Catalunya siempre ha sido un país de brujas y hechiceras. Durante el largo milenio medieval, la magia ancestral y el cristianismo oficial —en relativa convivencia— crearon un curioso sincretismo, básicamente en la cultura popular, que alimentó a la una y al otro. Un hecho que desmiente el dibujo de una Edad Media de grandes persecuciones de brujas. Las fuentes documentales explican que las brutales cazas se iniciaron a finales de la centuria de 1500 y alcanzaron su punto culminante en la centuria de 1600. Durante este siglo largo se produjeron dos hechos fundamentales que lo explican. El primero fue la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), el rearme ideológico de la Iglesia católica, que tenía que hacer frente al protestantismo. Y el segundo, y definitivo, fue el triunfo de la ideología de la razón de Estado, formulada por Maquiavelo (1514), que postulaba un nuevo modelo de poder personificado en la figura del monarca y sustentado sobre el encuadre y la uniformización de la sociedad. La brujería quedaba, definitivamente, proscrita.
Proscrita y brutalmente perseguida, pero terriblemente temida. Tanto entre las clases humildes como, sorprendentemente, entre las pretendidamente letradas clases privilegiadas e, incluso, entre las clases gobernantes. En la corte de Madrid, durante el conflicto de los Segadores (1640-1652) se produjeron una serie de inesperadas y espectaculares defunciones que, rápidamente, se atribuyeron a la brujería. El 6 de octubre de 1644, en pleno conflicto, moría a los 42 años la reina Isabel de Borbón, esposa del rey hispánico Felipe IV y considerada la soberana más atractiva de Europa. Isabel murió estrangulada a causa de un "fuego de san Antonio", lo que hoy día conocemos como herpes, que, según las fuentes, le dejó la cara, el cuello y el pecho como un mapa de volcanes en relieve. Pero lo peor, políticamente hablando, todavía estaba por llegar. Dos años y tres días más tarde, el 9 de octubre de 1646, moría inesperadamente a los 20 años el príncipe heredero Baltasar Carlos, el único hijo varón de Felipe IV y de Isabel de Borbón.
Baltasar Carlos enfermó y murió ahogado oficialmente a causa de las llagas supurantes de una viruela fulminante que le obstruyeron la boca y la garganta. Aquel rápido desenlace no impidió, sin embargo, al primer caso conocido de contraesoterismo en la corte hispánica. La monja María de Ágreda, confesora del rey Felipe IV, ordenó poner en la cama del príncipe moribundo el cuerpo momificado de san Diego de Alcalá. Aquella macabra escena explica la existencia de una cultura mística plenamente instalada en la corte hispánica, que tenía la misión de combatir los pretendidos ataques de la magia en general y, particularmente, los de la brujería catalana. Isabel y Baltasar Carlos murieron, inesperadamente, en un contexto bélico marcado por las atrocidades que los soldados hispánicos cometían sobre la población civil catalana. Y María de Ágreda, que desde la muerte de Isabel (1644) había sido lo bastante hábil para sumar a su condición de confesora real la de asesora de Estado, se había convertido en el dedo siniestro que señalaba Catalunya.
"Malas mierdas te ahoguen" no era una maldición más. Cuando menos, en aquella Catalunya barroca —en todos los sentidos de la expresión— que aspiraba a tener un papel y una voz propias en aquel mundo cambiante. Las fuentes que documentan las penas impuestas por el uso público de blasfemias y maldiciones la sitúan en una categoría de primer grado. Dicho de otra forma, no se castigaba con la misma pena (generalmente azotar públicamente al infractor) a quien "se cagaba" —con la boca llena y en la vía pública, naturalmente— en una figura del santoral católico o, incluso, en la divinidad, que a quien hacía uso del oficialmente considerado corpus de maldiciones que tanto la sociedad como las autoridades (civiles y eclesiásticas) asociaban directamente con el mundo de la brujería y les atribuían la categoría de sentencia. Tanto las fuentes documentales como la tradición oral que nos llega hasta la actualidad revelan que "Malas mierdas te ahoguen" era también una expresión muy ceñida al ámbito de las estigmatizadas comunidades gitanas de Catalunya.
