Barcelona, 27 de diciembre de 1933. Casa dels Canonges. 12.00 horas. Sale el cortejo fúnebre del president Macià. Vencidas las resistencias del reaccionario obispo Irurita, que se negaba a oficiar la misa, el president Macià tendría el funeral de estado que le correspondía (el cardenal Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona y máxima autoridad eclesiástica de Catalunya, pondría orden). Durante las primeras horas de la mañana, habían llegado docenas de miles de personas a Barcelona, con todos los medios de transporte posibles y desde todos los puntos imaginables del país. Según la prensa de la época (La Vanguardia, La Publicitat, La Veu de Catalunya, El Correu Català), en el trayecto entre la Casa dels Canonges y el cementerio de Montjuïc, se concentraron un millón de personas, que representaban el 36% de la población del país.

Cortejo fúnebre del president Macià y nota de prensa de 'The New York Times' / Fuente: Arxiu Nacional de Catalunya y 'The New York Times'

Una colosal manifestación de duelo

Uno de cada tres catalanes estuvo en aquella colosal manifestación de duelo que rompía todos los récords. Ni los reyes de Inglaterra, ni los de España, ni el presidente de la República Francesa, ni el de los Estados Unidos habían sido nunca capaces de reunir una fuerza de cohesión nacional como aquella (una de cada tres personas del país en una coronación, en un nombramiento o en un funeral). Al día siguiente, los principales medios de prensa europeos y americanos abrían con la colosal manifestación de duelo de la nación catalana, y destacaban la dimensión mítica de Macià, restaurador del autogobierno de Catalunya y arquitecto de la Catalunya moderna, que, incluso después de la muerte, había sido capaz de hacer un último servicio al país. No obstante, detrás de aquella impresionante imagen de unidad, se gestaba una formidable grieta.

Un inquietante escenario

Durante los gobiernos Macià (1931-1933), el independentismo había tenido un papel muy destacado en la vida pública catalana. Pero la repentina y, sobre todo, inesperada desaparición del president Macià —¡y de su figura mítica!— sumiría el partido, el gobierno y el país en un inquietante escenario. El reglamento de la Generalitat preveía que, en estas circunstancias, el president del Govern sería relevado por el presidente del Parlament hasta a final de la legislatura. Y la víspera de Reyes de 1934, el federalista Lluís Companys, que, en virtud de los pactos internos de ERC, era el presidente del Parlament, tomaba el relevo y hacía buenas las sospechas. Enseguida promovería una sustancial alteración de pesos. La gente de Macià sería progresivamente marginada en beneficio de la gente de Companys. El federalismo acorralaba al independentismo.

El Comité de Milicias Antifascistas (1936). Algunos de los miembros van armados a las reuniones de gobierno / Fuente: Arxiu Nacional de Catalunya

El primer fruto prohibido de la división interna

Los Hechos del Seis de Octubre de 1934 fueron el primer error derivado de aquella división mal gestionada. Con el independentismo empujado y recluido en las catacumbas del partido (el 50% del partido), con un gobierno central involucionista, que se había propuesto liquidar el autogobierno catalán (en aquel momento, el único del territorio republicano), y con una conflictividad social desbocada (los anarquistas anticatalanistas de la FAI, con el pretexto de la precariedad laboral, boicoteaban la acción de gobierno de la Generalitat), Companys recuperó la proclama de Macià (la de 1931) con la confianza de obtener un rendimiento similar: un salto cualitativo hacia una nueva arquitectura federal de la República. No obstante, sorprendente y reveladoramente, poco después de la proclamación, Companys declararía: "Esto para los que dicen que soy poco catalanista".

El segundo fruto prohibido de la división interna

La constitución del Comité de Milicias Antifascistas, poco después del estallido de la Guerra Civil española (20 de julio de 1936) y que sería el gobierno de facto del país, sería el segundo gran error derivado de aquella división mal gestionada. Companys no tan solo no contó con el independentismo, sino que entregó la tarea policial al terrorismo anarquista, reconvertido en las siniestras Patrullas de Control, formadas por los elementos más radicales de la CNT-FAI y por delincuentes convictos excarcelados y que estarían detrás de los asesinatos, por ejemplo, de Miquel Badia, excomisario de Ordre Públic (Estat Català); de Andreu Revertés, comisario de Ordre Públic (Estat Català), o de Josep Maria Planes, periodista de investigación (cercano a Estat Català). La pregunta es, en aquel escenario crítico, ¿Macià habría reaccionado de la misma manera?

Las Patrullas de Control, que colgaban del Comité de Milicias Antifascistas / Fuente: Pinterest

La última oportunidad con la guerra perdida

Pero allí donde, definitivamente, Companys proclama al mundo que su hoja de ruta es totalmente divergente a la del difunto Macià, es en un momento clave durante la Guerra Civil española. El 16 de noviembre de 1938, las tropas franquistas vencían las últimas resistencias republicanas en el Ebro, saltaban el río y se preparaban para la ofensiva de Catalunya. En aquel momento, Josep Maria Batista i Roca y Nicolau Rubió i Tudurí (ambos de Estat Català) mantuvieron varias reuniones con Neville Chamberlain (primer ministro británico) y con Édouard Daladier (primer ministro francés) para crear una zona desmilitarizada de administración internacional entre el río Tordera (al sur) y el Pirineo (al norte), que tenía que concentrar y garantizar la vida de los refugiados republicanos que circulaban por las carreteras catalanas camino al exilio.

El tercer fruto prohibido de la división interna

Aquella propuesta era especialmente interesante para Daladier, que se veía encima el porrazo del exilio republicano y el desmoronamiento de su gobierno por el abandono de su socio parlamentario, la formación ultraderechista Croix de Feu, contraria a dar entrada a los refugiados. Y tenía el visto bueno de la Cruz Roja Internacional. Por otra parte, si bien es cierto que Companys, como president, no tenía ni la mitad de poder que había ostentado al inicio del conflicto, su respuesta sería bastante ilustrativa. El president Companys declararía que no daba apoyo a aquella iniciativa, porque la República todavía podía ganar la guerra (con los tanques franquistas avanzando hacia el interior de Catalunya), y por aquel territorio podría crecer la raíz de una Catalunya independiente. La pregunta es... ¿Macià habría reaccionado de la misma manera?

El exilio republicano en el Rosselló, después de que la propuesta de Estat Català no hubiera sido aceptada / Fuente: The New York Times

¿Hay alguien capaz de poner al país de pie con un puñetazo sobre la mesa?

Macià y Companys son las grandes figuras históricas de Esquerra Republicana y los que mejor explican esta dualidad que preside la historia del partido. Son dos figuras ideológicamente opuestas, que convergían en el objetivo de crear un escenario de libertad y de progreso, pero que divergían en el horizonte de este paisaje. Durante sus 93 años de historia, la existencia de Esquerra Republicana siempre ha sido presidida por esta dualidad y, sobre todo, por los movimientos oscilantes provocados por esta lucha cainita por el control de la organización. ¿Por qué ahora tendría que ser diferente? ¿Esquerra Republicana es prisionera de una espiral intemporal? Si es que sí, ¿queda bastante claro quién juega el papel de Companys? Sin embargo, lo más importante... ¿al otro lado, hay alguien capaz de poner el partido y el país de pie con un puñetazo sobre la mesa?