Lucía Asué Mbomío Rubio (Madrid, 1981) es periodista y escritora. Hija de guineano y madrileña, estudió periodismo y trabajó como reportera en TVE, Antena 3 y Telemadrid. En 2012 decidió marchar a África e instalarse en Guinea Ecuatorial. Se pasó allí un año. Posteriormente viajaría a Londres, donde pasaría unos meses. Después, volvería a vivir en Madrid, y ahora trabaja en TVE. Acaba de publicar Hija del camino, una novela en la que reflexiona sobre la identidad y la inmigración, con claras resonancias autobiográficas.
¿Cómo surge la idea de escribir una novela?
Quería hablar sobre Guinea, un sitio que no existe, desde el punto de vista de que ni te lo enseñan en los libros de texto… ¡Mucha gente lo ha conocido por Palmeras en la nieve! Para mí era una necesitar contar que Guinea existe y explicar que mi realidad es distinta de la de otras gentes. El hecho de ser diferente te puede generar vergüenza, deseo de ocultarlo o necesidad de encajar… No es fácil. Pero una vez lo superas, te vienen ganas de contarlo… Y yo debía contar mi parte guineana.
Pero Alcorcón también tiene un papel importante en Hija del camino…
Me apetecía hablar de Alcorcón, ahora que me reivindico del barrio. Si no hablo yo de Alcorcón, ¿quién va a hablar de él? En realidad, hay muchos guineanos allí, y también me gusta explorar la guineidad desde aquí.
En España mucha gente no se ha tenido que preguntar nunca de dónde es (excepto quizá en Catalunya o Euskadi). Yo en cambio, me preguntaba siempre de dónde soy
¿Es importante ser de alguna parte?
Ahora, para mí, el tema identitario es importante. El racismo es lo que provoca que la protagonista del libro, o yo misma, tengamos mucha desafección nacional. Nos cuesta sentirnos de algún sitio… La mayor parte de la gente como yo no se siente de algún sitio, se siente del camino, pero también se crean matrias o patrias alternativas: hay quien dice “soy de mi barrio”, “soy de mi madre”, “soy del hip hop”, “soy de la afrodescendencia”… El hecho de que te pregunten desde pequeño “¿de dónde eres?” te obliga a pensar que no eres de aquí. En España mucha gente no se ha tenido que preguntar nunca de dónde es (excepto quizá en Catalunya o Euskadi). Yo en cambio, me preguntaba siempre de dónde soy; necesitaba encontrar una brújula vital.
¿Qué tiene Sandra Nnom, la protagonista de Hija del camino, de usted?
Tiene mucho. Buena parte de las anécdotas que le pasan son mías, y los espacios que transita son espacios que yo conozco, por los que he pasado. Pero Sandra no soy yo. La gente con que Sandra se rodea no existe. Son inventados, aunque tienen algo de personas que he conocido.
Sandra es periodista, como usted...
Sandra, como yo, es alguien que se hace siempre preguntas. Ella quiere ir a Holanda porque se cartea con un niño holandés, en la escuela, y ve en una fotografía que hay niños negros en su clase, y esto la fascina. El hecho de que Sandra sea periodista tiene que ver con que se haga preguntas continuamente, pero también con que pueda viajar.
¿En qué no se parece Sandra Nnom a usted?
En la inocencia que tiene Sandra cuando viaja a Guinea. Es una inocencia que no tenía yo, porque ya había viajado allí. Sandra suponía que en Guinea construiría un espacio porque sí. Idealizaba Guinea.
¿Hay quien idealiza el país de sus padres?
¡Sí! Y hay quien idealiza la Guinea de los apagones, porque piensa que puede contribuir al bienestar del país, pero después se da cuenta de que no es tan fácil, como le pasa a uno de los personajes, que tiene que acabar transigiendo con mordidas… Son personajes que deben adaptarse y reaprender su tierra.
Cuando vuelves al sitio que te vio nacer, tienes que redescubrirlo, porque ya ha cambiado y tú también has cambiado, marchando
¿Reaprender?
Sí, a veces los territorios se deben reaprender. En Hija del camino, el padre de la protagonista, cuando vuelve, ya no reconoce el país donde nació. Cuando vuelves al sitio que te vio nacer, tienes que redescubrirlo, porque él ya ha cambiado y porque tú también has cambiado, marchando. Por eso me interesaba hablar de las idas y las vueltas.
