No hay entrevista en la que no le pregunten por esta voz imponente, instalada en la memoria colectiva de los catalanes desde aquellas inolvidables apariciones en las series Poble Nou o El cor de la ciutat Y Lluís Soler (Manlleu, 1954) siempre contesta con la paciencia y el agradecimiento hacia este don divino que ha hecho todavía más singular un talento que lleva cuatro décadas mostrándose en los teatros, los platós televisivos y, en menor medida, en el cine."Siempre me lo preguntáis, siempre. Si no me han engañado me viene del abuelo paterno, hay un componente genético importante. Y evidentemente, sin hacer aspavientos, sé que tener esta voz me ha ayudado mucho a estar donde estoy, seguro," explica el intérprete de Osona, presencia siempre estimulante en los escenarios; incluso los menos teatreros lo habrán visto representando aquel fenómeno que fue El método Grönholm, de Jordi Galceran. Pronto, en el mes de abril, estrenará Els criminals en la Sala Grande del Teatro Nacional de Catalunya, a las órdenes de Jordi Prat i Coll y acompañado de Maria Rodríguez y Joan Carreras.

Pero ahora, Lluís Soler saca la cabeza a los cines con Canigó 1883, el filme de Albert Naudín que completa el díptico con la anterior Maleïda 1882 (2019), en la cual también daba vida a mosén Cinto Verdaguer: las dos recorren los pasos del poeta en sus excursiones por el Pirineo, que son el origen y la inspiración de su poema épico Canigó. La película muestra un Verdaguer aventurero, obsesivo con los hitos montañeses que quiere alcanzar, y, también, enfrentado a la Iglesia, una institución que a menudo se olvida de la ayuda a los necesitados, verdadero sentido de su existencia. El vínculo de Soler con el personaje es sólido, y va más allá de las dos películas: a menudo, en colaboración con la Fundación Verdaguer, ha recitado el Canigó entre las paredes de la casa del clérigo y escritor, con un montón de afortunados como público. "Venimos de la misma Plana de Vic, él era de Folgueroles y yo soy de Manlleu, y ahora estoy viviendo en Tavèrnoles. Y Verdaguer, para la gente de la zona, y gracias a nuestras madres y nuestras abuelas, es un personaje con una popularidad que lo ha introducido dentro de cada casa. De una manera o de otra, todos tenemos algún vínculo. Y yo, más adelante y profesionalmente, supongo que por mi tendencia a querer el verso, me acerqué de una manera más personal", nos explica.

Este amor tuyo por el verso lo has llevado muchísimas veces al escenario. Supongo que Verdaguer, y me permitirás el paralelismo futbolero, vendría a ser como Messi al escribirlos. Y un gusto para ti a la hora de decirlos.
[ríe] El verso tiene una cosa que la gente no sé si sabe. El verso es una partitura musical. El poeta tiene que ser lo bastante bueno como para saberlo escribir como es debido. Y Verdaguer era un gran poeta, y un obseso del verso. Por lo tanto, y en este sentido, con mis miedos e inseguridades, con el verso me siento mucho mejor, más cómodo, porque es el poeta quien te marca como lo tienes que decir. Ya hay alguien que domina el oficio de poeta, que te acentúa el texto, que te dice cómo lo tienes que hacer, y a mí, como actor, me lo pone más fácil, porque solo le tengo que hacer caso.

Pero tienes que añadir el gesto, la interpretación tiene que ir más allá. ¿Algún truco?
Es importantísimo que te salga sin pensar. Que lo tengas bien asimilado. Si piensas, estás perdido. Normalmente, las cosas que hacemos mejor son aquellas que, de tanto repetirlas, salen solas. Así que lo que hace falta es hacer una cantidad de trabajo de titanes, de memorizar y memorizar y memorizar, hasta que te sale de manera natural. Y a partir de aquí, te tienes que soltar. Y hay genios, como en todo, y hay otros que vamos haciendo...

