Lolita no es un libro. Vaya, no es sólo un libro. Lolita es un adjetivo. La RAE define el término como una "adolescente seductora y provocativa". Parémonos un momento, por favor, porque eso es heavy. Porque la obra de Vladimir Nabokov de lo que habla es de como un pederasta retiene y viola, utilizando el chantaje y las amenazas, a una niña durante años. Y viendo eso hemos decidido incorporar el término a nuestro lenguaje, no para hacer referencia a una víctima, sino para hablar de femmes fatales menores de edad. De niñas seductoras que atraen a los adultos con sus encantos. De alguien que se ha provocado sus propios problemas. Guau.
Es jodido porque hace 66 años que Nabokov publicó su obra más famosa y todavía hoy tenemos que subrayar que no se trata de una historia de amor o de seducción, sino de abusos. Concretamente, Lolita narra en primera persona el proceso de obsesión de Humbert Humbert — un intelectual narcisista de 40 años que únicamente se siente atraído sexualmente por jóvenes prepúberes, a quienes llama nínfulas — por Lolita, la hija de 12 años de su arrendataria y, posteriormente, esposa. Después de que esta muera en un accidente, en su nueva condición de padrastro, retiene a la adolescente bajo su custodia y la convierte en su amante a pesar de la profunda infelicidad de la niña.
Humbert Humbert asegura estar enamorado de Lolita, pero sabe que ella llora por las noches. Sabe que la ha traumatizado profundamente. Sabe que es una niña y que su comportamiento no es correcto hasta el punto que, inicialmente, solo se plantea violarla drogada con narcóticos para no corromper su inocencia. Y sin embargo, durante años hemos comprado su visión de los hechos y hemos señalado Lolita, Dolores Haze, Lo, una adolescente que va a la escuela y que ni siquiera puede decidir cómo vestirse sin iniciar un enfrentamiento con su madre, como la responsable de la manía del adulto. Es por eso que la llama nínfula, desplaza la culpa a ella: ella es quien le engaña, la responsable de enloquecerlo con sus encantos. Es un hombre a quien le ha caído un sortilegio, no un pederasta, no un adulto que viola a una menor.
Todo eso, sin embargo, no evitó que el 1962 Kubrick nos presentara Lolita como una chica sin moral que seduce con su bikini y su pamela imposible al pobre Humbert Himbert y que en 1997 Adrian Lyne nos tirara en la cara una historia de amor con Jeremy Irons como protagonista y banda sonora de Enio Morricone. Dos versiones que además blanquean el acto de pederastia respetando en la narración la edad literaria de Lolita, 12 años, pero haciendo que la interpreten dos actrices sensiblemente mayores.
En un vídeo superexplicativo en su canal de Youtube, la investigadora cultural Estela Ortiz se hace eco del debate que existe en torno al libro, ya que mucha gente pone en duda que la novela se hubiera publicado si se hubiera escrito ahora. Una censura que se atribuye a la corrección moral de los millennials, aunque somos la generación más preparada para entenderlo. Pero el problema no es Lolita, sino cómo lo hemos leído, porque que Humbert Humbert es un abusador queda claro en todo momento. Aunque él mismo narra su historia, leyendo el libro es imposible absolverlo e incluso presenciamos cómo Lolita se identifica como víctima de violación.
Es retorcido pensar que Nabokov tuvo que defender que su creación no es una niña "perversa" y protestar contra la manera en que se la había retratado. "Lolita, la nínfula, solo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa". De hecho, como apunte, hasta hace pocos años la portada de la edición española del libro lo que mostraba era una mujer comiendo seductoramente una piruleta. No se trata de cancelar la obra, sino de entenderla en su significado original. De poder separarnos de la mirada de Humbert.