Barcelona, 14 de abril de 1931. 12.00 horas. Sede del Foment Republicà de Sants, en la calle Cros, 7. La plana mayor de Esquerra Republicana está reunida esperando una llamada. Suena el teléfono. A un extremo del hilo, José Márquez Caballero, gobernador civil de Barcelona impuesto por el último gobierno dictatorial del rey Alfonso XIII; y en el otro, Francesc Macià, líder del partido independentista Estat Català y el principal promotor de la creación de Esquerra Republicana. La conversación es formal y concisa. Y Márquez informa de que, concluido el recuento de votos de las elecciones municipales celebradas dos días antes, el 12 de abril, los resultados definitivos dan la victoria a los partidos republicanos. En Barcelona ciudad, la lista de Esquerra Republicana, encabezada por Jaume Aiguader, ha obtenido 25 de los 50 concejales en juego.
ERC releva a la Lliga
Márquez cuelga. Pero el teléfono del Foment Republicà no deja de sonar. En pocos minutos, Macià y Companys tienen noticias de que Esquerra Republicana ha ganado en diez cabezas de partido judicial (el equivalente a las actuales capitales de veguería); que, además, son las principales ciudades del país. Al triunfo en Barcelona se suman los de Reus, Lleida, Girona, Figueres, Vilanova, Valls, El Vendrell, Montblanc, Cervera y Sant Feliu de Llobregat. Y reciben noticias de que Acció Catalana Republicana, una formación ideológicamente cercana al partido de Macià y Companys, ha ganado en cuatro cabezas de partido judicial: Tarragona, Manresa, Vic y Granollers. La Lliga Regionalista, el gran rival de ERC en aquellos comicios, solo habría ganado en las cabezas de partido judiciales de Igualada, Mataró y Olesa y en la villa de L'Hospitalet de Llobregat.
La dualidad Macià-Companys
Macià y Companys suben a un coche y se dirigen a la plaza Sant Jaume, centro neurálgico del poder del país. A las 13.00 horas, el vehículo llega a la plaza y en aquel momento se produce un hecho que ilustra las profundas diferencias que conviven dentro del partido. Companys se dirige hacia las Casas Consistoriales, sube a la primera planta, sale al balcón y cuelga la bandera tricolor republicana. En cambio, Macià se dirige al Palau de la Diputació (antiguo Palau de la Generalitat) y, venciendo la resistencia de Joan Maluquer, en aquel momento todavía presidente de la Diputación, sube la primera planta, sale al balcón y proclama el Estado Catalán dentro de la Federación de Repúblicas Ibéricas. Curiosamente, no se conserva ninguna fotografía de la izada de Companys; pero, en cambio, hay muchas de la proclama de Macià.
En busca de una alianza
El porqué de aquellos caminos separados se explica por la propia arquitectura del partido desde el inicio de su historia. Macià había vuelto, definitivamente, del exilio el 22 de febrero de 1931. Y en tan solo cuatro semanas conseguía formar una alternativa viable a la monárquica y conservadora Lliga Regionalista, partido hegemónico en Catalunya desde principios del siglo XX. Macià sabía que el electorado catalán no perdonaría la traición de la Lliga: algunos de sus líderes habían colaborado con el golpe de estado y la dictadura de Alfonso XIII y Primo de Rivera (1923-1930). Sin embargo, también sabía que, solo con su marca (el independentista Estat Català), no conseguiría enviar la Lliga a la papelera de la historia. Y buscó y construyó una alianza política (una plataforma) con formaciones ideológicamente próximas.
Un partido, dos almas
Esquerra Republicana nació y creció con dos almas. El alma independentista, de centroizquierda, representada por Estat Català (el partido creado por Francesc Macià, en 1922) y por el partido de alcance local Grup d’Opinió de Barcelona (liderado por Joan Lluhí i Vallescà). Y el alma autonomista, radicalmente de izquierda y muy próxima a los movimientos obreristas, representada por el Partit Català Republicà (fundado por los abogados laboralistas Francesc Layret, Marcel·lí Domingo y Lluís Companys en 1917) y por el partido municipalista Juventut Republicana de Lleida (dirigido por Humbert Torres). Esta dualidad, perfectamente representada, dividía el partido en dos masas prácticamente idénticas, dotadas de una musculatura política (número de afiliados, presencia en el territorio, expectativas de voto) muy similar.
Macià, el mito
La única diferencia residía en el liderazgo. Si bien es cierto que Companys era un líder político conocido y valorado por una parte importante del electorado catalán; Macià, en este campo, no tenía competencia. Durante su exilio (1923-1931) había creado y alimentado una figura política que alcanzaría proporciones míticas. Su periplo por los casales catalanes de América, buscando y obteniendo financiación para liberar Catalunya de la dominación española (Empréstito Pau Claris, 1925) o su capacidad para convertir una derrota (desarticulación del ejército independentista de Prats de Molló, 1926) en una victoria (la internacionalización de la causa independentista catalana a través de los juicios de París, 1927), lo habían convertido en un mito. Macià es la mejor carta de ERC y es quien conduce la formación hacia el triunfo electoral.
El hombre capaz de poner de pie a un país
Macià, aquel hombre que sus biógrafos dicen que era capaz de poner de pie a un país con un puñetazo sobre la mesa, seguía dimensionando su mito desde el poder. Restauró el autogobierno de Catalunya (liquidado desde 1714), en tan solo tres días (14-17 de abril de 1931), dejando en evidencia a la Lliga, que con nueve años de Mancomunitat solo había conseguido portazos de Madrid; y poniendo de relieve su extraordinaria habilidad política ("sacó petróleo" de la estudiada proclama del día 14). Pero con la repentina e inesperada muerte de Macià, el día de Navidad de 1933, desapareció la figura que lideraba el proyecto y se abrió la caja de los truenos; y las dos almas de la formación se libraron a una guerra interna que lo pondría todo en riesgo: desde la obra de gobierno de Macià hasta la propia existencia de las instituciones restauradas.
Una lucha de partido que arrastra un país
Con la entrega de mañana veremos cómo esta inversión de pesos dentro del partido (que, en aquel contexto, se tradujo en el redimensionado de la figura de Companys, simultáneamente a la progresiva marginación de los independentistas) tendría que tener unas consecuencias funestas para el país. Esta obsesión depurativa, muy característica de las organizaciones políticas de la época, estaría detrás de la chapucera maniobra de Companys que conduciría a los Hechos de Octubre de 1934 y a la suspensión del autogobierno; o de la constitución del funesto Comité de Milicias Antifascistas, al inicio de la Guerra Civil (1936) que perseguiría y exterminaría a los dirigentes independentistas, o en el desperdicio del último cartucho antes de la ocupación franquista de Catalunya (1938) que habría podido conducir a la independencia de Catalunya.