Hace un par de veranos me propuse ver un buen puñado de los subproductos que ha rodado en los últimos diez años. No os contaré en esta columna por qué me atrevo con según qué ejercicios. La cosa es que, en pocos días, cayeron Tokarev, Caza al asesino, Camino de la venganza, Mamá y papá, Mandy, Color Out of Space y las más delirantes entre las delirantes, Willy's Wonderland y Prisioneros de Ghostland. Convertido en un chiste de dudoso gusto, el currículum reciente de Nicolas Cage no parece obedecer a ningún criterio minimamente coherente.

Él mismo es plenamente consciente de ello, como demostraba la divertidísima El insoportable peso de un talento descomunal, que estrenó hace dos años. En esa afortunada sátira interpretaba una versión (no tan) distorsionada de sí mismo, cachondeándose de una trayectoria que no tiene ninguna explicación. En un demencial ejercicio de autoficción, recordémoslo, el Nicolas Cage-personaje de la película vive horas bajísimas, comido por las deudas y con una vida familiar que va cuesta abajo. La única opción de ganar dinero rápidamente es aceptar la oferta de un multimillonario afincado en Mallorca (Pedro Pascal), que por su cumpleaños no sueña con otro regalo que conocer a su ídolo. Cage acepta la oferta de pasar unos días con su fan, pero pronto descubrirá que su nuevo amigo es un peligroso traficante de armas que ha secuestrado... ¡la hija del presidente de Catalunya!

Nuestro hombre es uno (sub)género en sí mismo, a veces (a menudo) un meme

Decíamos que Cage es consciente de sus elecciones, y de que ya sólo los más viejos de la tribu le recordamos como el hombre que ganó el Oscar por Leaving Las Vegas y que había protagonizado películas tan relevantes como Hechizo de Luna o Face/Off (Cara a cara). Nuestro hombre es un (sub)género en sí mismo, a veces (a menudo) un meme. Pero, cuando ya nadie daba un céntimo por él, y aquí llega un sorprendente giro de guion y de los acontecimientos, resulta que estrena dos magníficas películas seguidas. La primera fue Dream Scenario, o la pesadilla de un tranquilo profesor universitario que de la noche a la mañana se convierte en una celebrity cuando todo el mundo, lo conozca o no, empieza a tener sueños en los que él aparece. Y la otra, la que nos ocupa, es Longlegs, que llega mañana a los cines con muy buen feedback de la crítica estadounidense y magníficas recaudaciones para ser una producción independiente.

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Nicolas Cage, un subgénero en sí mismo

Rompiendo con cualquier (mala) expectativa

De entrada, cabe decir que Nicolas Cage aparece solo en un puñado de escenas, pero su presencia planea durante todo el metraje. Su personaje implica una transformación física (con un maquillaje que, siendo malvados, recuerda a las máscaras que lucía Joaquín Reyes en Muchachada Nui) que anima al actor a pasarse de vueltas, eso que tanto le gusta, pero en esta trama sobre un desquiciado asesino en serie que masacra a familias que coinciden en tener una hija pequeña, y que siempre deja un mensaje escrito en código, los aquí controlados, limitados, excesos de Cage funcionan como un reloj suizo. Con aires de El silencio de los corderos y con una puesta en escena de escalofriante frialdad que recuerda al cine de David Fincher, Longlegs rompe con cualquier (mala) expectativa.

La verdadera protagonista de la película es una fabulosa Maika Monroe (It Follows), en la piel de una agente del FBI recién llegada a la agencia, y con la que el criminal parece tener un extraño vínculo, tal y como sucedía entre Hannibal Lecter y Clarice Sterling. El parecido no es gratuito, y el clásico de Jonathan Demme es un referente más que evidente. Obviamente son palabras mayores, al igual que mencionar de Fincher, pero Longlegs se eleva entre tantos y tantos thrillers terroríficos con una serie de virtudes que la convierten en una magnífica anomalía: para empezar, el trabajo de dirección del también guionista Oz Perkins (Gretel & Hansel) es visualmente abrumador, con encuadres perturbadores, situando la cámara en lugares insospechados, con ángulos que aumentan la tensión del espectador.

Longlegs se eleva entre tantos y tantos thrillers terroríficos con una serie de virtudes que la convierten en una magnífica anomalía

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No es Joaquín Reyes, es Nicolas Cage en Longlegs

Con el uso de diferentes formatos (los flashbacks, por ejemplo, están filmados en 4:3, el formato cuadrado clásico de la televisión), con atención al detalle y a imágenes casi subliminales en cada rincón del plano, y con una gélida estética casi analógica, que borra las convenciones de tiempo y espacio, Perkins y su director de fotografía, Andrés Arochi, ensayan con la luz y las sombras, en una juguetona, ambigua y malsana experimentación formal que rema a favor de obra, y que constantemente contrasta un realismo aterrador con una especie de aura sobrenatural. También el guión es capaz de atravesar lugares comunes en el género, añadiendo elementos religiosos y demoníacos, para ir siempre algo más allá de lo que el espectador puede esperarse. Su asfixiante capacidad de sorpresa y de innovación, pues, hace que Longlegs sobresalga y deje al público con el culo torcido.

Nicolas Cage hace una exhibición de recursos, frenando cuando toca las payasadas habituales pese a las tentaciones que ofrece un personaje obsesionado con el glam rock y las muñecas

Hay un elemento curioso en la biografía del director Oz Perkins: es hijo de Anthony Perkins, el mítico protagonista del Psicosis de Alfred Hitchcock. Y no sería demasiado atrevido afirmar que el espíritu de Norman Bates sobrevuela en Longlegs. Volviendo a Nicolas Cage y al insoportable peso de su talento descomunal, el actor hace una exhibición de recursos, frenando cuando toca las payasadas habituales pese a las tentaciones que ofrece un personaje obsesionado con el glam rock y las muñecas, y un maquillaje que le convierte en un monstruoso y demente hombre del saco escondido tras la puerta para alimentar nuestras pesadillas. ¡Larga vida a las locuras y excentricidades de Cage! Y más guiones atrevidos y transgresores que sepan sacar partido de las habilidades de un intérprete superlativo que no juega con las mismas normas que el resto.