Luis Ernesto tiene los ojos claritos y una vocecita apacible y esponjosa. Camisa blanca pulcramente planchada con ligeras rayas verticales y abotonada hasta el cuello, pantalón de pinza, zapatos marrones tipo Oxford con cordones, una mochila negra y pesada bien colgada en la parte alta de su espalda. Luis Ernesto sonríe por defecto, casi todo el rato. A simple vista nadie diría que está amenazado de muerte por los paramilitares de su país. Mucho menos que ha dormido en la calle o que durante días se mantuvo a flote en Barcelona solo con un billete de cinco euros en el bolsillo. Ni que hace quince meses que no puede abrazar a su mujer y a sus dos hijos. Conociendo a este colombiano de Medellín cualquier prejuicio se desmonta. Tiene estudios de Electromecánica, también de Filosofía e idiomas clásicos. Ha hecho un curso de catalán, otro de cuidados a las personas mayores, derivado en voluntariado en un CAP. Se ha acogido a las actividades de Apropa Cultura, un proyecto que hace accesible la cultura y que le ha permitido visitar una veintena de museos y equipamientos de la ciudad. Y ahora está cursando Ingeniería Medioambiental porque su mayor meta es quedarse aquí y traerse a su familia. Llora en varias ocasiones cuando les nombra y tenemos que parar. No es por añadirle dramatismo y lagrimita barata al relato: es que es la pura realidad.

Todo empezó un día de camino al trabajo, en la parte nordeste de Antioquia, en la frontera con Panamá. En su país, Luis Ernesto (Luis, a partir de ahora) se desempeñaba como electromecánico, de forma autónoma, realizando modificaciones medioambientales y enfocándose en el trabajo con la energía solar, desde el diseño al cálculo o al montaje de instalaciones. Le habían llamado para montar un sistema solar en unas cabañas de una zona peligrosa, dominada por escisiones de las FARC o grupos paramilitares. Tenía fotos del lugar, los planos, lo tenía todo. Pero estos últimos se cruzaron en su camino. “Cuando llegué, ellos me estaban esperando”, explica. “No me dejaron bajar en todo el día del carrito en el que iba, tenía que pedir permiso hasta para ir a orinar”. El motivo del secuestro exprés fue puramente económico: llamaron a su hijo de 22 años y le exigieron 15 millones de pesos (unos 750.000 euros). Pero su mujer sospechó y pudo comunicarse con el Gaula de Medellín, las autoridades policiales de la ciudad, que con un operativo pudieron sacarlo de allí sin que sufriera ningún daño.

Foto: Carlos Baglietto

Para comprender mejor el contexto, en Colombia se firmaron los acuerdos de paz entre el Estado y las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo) en noviembre de 2016, después de años de negociaciones entre ambos actores y más de 450.000 personas asesinadas en 30 años —800.000 si se cuenta el subregistro de homicidios—, según datos de la Comisión de la Verdad. Sobre papel supuso el cese armado de la guerrilla más poderosa de Colombia, pero en el territorio ya hace tiempo que las FARC se han reorganizado en escisiones dirigidas por disidentes de los acuerdos. También está el Ejército de Liberación Nacional (ELN), otra guerrilla de ultraizquierda, que sigue activa. Y contra ellos se organizan los paramilitares, comandos de autodefensa apoyados por el Ejército que actúan al margen de la ley y atemorizando a la población civil. “Matan, roban, destruyen y secuestran, para financiarse recurren a lo mismo que hace la guerrilla; y se fijan en personas comunes, porque las personas adineradas tienen a sus propios guardaespaldas”, nos cuenta Luis.

Luis: "No me dejaron bajar en todo el día del carrito en el que iba, tenía que pedir permiso hasta para ir a orinar"

A él le localizaron a través de la página web en la que se promocionaba para trabajar. “Me vieron como un candidato, pero todos los que vivimos en Medellín y otras partes de Colombia estamos sujetos a cualquier secuestro, incluso a la muerte; si la policía no hubiera llegado a tiempo, a mí me matan, porque si mi hijo no hubiera pagado de allá no sale uno vivo”. Lejos de olvidarlo, Luis denunció a la Fiscalía, que no le aceptó la denuncia por ir en contra de paramilitares. Y él decidió escribirle directamente al presidente, el izquierdista Gustavo Petro. “Al día siguiente ya tenía respuesta de la presidencia diciéndome que habían dado la orden para que la Fiscalía asumiera el caso, y me aceptaron la denuncia, pero hasta el momento no han tomado ninguna decisión; no les interesa meterse con ellos”, argumenta. La valentía le salió demasiado cara: a los pocos días, el grupo paramilitar le llamó para decirle que pasaba a ser un objetivo militar. “Dije: me van a matar, yo me voy”.

