Barcelona, 19 de marzo de 1919. Hace cien años. Salvador Seguí, el Noi del Sucre, Simó Piera, Joan Peiró y Àngel Pestaña, líderes de la CNT que habían negociado en el conflicto de la Canadenca, anunciaban que se habían obtenido las principales reivindicaciones que habían impulsado aquella huelga. Las más importantes -y que más atemorizaban al sector más reaccionario de la patronal- eran la jornada de las ocho horas, el incremento de salarios, la readmisión de los huelguistas y el reconocimiento de los sindicatos como representantes de los trabajadores en los conflictos laborales. La huelga de la Canadenca no había sido tan solo uno de los muchos conflictos sociales de la época. Era el hito que señalaba el inicio de una nueva etapa.

Antes de la huelga de la Canadenca el pistolerismo ya existía. Sin embargo, desde el fin de aquella gigantesca protesta (1919) hasta el golpe de Estado de Primo de Rivera (1923), que ponía fin a aquella primavera obrera, Barcelona se tiñó de sangre. La parte de la patronal más reaccionaria -que con más dureza había combatido las reivindicaciones obreras-, con la inestimable complicidad de las autoridades gubernativas españolas, reaccionó ante el resultado de la huelga de la Canadenca con una carrera de violencia desbocada que sería duramente contestada por los elementos más extremistas del sindicalismo. En poco más de cinco años, los años de plomo del pistolerismo, solo en Barcelona serían asesinadas 424 personas.

Los dirigentes de la CNT catalana: de izquierda a derecha, Pestaña, Piera, Seguí y Padró / Ateneu Llibertari Estel Negre

No habían transcurrido aún cuatro meses cuando se produjo el primer asesinato de un líder sindical posterior a la huelga. El 17 de julio de 1919 era cosido a tiros Pau Sabater i Lliró, conocido popularmente como el Tero, que era el secretario de la CNT en el gremio de los tintoreros, uno de los más potentes del sector textil. Desde el primer momento la opinión pública señaló a los pistoleros del Sindicato Libre (tutelado por la patronal). Pau Sabater había sido una de las voces más críticas con el cumplimiento de los pactos de la Canadenca, sobre todo en lo referente a la liberación de los trabajadores, que pasados cuatro meses desde el final de la huelga continuaban encarcelados.

Layret, Companys y Seguí / Wikipedia

El entierro de Pau Sabater fue una de las manifestaciones de duelo más multitudinarias de la historia de Barcelona: la concentración cubría el trayecto desde el Hospital Clínic (donde había sido llevado después del atentado) hasta el cementerio de Montjuïc. Cuatro kilómetros largos de recorrido que atravesaban los barrios de Sant Antoni y del Raval, territorio de la CNT. Las fuentes revelan que en el transcurso de aquella comitiva fúnebre hubo varias asonadas, en forma de enfrentamientos entre obreros y policías, que anunciaban el fin de una paz social efímera, destruida a propósito. Reveladoramente, no había resistido siquiera la plena aplicación de los pactos de la Canadenca.

Al cabo de tres años, fue detenido Luis Fernández García, un delincuente del hampa barcelonesa que mantenía una sórdida relación con los mandos policiales. Fue procesado y absuelto en un juicio rápido (10 y 11 de mayo de 1922), cuyas irregularidades denunció la prensa de la época. Pero la respuesta de la CNT, cuando menos la de sus elementos más extremistas, no esperó aquella pantomima procesal. Solo seis semanas después del asesinato de Pau Sabater -el 5 de septiembre de 1919-, pistoleros anarquistas acribillaban al exinspector de policía Manuel Bravo Portillo, jefe de la Banda Negra (pelotones de la muerte que atentaban contra dirigentes de la CNT).

Milans del Bosch, Martínez Anido y Bravo Portillo / Wikimedia

La historia de Bravo Portillo es el paradigma de la participación del aparato gubernativo español en aquel conflicto. Se valió de su cargo de inspector de policía para tejer una red clientelar en el mundo de la delincuencia. Y durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) actuó como espía alemán. En las postrimerías del conflicto fue detenido y procesado como elemento dirigente de una trama delictiva que había asesinado al industrial Albert Barret (que suministraba material de guerra al ejército francés) y que había revelado el contenido de la carga del mercante español Mumbrú (que transportaba armas a Inglaterra y había sido torpedeado por submarinos alemanes).