La cultura de la maldición catalana llegó a la corte hispánica para quedarse. La castellana María de Ágreda tan solo fue la pionera: la primera que señaló claramente Catalunya —cuando menos la ancestral y temida brujería catalana— como la causante de todos los males que pretendían destruir la monarquía hispánica. Después de este curioso y pintoresco poliedro formado por Felipe IV, Isabel de Borbón, el heredero Baltasar y la monja mística, durante medio siglo como mínimo —hasta que se agotó la dinastía de los Habsburgo hispánicos, en 1700—, la corte de Madrid acogería permanentemente a las brujas y las hechiceras más reputadas de los dominios de la monarquía hispánica. Siempre con la mirada puesta en Catalunya y en competencia con los médicos reales y los exorcistas oficiales, hasta crear un paisaje cortesano —que en aquella época equivalía a decir un dibujo del poder— que era el hazmerreír de todas las cancillerías de Europa, según revelan las fuentes documentales.
Después de Isabel de Borbón y de Baltasar Carlos llegaron otros episodios (ilustres víctimas de una muerte espectacularmente dolorosa) que no hicieron otra cosa que realimentar el mito. El rey Felipe IV murió a los 60 años —el 17 de septiembre de 1665— oficialmente a causa de una disentería, una enfermedad muy frecuente en los insalubres campamentos militares, pero sospechosamente difícil de adquirir en un entorno cortesano. Según las fuentes, Felipe IV no murió estrangulado ni ahogado, pero durante dos semanas sufrió violentísimos y dolorosísimos episodios de diarrea que lo desangraron hasta causarle la muerte. Un diagnóstico que encajaría más con una intoxicación por envenenamiento que con la sospechosa versión oficial. Felipe IV, después de enviudar y perder a su heredero, se había vuelto a casar, con la prometida del difunto príncipe. Los reyes engendraron al futuro Carlos II (llamado en la corte "el hechizado"), que protagonizaría una de las páginas más espantosamente descriptivas de aquella cultura contraesotérica.
Según las fuentes documentales, Carlos II fue concebido en una cama totalmente repleta de restos óseos de santos y nació con un gravísimo déficit físico e intelectual. En su edad adulta fue sometido a mil tipos diferentes de terapias médicas y esotéricas con el propósito de conseguir que procreara y garantizar así la continuidad de la dinastía hispánica de los Habsburgo. Las mismas fuentes revelan que se le administraron dosis increíbles de afrodisíacos, de metales y de drogas, y que su habitación se convirtió en una exposición permanente de cuerpos momificados de santos y de místicos, que lo acompañaban silenciosamente en la tarea encomendada con la reina de turno. Carlos II murió a los 35 años (1700), a causa de las enfermedades sobrevenidas por la medicación administrada, sin haber conseguido engendrar a un heredero. Las fuentes también describen la cámara de muerte de Carlos II como la versión cortesana de un aquelarre y la señalan como el lugar donde el rey firmó el polémico testamento a favor de Felipe de Borbón, el futuro Felipe V.
En aquel largo siglo que abarca los reinados de los dos Felipes (el cuarto y el quinto) serían diversas las pretendidas (o no) víctimas de la brujería catalana. Sin embargo, el caso más paradigmático es el de Francesco Pio di Savoia, cuarto capitán general borbónico de Catalunya (1715-1719 y 1720-1722) y ejecutor de las obras de la Ciutadella, el gran cuartel militar "para dominar al pueblo de Barcelona", que representaron el desahucio de más de 1.000 familias del barrio de la Ribera (una quinta parte de la población de la ciudad). Pio de Saboya, convertido en "caballerizo mayor de la casa del príncipe de Asturias", murió la noche del 15 de septiembre de 1723 en Madrid. Según las fuentes, Pio de Saboya había acudido a la fiesta de cumpleaños del duque de Mirandola y cuando volvía a su palacio su carruaje fue literalmente arrastrado por un torrente que se había formado en el transcurso de una fuerte e inesperada tormenta. Su cuerpo fue localizado al día siguiente, a 12 kilómetros, flotando en el río Manzanares. ¿Era la venganza de las brujas de la Ribera?