Netflix ha anunciado que Los Bridgerton tendrá una segunda temporada. Y, a ver, es normal. La versión "sexi" de Orgullo y prejuicio ha sido un éxito rotundo y un mes después de su estreno sigue entre las series más vistas de la plataforma a escala global. Así que era previsible que la gallina de los huevos de oro pariera más aventuras y desengaños amorosos de esta familia inglesa del siglo XIX. Al fin y al cabo, si alguna cosa nos han enseñado las tres ediciones de la Isla de las tentaciones emitidas en un año, es que, cuando un producto funciona, este se debe exprimir hasta el extremo.
Pero aparte de las cifras, hay otra cosa que se ha hecho evidente con este triunfo de la factoría de ficción norteamericana: Jane Austen ha dejado muchas víctimas y todas nos hemos hecho demasiado mayores para conformarnos con relaciones platónicas. Pero si el cebo son los revolcones, ¿por qué ha gustado tanto una serie donde, honestamente, el sexo es horrible?
Hablando en plata: de Los Bridgerton lo que menos importa es la trama, porque YA LA HEMOS VISTO MIL VECES. Nosotros lo sabemos, y Netflix también, porque, si no, no nos la estarían intentando colar como la "serie más sexi de la temporada". La vemos porque hay gente atractiva, que lleva trajes de época que hacen frufrú y folla entre sí. Y cero vergüenzas, eh. Si ya es una cosa legítima en una situación normal, en medio de una pandemia mundial y con unas relaciones sociales marcadas por el distanciamiento social, esta legitimidad se multiplica por mil.
Pero eso y la representación de una sociedad donde personas blancas y negras viven en armonía es el único punto de novedad de toda la serie. El resto, clichés. Desde la fealdad y vulgaridad de la familia mala, hasta el rechazo a las "cosas de chicas" del único personaje femenino que luce por su inteligencia. Sin olvidar, obviamente, la falta de personajes asiáticos; los chistes burdos de la reina sobre su marido dignos de Escenas de matrimonio; o los arreglos clásicos de canciones pop que tanto nos sorprendieron en el 2006 con Maria Antonieta de Sophia Coppola.
Sin embargo, volvamos al tema: el sexo. Hoy, leyendo críticas de diferentes medios, me ha sorprendido encontrar un texto —escrito por un hombre— que remarcaba que parte del éxito de Los Bridgerton se debe a dar una mirada femenina a la sexualidad. ¿Perdone? ¿Disculpe? ¿De verdad que es eso lo que se cree que esperamos cuando decidimos irnos a la cama con alguien? O quizás hemos visto cosas diferentes, quién sabe. Pero, sinceramente, ver a dos personas haciendo el misionero durante dos minutos y acabar satisfechos no se acerca demasiado a mi idea de las relaciones sexuales.
Ni siquiera entraré en los problemas que presenta la trama desde una perspectiva feminista, ni comentaré nada sobre la hipersexualización del único personaje negro con rol protagonista y diré que me parece súper refrescante ver a personajes femeninos disfrutar de su sexualidad y expresar su deseo en uno de los productos más mainstream que nos han tirado a la cara. Pero no acabo de entender que se pueda imaginar una sociedad sin barreras raciales y, en cambio, la representación de la sexualidad femenina se tenga que limitar a mirar fuertemente a los ojos del amante en posición horizontal hasta sentirse satisfecha. Que no estoy pidiendo acrobacias, eh. Pido alguna cosa más que un amago de cunnilingus en las ocho horas que dura la serie.
No sé, yo me crié mirando Sexo en Nueva York a escondidas, y si bien puedo admitir que es una serie que ha envejecido mal y que ya no puedo evitar verla como una cosa rancia, como mínimo dibujaba una sexualidad bastante más festiva. Y estoy hablando de una serie que acabó en el 2004. Y si bien es bueno que el deseo femenino esté representado en los productos audiovisuales masivos sin vergüenzas, lo que no puedo entender es que todavía partamos de representaciones poco realistas cuando hace décadas que sabemos que la única función del clítoris es proporcionarnos orgasmos y que la penetración no suele ser la vía más directa para acceder a ellos.