató toda la planificación.