La protagonista, Sandra, sufre el racismo desde pequeña. ¿Hay racismo en España? Hay gente que afirma que no…
¿De qué color es la gente que dice que no hay racismo? En España se tiene la percepción de que es un país muy abierto. En algunos aspectos puede serlo, pero en otros no. El racismo sólo puede no ser un problema para los que no lo perciben. He sufrido agresiones muy duras: me han insultado y me han dicho que tenía que irme a mi país y que a las negras se tiene que violarlas. Pero esto es anecdótico. Son los flecos de un racismo sistémico que se manifiesta de otras formas. El racismo sistémico es lo que provoca que haya CIES, que la policía identifique a la gente por perfil racial, que las personas inmigrantes tengan dificultades para alquilar un piso o que se les niegue la entrada en una discoteca.
Un día vino el cristalero a mi domicilio a arreglar una mampara y me preguntó dónde estaba la señora de la casa…
¿Se sufre el racismo en el día a día?
En el día a día hay microracismos, que no es otra cosa que violencia simbólica. Un día vino el cristalero a mi domicilio a arreglar una mampara y me preguntó dónde estaba la señora de la casa… Hay racismo incluso cuando intentan ligar contigo. Recientemente me preguntaron si sé bailar salsa y si trabajaba en la hostelería. Esperan que baile salsa y que haga de camarera, porque es allí donde se espera que esté. La raza es hija del racismo. Es una construcción. El problema es lo que se supone que es ser negro. En los últimos tiempos se nos ven como perpetuos extranjerizados, perceptores pasivos de ayudas…
¿El racismo es más grave para una mujer?
Sí. Hay un racismo de género. El racismo se da de una forma distinta. Hay cosas que nos pasan menos por ser mujeres. Cuando había muchos skins, pegaban más a los hombres. Y las identificaciones por perfil racial de la policía afectan más a los hombres. Pero la hipersexualización de los negros nos afecta más a nosotras. Los hombres se te acercan asumiendo que vas a ser fácil… Si en Google pones “diosa de marfil” o “reina de marfil”, te aparecen sábanas, u obras de arte. En cambio, si pones “diosa de ébano” o “reina de ébano”, te aparecen mujeres con poca ropa. En las series, las mujeres negras aparecen siempre cuidando a otras familias. Esto, aisladamente, no es indigno; el problema es que sólo te ubiquen allí, como si nunca pudieras tener una familia propia.
Es muy heavy que una niña tenga claro que hay sitios de su ciudad a los que no puede ir
Sandra Nnom quedó muy marcada por el crimen de Aravaca, en el que un grupo de ultras mató a una dominicana, Lucrecia Pérez. ¿A usted le impresionó mucho ese hecho?
Totalmente. Lo de Lucrecia me marcó mucho, y también fue importante para mucha otra gente negra. Yo tenía entonces 11 años y nunca lo he podido olvidar. En cambio, mucha gente blanca, cuando le hablas de Lucrecia Pérez, no sabe ni quién es… Y ves que la experiencia que tienes es muy diferente de la de otros. Lo de Lucrecia representó una escalada de la violencia ultra. La mató un guardia civil, y su crimen demostró que el racismo no era una cuestión de niños. Fue todo un símbolo, el símbolo de un período en que había nazis en la calle. En aquellos tiempos yo no podía ir a la plaza de los Cubos. Era peligroso para mí. Es muy heavy que una niña tenga claro que hay sitios de su ciudad a los que no puede ir. Y Lucrecia no fue la única; hubo otros casos...
¿Los problemas de racismo pueden complicar las relaciones cotidianas, incluso las de pareja?
Sin duda, pero pasa lo mismo con el feminismo. Cuando tomas conciencia, esto te obliga a revisar tus relaciones con tus familiares, con tus amigas más próximas… El problema es que las personas están esculpidas por un sistema que es racista. Tomar conciencia te obliga a tener conversaciones incómodas. Para mí ha sido muy importante tener amigas negras. A ellas les he podido contar abiertamente mis experiencias, sin que te cuestionen. Cuando era pequeña, yo era la única negra en el cole y en las clases de música, y me sentía como marciana. A mí me han dicho “Vete a África” desde que era pequeña. Lo he oído miles de veces; y cuando criticas algo de España en seguida te sueltan “vete a tu país”. Pero yo no podía contarle a nadie lo que me pasaba. De pequeña ni me atrevía a contarlo a mis padres. Yo todavía tengo suerte de haber crecido en Alcorcón y Móstoles, donde había más africanos...