¿No te parece complicado conseguir que el público de hoy se atreva a ir a ver una película como Canigó 1883?
Sí, estaríamos de acuerdo en eso. Igual que digo versos también me siento un poco dinosaurio, como de otra época. Somos hijos de un tiempo, y tenemos que hacer lo que sabemos y hemos aprendido a hacer. Y después ya todo depende del espectador, de que se sienta comunicado. Evidentemente que a mí me gustaría mucho que las nuevas generaciones se sintieran identificadas con el verso... bueno, no sé si me gustaría mucho. El mundo tiene que evolucionar y no podemos negar que las cosas cambian, y ahora lo hacen de una manera muy fuerte. Pero también te digo que hay versos de Verdaguer de según qué cantos de Canigó que son como un rap, y que seguramente si los cogiera un rapero nos daríamos cuenta de que son versos que todavía pueden ser dichos. Pero es evidente que el tiempo corre y ya estamos en 2024, y hemos hecho un producto, lo hemos servido y ahora veremos si hay espectadores potenciales a los cuales este producto les dice alguna cosa.

Si un rapero cogiera Canigó, veríamos que son versos que todavía pueden ser dichos

Ahora que dices esto de que eres un dinosaurio, creo que no tienes ordenador. ¿Es una forma de resistencia?
[ríe] No, no, ninguna resistencia! Es una cuestión de encontrarse en una situación y sentirse incómodo en otra, y tiendes hacia la que te hace encontrarte mejor, hacia la que te sientes más confortable. No hay ninguna ideología, no se trata de ir en contra de nada. No tiene más. Pero si tengo un móvil, no me hace falta sentarme delante de un ordenador para ver qué me ha llegado o qué me ha dejado de llegar. Ahora estoy en casa, en medio de los robles y las encinas, rodeado de árboles, pero no es que viva aislado...

Verdaguer es un aventurero y uno tozudo, un hombre que no desfallece cuando tiene alguna cosa entre ceja y ceja, ya sea hacer una cima o enfrentarse a la Iglesia. ¿Compartes alguna cosa de este espíritu aventurero o de esta tozudez?
A un nivel pequeño pequeño pequeño, quizás, a un nivel más mortal. Claro está, alguien que a mediados del siglo XIX hace a pie, con una maleta y una sotana, la travesía desde el Canigó hasta la Vall d'Aran para volver... Con todo mi amor por mí mismo, y con todo el narcisismo, aquí no llego. Necesitas un no sé qué dentro. Es una burrada. La suya es una aventura monstruosa, dos meses a solas por el Pirineo, en medio de tormentas...

Mosén Cinto era, también, un abanderado de la lengua catalana. Tú has trabajado muy poco en castellano...
Sí, he hecho alguna serie, Isabel, Apaches... y alguna película. El trabajo es como todo en la vida, te viene por un lado o por otro y tú vas haciendo. No le tenemos que buscar ninguna solución especial que te lleve para acá o hacia allí. Es la vida y ya está. Nunca me lo he planteado. Cuando te llega un proyecto, y si puedes escoger, si te apetece lo haces o no lo haces. No hay más. Es evidente que por pura naturaleza me siento mucho más cómodo hablando contigo en catalán que en castellano. He mamado el catalán, y la lengua madre es la lengua madre. Esta es una cuestión política, pero a nivel de naturaleza, la lengua que hemos mamado es la que nos viene a la cabeza, no hay nada que hacer: cuando reniegas te viene el taco en catalán. Y eso que yo me he educado en castellano, en pleno franquismo. No puedes entender que alguien quiera imponer una lengua en función de no sé qué principios cuando eso es como el agua de la fuente, si has mamado de aquella lengua... Y si alguien tiene la suerte de hablar otros idiomas, que de pequeño se los enseñen, es mucho más fácil adaptarse. Porque un humano hace sus cimientos los primeros años de la vida, y si los haces en chino, en suajili o en catalán, esta será su naturaleza, y ya está.