Pedir asilo en España: el paseo de la vergüenza

Luis llegó solo a España en noviembre de 2022. Quería pedir asilo aconsejado por el ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados), sin saber a dónde debía dirigirse y sin dinero en efectivo, solo con una tarjeta bancaria que se le quedó encallada en el cajero al llegar y que no logró recuperar hasta un mes más tarde. Pero cuando pisó el aeropuerto de Madrid le dijeron que habían cerrado la oficina por la covid; le mandaron a una comisaría y, solo después de hacer una cola de más de 100 personas, le comentaron que la solicitud se hacía por internet. Se dio el pistoletazo de salida a un paseo de la vergüenza que lleva alargándose más de año y medio. Los obstáculos y el frío madrileño le empujaron a probar suerte en Barcelona, y a los dos días de llegar, tras haber dormido un par de noches al raso, contactó con el SAIER (Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados), guiado por la Cruz Roja. Allí le asignaron un abogado, además de explicarle todos los servicios a los que podía acceder, como los aseos o los comedores sociales. Consiguió plaza en el centro de acogida de Zona Franca a las pocas semanas. Aunque el tiempo límite para quedarse es de 6 meses, Luis ya lleva ahí más de un año. Tiene un pie metido en otro albergue, en Horta, pero mientras haya plaza en el suyo, donde ha hecho amigos, vínculos y rutinas, le permiten quedarse.

Pero vayamos al tema del asilo, una de las grandes cruces de esta historia. La abogada de Luis le sugirió que tenía que escribir a Extranjería pidiendo esta condición, que garantiza la protección, el amparo y la asistencia de las personas que han huido de su país de origen por diversas razones, generalmente relacionadas con la violación de uno o varios de sus derechos fundamentales. “Todos los días escribía y nunca había cita, nunca, nunca”, lamenta. Luego cambiaron la solicitud de internet por un número de teléfono. El procedimiento para pedir asilo en España empieza con una cita previa que en Barcelona centraliza el teléfono 932 90 30 98, con horario de lunes a viernes, de 8.30 h a 11.30 h, hasta fin de citas, según se puede leer en la página web de ACNUR. Solo tres horas al día para atender a las más de 160.000 personas que piden asilo en el país, según datos de 2023 de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. La letrada le impuso a Luis una única tarea: “vas a llamar desde las ocho y media de la mañana hasta las once y media, todos los días”.

Foto: Carlos Baglietto

Tanto era su persistencia que se instaló una aplicación con el marcado automático, pero tampoco contestaron jamás. “En total hice unas 35.000 llamadas en tres meses, contabilizadas con el sistema, y me cansé; le dije a la doctora (abogada) que no volvería a llamar, y no lo he vuelto a hacer”. Pero su pena se extiende mucho más allá. “¿Sabes qué es lo triste? Haciendo el curso de catalán me encontré con varios chicos que en una semana ya tenían la cita y en menos de un mes ya tenían el asilo, pero pagando 400 euros”, lamenta este colombiano de 59 años, que se quejó oficialmente a través de una incidencia mandada al Defensor del Pueblo, a Extranjería, al ACNUR y hasta al Ministerio del Interior, recibiendo respuesta solo del primero. “Me mandó una carta de tres páginas explicando cómo estaba la situación en España, explicando como en algunos casos ha habido engaños, y diciendo que habían escrito a Extranjería sin respuesta; a día de hoy, el caso sigue abierto”.

El horario para conseguir cita previa es de tres horas al día para atender a las más de 160.000 personas que piden asilo en el país, según datos de 2023 de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado

Esta marea de complicaciones burocráticas ha hecho que Luis y su abogada hayan descartado la solicitud de asilo y hayan optado por otras vías, como el arraigo social o por formación. El arraigo es una autorización por circunstancias excepcionales que recoge la normativa española en materia de extranjería para otorgar un permiso de residencia temporal a los extranjeros que se encuentran en una situación irregular. En su caso concreto, están apostando por estas dos tipologías —la primera requiere de 3 años de residencia y acreditación de integración social, y la segunda un periodo de permanencia de al menos 2 años y el compromiso de realizar una formación reglada u obtener un certificado de profesionalidad— para conseguir el NIE, empezar a trabajar y traerse a su familia, y por eso se ha matriculado en Ingeniería Medioambiental en la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), donde ya ha realizado trabajos y exámenes. De momento, no tiene homologados sus títulos colombianos —“se demoran año y medio para la homologación, todo es dinero”—, pero están en trámite.