No concebía conocer el mundo, sin conocerme a mí misma y sin conocer Guinea
¿Cómo decidió irse a vivir a Guinea?
Yo estaba trabajando en el programa de televisión Españoles en el Mundo. Por aquel entonces había estado en Guinea varias veces, y no concebía conocer el mundo, sin conocerme a mí misma y sin conocer Guinea, “allí”, el sitio de donde procedes. En realidad, buscaba una Ítaca, un sitio que considerar como mi casa. Un sitio construido a partir de los recuerdos edulcorados por la nostalgia de mi padre. Cuando marchas, te acuerdas de los recuerdos maravillosos. Todo es bonito.
¿Y encontró esta Ítaca?
La Guinea que buscaba no existe. Y como se trata de un amor platónico, te rompe el corazón. A la protagonista de Hija del camino le pasa esto, también: se enamora de Guinea como las chicas que se enamoran en el cole de un chico que juega al fútbol al fondo del patio y que no saben nada de él. Para mí, Guinea era mi padre, con quien tengo muy buena relación, pero en realidad, Guinea son muchas cosas. En todo esto se junta el considerar Guinea tu casa y el no considerar casa el sitio donde has nacido.
¿No considerabas a España tu casa?
Mi padre llegó con 25 años de Guinea y sentía que tenía un país… Para él no había dudas. Para mí es otra cosa. Es distinto que te pregunten siempre “¿De dónde eres?” cuando eres una niña. Cuando te pasa esto, tienes que desarrollar una gran madurez, porque la gente no te puede entender. Lo vives sola. Una vez no me dejaron entrar en una discoteca por ser “de color” y mi mejor amiga lloraba como una magdalena porque, para ella, yo no tenía color. Ella no entendía que en la calle yo sí que tenía color. Y yo me sentía todavía más sola cuando ella lloraba, porque sentía que no había entendido nada de lo que le había explicado anteriormente…
En Guinea viví continuamente el acoso como consecuencia de ser mujer. Ser mujer allí implica no ser nada
La experiencia de Sandra Nnom en Guinea fue difícil. ¿La suya también lo fue?
Guinea tiene muchísima belleza, a pesar de ser muy dura. Mi experiencia en Guinea fue muy fuerte. Me sentí, sobre todo, mujer. Allí no podía sentirme negra, porque allí todos son negros. Incluso allí llegaban a llamarme “ntangang” (blanca). Allí viví momentos preciosos. Y nadie cuestionó nunca mi guineidad, ni siquiera en los pueblos (y esto es una diferencia importante respecto a lo que me pasa aquí). Pero en Guinea viví continuamente el acoso como consecuencia de ser mujer. Ser mujer allí implica no ser nada. Especialmente si no tienes un cochazo y vas a pie. Todo el mundo piensa que tiene derecho a acostarse contigo. Y esto allí me pasó con guineanos, pero también con españoles, con libaneses, con franceses… Fue muy chocante. Cuando me fui quería reflexionar sobre lo que había vivido, y por eso marché a Londres. A partir de entonces, tenía que pensarme, no sólo en términos raciales, sino también de género, de clase… Y de aquí que ahora me interese tanto por el barrio…
¿Es este también un libro sobre la soledad del que marcha?
Sí… Es un libro sobre la búsqueda. Y la búsqueda se vive mucho en solitario…
No se puede leer el mundo de una sola manera. No todo son blancos o negros. Está repleto de grises
¿Ha encontrado lo que buscaba?
He tenido unas experiencias maravillosas. A lo largo de Hija del camino se van citando varios libros, porque la literatura tanto para mí como para la protagonista son muy importantes. Para mí la literatura ha sido una escapatoria. En esta novela he querido hablar de escritores que para mí han sido muy importantes, como Donato Ndongo. Con el tiempo he aprendido que no se puede leer el mundo de una sola manera. No todo son blancos o negros. Está repleto de grises.
La protagonista de Hija del camino se queda en Londres. En cambio, usted volvió a su Alcorcón natal. ¿Por qué?
Volví porque me ofrecieron un trabajo maravilloso. No me arrepiento ni de haber marchado ni de haber vuelto. Guinea me sirvió para aprender muchísimo, y Londres para descansar y recolocarlo todo. Volví con ganas de moverme y de hacer cosas. Y las he hecho.