También es cierto que el contexto nos dice que el catalán no vive un momento muy exitoso...
¿No te parece que están en peligro todas las lenguas? ¿Aunque no lo queramos ver, y que seamos un poco egoístas, y que todos defendamos la nuestra? En este mundo del siglo XXI, en el que vivimos un cambio muy profundo, casi de dimensión, con una tecnología que mueve los hilos de la sociedad y que no controlamos... No lo sé, creo que eso de quererse anclar, que las cosas no cambien, es un mundo muy peligroso y delicado. Pero que irá haciendo la suya. Yo pienso que en poco tiempo veremos cosas que no nos podemos ni imaginar. Así que todas estas defensas que creamos... Otra cosa es que yo me sienta bien con mi forma de ser, me siento más del siglo XX que del siglo XXI. Pero eso no quiere decir que me enfrente a ello.

Eres más un observador de los cambios.
Sí, un poco sí. Más observador que partícipe. Eso no significa que me quede en casa, voy haciendo mis bolos, los trabajos, pero sí. Tenemos que vivir aquí, y a mí, mientras me dejen hacer la mía, estar bien conmigo mismo y con los otros, encantado de la vida. Que las cosas evolucionen y cambien, que por eso el mundo es mundo.

Pronto harás 70 años, una de estas edades redondas que, a veces, empujan a mirar atrás y hacer balance. ¿Tú eres de los que lo hace?
No. Quizás alguna vez, despistadamente, pero no con un propósito claro de mirar lo que he hecho o he dejado de hacer. Evidentemente, por naturaleza sabes que vas de bajada, ya no tienes que pedalear tanto. Ya no hay que subir el Everest, haciendo el Puigmal o el Montseny tienes bastante, ya no necesitas estar en las nubes. Pero no, no soy mucho de hacer balances. Quizás tengo un espíritu bastante positivo, que hace que valore que he tenido mucha suerte en la vida, y que sea más sencillo mirarte las cosas con buenos ojos que si has tenido que sufrir mucho para llegar allí donde estás.

Me siento más del siglo XX que del siglo XXI

Si hablamos de suerte profesional, es evidente que eres un hombre respetadísimo. ¿Cómo viviste aquel momento de hacerte popular gracias a Poble NouEl cor de la ciutat?
Lo viví de una manera muy agradecida y agradable, valorando la suerte que tenía y que he seguido teniendo. No todo el mundo tiene la fortuna de vivir una cosa así, es un privilegio.

En los escenarios, si un trabajo ha tenido un efecto similar respecto del público ha sido El método Grönholm. Hicisteis casi mil representaciones, y no sé si ahora sería posible repetirlo...
¡Hicimos 930! Hoy sería difícil. Tiene que ver con aquello que hablábamos de los cambios y los nuevos tiempos. Quizás algún musical lo consigue, pero una función, que llegue a mil representaciones es complicadísimo. Y las hicimos siempre con el mismo reparto. Los dos Jordis (Boixaderas y Díaz), Roser (Batalla) y yo, siempre nosotros cuatro. Y a nivel profesional, lo que vivimos es un hecho singular que no se repetirá. Fue una suerte estar allí en aquel momento.

¿Más allá de esta obra, serías capaz de destacar los momentos más relevantes de tu carrera?
Esta es una pregunta muy complicada, como si te hacen escoger a qué hijo prefieres. Pero sí podría hablar de momentos como a mediados de los años 90, cuando hice a El mercader de Venècia, de Shakespeare, o L'Avar, de Molière, con Sergi Belbel como director, que es una de las personas que más ha marcado mi trayectoria como actor. Después hay situaciones que son especiales, como poder hacer en el Grec funciones como La Odissea, acompañado por el músico Eduard Iniesta, o El Compte Arnau a solas. Después hay obras emblemáticas como L'home de la flor a la boca, de Pirandello, que la has visto representada por un genio como Vittorio Gassman y después resulta que te llama Carlota Subirós para ofrecértela... Entramos en el mundo de los sueños y, cuando hay que se convierten en realidad, piensas que vives en el cielo. En general quiero todo lo que he hecho, excepto dos o tres tonterías, pero haces como si no estuvieran. Cuando tienes este trabajo tan dentro, a casi todo le encuentras un sentido.

Hablabas de Gassman, todo un monstruo respetadísimo. Tengo la sensación que aquí a ti también se te tiene mucho de respeto...
Yo me siento muy querido, esta es la verdad. Cómo me trata la gente, la profesión... ¡eso no tiene precio!