Cultura y pasatiempos para recobrar la humanidad

A parte de estudiar, Luis ocupa su tiempo en pintar, tocar el piano o asistir a cualquiera de los planes culturales accionados por la iniciativa Apropa Cultura, un proyecto que permite que personas en situación de vulnerabilidad puedan acceder a la cultura, eliminando cualquier barrera comunicativa, económica o física. Gracias a ellos, Luis ha podido reintroducirse en su ciudad de acogida e ir al teatro, visitar casi una veintena de museos o disfrutar de equipamientos como el Mirador Torre Glòries, donde han sido tomadas las fotos que ilustran estas líneas. La cultura para sobrevivir, la cultura como derecho y garantía de humanidad. Este colombiano de aspecto simpático no tiene parón y en su reloj no se agotan las horas. También ha realizado voluntariados y se ha interesado por hacer otros en parques nacionales o reservas naturales. Dice que no ve la televisión ni utiliza el celular porque “tengo que estar activo y ocupado siempre, siempre, porque si no me da angustia” y trata de colaborar en lo que puede con el albergue que le ha sostenido y por el que ya ha visto pasar a centenares de personas, intentando mejorar el sistema. “Les propuse que hiciéramos una planta de reciclado de compostaje, pero el problema es que habría que hacer una inversión y no tenemos dinero; hay huerto, jardín, lo tenemos todo limpísimo, pero la tierra se está resecando porque está malita”.

Foto: Carlos Baglietto

Este empuje medioambiental es una de sus metas profesionales más soñadas y por el que lleva años trabajando, incluso antes de llegar a España. En 2014 empezó a trabajar como proveedor público con la compañía eléctrica más grande de Centroamérica ubicada en Medellín (EPM – Empresas Públicas de Medellín) pudiendo hacer licitaciones, y aunque no ganó ninguna, eso le permitió dar el salto a otras inscripciones públicas. Probó suerte en Toronto (Canadá), quedando segundo en una licitación con láminas de aluminio que luego Colombia quiso patrocinar, pero llegó la pandemia y todo se diluyó. El confinamiento también le arrebató otro proyecto vinculado a las mariposas que Luis sueña con llevar a cabo en algún momento. También interesado en el reciclaje, consiguió que el Ayuntamiento de Barcelona le permitiera acudir a un manejo de residuos y pudo ver cómo funcionaba el proceso, y se sintió capaz de montar un mismo sistema a pequeña escala, porque como electromecánico puede diseñar y fabricar maquinaria. Se le ve trabajador y ambicioso, con confianza en sus ideas, perseverante hasta la médula y de los que conserva la ilusión de un niño chico, incluso aunque la vida le haya puesto más zancadillas de las que podía imaginar. Y no es de los que se conforma, pero de momento va tirando con algún trabajo que le permita ganarse unas perras, porque el sistema no le deja hacer otra cosa, pero tampoco le da soluciones para que pueda.

“No quiero volver; hablé con mi esposa y me dice que la situación en Colombia está cada vez más difícil”, sopesa Luis. Según dice, las FARC se están reorganizando y vuelven a delinquir, con los rebeldes del llamado Estado Mayor Central (EMC, escisión de la extinta guerrilla) cometiendo atentados terroristas y el ELN amenazando con volver a extorsionar y secuestrar a civiles, después que los negocios con el presidente Petro no hayan prosperado. Tampoco quiere volver porque hacerlo no es seguro ni para él ni para los suyos. Sigue confiando en que su situación se resolverá y calcula cada paso que da visualizando este final feliz a lo largo del túnel. Imagina a sus hijos sonrientes y ganándose mejor la vida en suelo catalán que con los sueldos irrisorios de Colombia —el chico es informático y diseña videojuegos para una compañía mexicana; la chica trabaja como asesora jurídica para el seguro social de Estados Unidos—, cómo serán las conversaciones con su mujer tomando algo por la Rambla, una fotografía conjunta en la playa de la Barceloneta. No se da por vencido.