Bravo Portillo fue juzgado, condenado e indultado en un proceso exprés que se convertiría en un escándalo monumental. No podría volver a ejercer como policía, pero desde el momento en que puso los pies en la calle fue reclutado por Joaquín Milans del Bosch, entonces capitán general de Catalunya, para dirigir la Banda Negra. Entre el 7 de diciembre de 1918 (fecha de su excarcelación) y el 5 de septiembre de 1919 (fecha de su asesinato), se convirtió en una especie de ángel de la muerte, especialmente activo durante la huelga de la Canadenca (enero a marzo de 1919). No hay que olvidar que en el transcurso de aquel conflicto murieron, contando los dos bandos, setenta y siete personas.

Recorte de prensa: asesinato de Bravo Portillo / Mundo Gráfico

Un año y medio después del asesinato de Bravo Portillo, el abogado laboralista Francesc Layret era asesinado a tiros en la puerta de su casa. Era el 30 de noviembre de 1920. Layret se dirigía a la comisaría para asistir a Salvador Seguí y a Lluís Companys, que habían sido detenidos aquel mismo día en una batida ordenada por el gobernador Martínez Anido. En relación con aquel crimen, la policía no detuvo a nadie, pero la prensa y la opinión pública señalaron desde el primer momento a Fulgencio Var, alias Mirete, un delincuente del hampa barcelonesa y confidente policial. Con la muerte de Layret desaparecía una de las principales figuras catalanas y catalanistas del sindicalismo.

El 10 de marzo de 1923, en la calle de la Cadena (actual Rambla del Raval) era acribillado Salvador Seguí (el Noi del Sucre). Aquel crimen tuvo un impacto formidable, muy superior al de los anteriores, en la opinión pública catalana. Tanto, que explica la definitiva polarización de la sociedad catalana y el apoyo encubierto de los dirigentes de la Lliga Regionalista al proyecto golpista del general Primo de Rivera. Reveladoramente, tampoco en aquel caso la policía practicó ninguna detención. Y también en aquel caso la prensa y la opinión pública señalaron a los pistoleros del Sindicato Libre.

Recorte de prensa: asesinato de Salvador Seguí / Mundo Gráfico

Con estos elementos es fácil trazar la línea que separaba aquellos dos bloques enfrentados. Pero la cuestión es: ¿qué elementos ocultos alimentaban de verdad aquel conflicto? Sabemos que Bravo Portillo era un protegido del conde de Romanones (presidente del Gobierno durante la huelga de la Canadenca). Sabemos que Romanones era socio del conde de Güell -yerno del marqués de Comillas- en el negocio de la explotación de los recursos mineros del Rif (norte de Marruecos). Un interés económico particular que había impulsado la operación militar española de conquista del Rif (desde 1909), fuertemente contestada por las clases trabajadoras catalanas, sometidas a las levas forzosas para aquel conflicto.

Y sabemos también que los dirigentes de la CNT en Catalunya no solo eran catalanistas sino que rivalizaban con la catalanista Lliga Regionalista, el partido político hegemónico en Catalunya. Y lo sabemos por las declaraciones -entre muchos otros datos- de Salvador Seguí: "Nosotros [...] somos y seremos contrarios a estos señores [la Lliga Regionalista] que pretenden monopolizar la política catalana no para alcanzar la libertad por Catalunya, sino para defender mejor sus intereses de clase. En cambio, nosotros, los trabajadores, comoquiera que con una Catalunya independiente no perderíamos nada, sino al contrario, ganaríamos mucho [...] la independencia de nuestra tierra no nos da miedo."

Sindicato Libre / Wikipedia

En 1923, los dirigentes de la Lliga Regionalista -asustados o no por el fenómeno del pistolerismo- contemporizaron con el golpe de Estado de Primo de Rivera. Cuando menos, hasta que el dictador inició el proceso de derribo y liquidación de la Mancomunitat de Catalunya (1914-1925). En cambio, reveladoramente, en 1926, en plena dictadura de Primo de Rivera, Francesc Macià -que cinco años después restauraría la Generalitat- viajó a Moscú para obtener el apoyo de la Internacional Comunista al proyecto de independencia de Catalunya. Quien lo acompañó fue Andreu Nin, uno de los máximos dirigentes de la CNT en Catalunya. Se cerraba un círculo.

Imagen principal: Fotografía del cadáver de Bravo Portillo / Ayuntamiento de Barcelona