“¡Deslúmbralos!” era el mantra. Lo repetía su padre y se lo repite a sí mismo cada vez que le planta cara al escenario. “¡Deslúmbralos!”, y Robbie Williams canta cómo sabe cantar mientras el público enloquece. Ambos conceptos, deslumbrar y enloquecer, tienen cabida en Better Man, el biopic de la estrella pop británica que huye de clichés y se convierte en la película que nadie podía esperar.
Deslumbrar y enloquecer
La primera decisión que deja boquiabierto al personal y que marca los pasos de la locura es no contar con ningún actor humano para interpretar al protagonista. O sí, pero no le veremos la cara, porque, a partir de la tecnología de captura del movimiento, después de que Jonno Davis filmara sus escenas fue sustituido por un chimpancé generado por ordenador. La ocurrencia se inspira en una respuesta de Williams a una entrevista en la que se definía como “mono-actor”. Y contra todo pronóstico, es enorme el alcance emocional de la apuesta del director Michael Gracey (autor de la muy reivindicable El gran showman). Ayuda la sofisticación del CGI, que consigue una mucho más que sorprendente expresividad y una verosímil evolución física del simio que interpreta a Williams desde su niñez y hasta una redención que pone un nudo en la garganta.
El camino vital que la película nos muestra no tiene nada que ver con las miradas limpias y amables sobre otras figuras de la música que también han tenido biopic propio, como Freddie Mercury (Bohemian Rhapsody) o Amy Winehouse (Back to Black)
Y es que el camino vital que la película nos muestra no tiene nada que ver con las miradas limpias y amables sobre otras figuras de la música que también han tenido biopic propio, como Freddie Mercury (Bohemian Rhapsody) o Amy Winehouse (Back to Black). “¿Quién es Robbie Williams? Un narcisista, un capullo integral”, advierte el protagonista con su propia voz, ejerciendo de narrador de la película. Aquí no se esconden ni las adicciones al alcohol y la cocaína, ni los excesos y resacas, ni la arrogancia, ni las infidelidades. Tampoco las peleas (con Gary Barlow y el resto de miembros de Take That; o con su ex pareja, Nicole Appleton, cantante de All Saints), ni las rivalidades (la aparición de los Gallagher, Liam y Noel, es bastante graciosa), ni los serios problemas de salud mental, ni su dependencia a lo que la gente piensa de él, ni su voluntad de ser el centro de atención a toda costa, ni los traumas que arrastra desde niño.
Aquí no se esconden ni las adicciones al alcohol y la cocaína, ni los excesos y resacas, ni la arrogancia, ni las infidelidades. Tampoco las peleas, ni las rivalidades, ni los serios problemas de salud mental, ni su dependencia a lo que la gente piensa de él, ni su voluntad de ser el centro de atención a toda costa, ni los traumas que arrastra desde niño
En este (traumático) sentido, Better Man está atravesada de cabo a rabo por la tormentosa relación de Williams con su padre (un magnífico Steve Pemberton): cantante amateur, fue quien le inoculó la vocación musical, la pasión por Sinatra, y la presión para no decepcionarle: " O naces con ello (el talento) o eres un donnadie". También le rompió el corazón al abandonar a su familia persiguiendo un sueño imposible. La necesidad de entenderle y perdonarle, como su obsesión por no ser el donnadie que verbalizaba al padre, marcan profundamente a nuestro hombre (o a nuestro mono). Y eso no se esconde en este ejercicio de apertura en canal que es la película. Es en el vínculo padre-hijo, pero también en la relación de Williams con su abuela (Alison Steadman, otra gran elección de casting), cuando Better Man resulta más conmovedora: “No cambiaría ni uno solo de tu pelo, Robert, yo creo en ti”, le dice a menudo.
Un director con visión privilegiada
Decíamos que la arriesgadísima decisión de contar con un mono para interpretar a Robbie Williams funciona, y lo hace, entre otras razones, por el contraste que supone con una narrativa convencional, de orígenes, fama, caída en los infiernos y redención. El qué: la estructura más o menos cronológica de los hechos, choca con el cómo se cuentan, y este es el elemento que eleva la película hasta el infinito. Es aquí donde Michael Gracey se revela como un director con visión privilegiada, capaz de rodar números musicales tan apoteósicos (toma nota, John M. Chu) como el del encuentro entre Williams y Appleton en un barco, o, por encima de todo, el que pone a bailar a medio Londres al ritmo de Rock DJ. Una extraordinaria secuencia filmada alrededor de Regent Street sin cortes aparentes, que recuerda por su sofisticación a la apertura en la autopista de La La Land y que nos deja clavados en la silla y con los ojos como platos.
Better Man deslumbra gracias a las soluciones visuales del director y a su propuesta desacomplejadamente enloquecida, excéntrica y exuberante, también satírica, honesta y conmovedora cuando es necesario
Gracey sigue demostrando que no es ningún donnadie cuando, justo después de un funeral que araña el alma, aleja la cámara partiendo de un primer plano de los ojos llorosos de Williams hasta mostrarnos al cantante sostenido en el aire boca abajo, descendiendo sobre el escenario de Knebworth, donde ofreció un concierto histórico frente a 125.000 espectadores. “Esta noche y durante dos horas, vuestro culo es mío”. Es allí cuando, en otra demostración del talento del amigo Gracey, la lucha del protagonista contra sus fantasmas se transforma en una suerte de batalla campal de la última trilogía de El planeta de los simios.
Deslumbrar y enloquecer, decíamos al principio. ¡Y de qué manera! Better Man deslumbra gracias a las soluciones visuales del director y a su propuesta desacomplejadamente enloquecida, excéntrica y exuberante, también satírica, honesta y conmovedora cuando es necesario, rematada oportunamente con las inmortales notas de My Way, una letra que lo dice todo: “He vivido una vida plena, he viajado por todas y cada una de las autopistas, y más, mucho más que eso, lo he hecho... a mi manera”.