Aparece con gafas metálicas, mochila colgada a la espalda, sin abrigo y con unas deportivas verdes. Me recuerda al estilo inolvidable de T.J. de La banda del patio: el mismo carisma, probablemente algo más de timidez y la silenciosa perseverancia de vivir las cosas con la ilusión de un crío. Se nota que Manel Alías (Berga, 1977) es una persona de una discreción deliciosa, comprometida con descartar la pesadez y estrujar los buenos momentos, ya sea por convicción o por supervivencia; se nota hasta en su caminar ligero y jovial y en su media sonrisa sostenida, casi irreductible. El excorresponsal en Rússia de TV3 y Catalunya Ràdio tiene pinta de colega de barrio y de camarada fiel. Para venir de una guerra, proyecta una inverosímil paz exterior que fascina. Con 23 años entró en la televisión pública catalana y con 38 se fue para Rússia para cubrir todo el terreno soviético. Volvió a casa y cuando meses después Vladímir Putin invadió Ucrania con bombas, tropas y matanzas, cogió un avión para cubrir la guerra sin que nadie se lo pidiera. No había otra forma.
Ahora se estrena en el universo de los pódcasts con Parem l'antena, un cambio de rasante a todo gas. ¿El motivo? Quiere escuchar las historias de desconocidos que tienen mucho que decir, cada semana con una etiqueta distinta, cada miércoles con una condición sobre la que entrevista a personas desde perspectivas muy diferentes: des de Rosa García, escuchadora de voces, a Josep Socarrats, crítico culinario, o Gustavo Adolfo Bécquer, que tenía que ser poeta pero se conformó con ser saltador de salto de altura. Dice que si pudiera se retiraría en la radio y le brillan los ojos al imaginarlo. Manel Alías no sabe tirar adelante sin la capacidad de sorprenderse en cada momento por primera vez.
¿Como nace Parem l'antena?
La dirección de Catalunya Ràdio me ofreció venir a la radio y dije que sí enseguida, creo que incluso ellos se sorprendieron. Pero vine en enero y las parrillas radiofónicas ya estaban cerradas. Cuando me ofrecieron hacer un podcast me encantó y no tardé en plantear esta idea, que creo que como formato es muy interesante y da mucho juego. Intento que, aparte de interesante y entretenido, le puedas sacar un provecho. La única dificultad es que no puedo decir que sea un podcast temático.
¿Y por qué quisiste que fuera una propuesta transversal?
Porque a mí me vienen muchas ideas normalmente, e intento no hacer caso a todas las que me llegan, porque si me ocupan después ya las tengo que hacer. Al final son conversaciones inspiradoras. Tampoco necesito ser un experto de ninguno de los temas que toco, sino dejar que la gente se exprese y se explique. Yo creo que todo el mundo tiene una entrevista interesante. Si te fijas, el punto de partida lo marco yo y conduzco las conversaciones, pero lo hago de una manera casi transparente. Desaparezco. Es la gente quien se acaba expresando. Y de aquí viene Parem l'antena, que es el hecho de escuchar activamente. Todo el mundo tiene cosas interesantes que decir, pero muchas veces no sabemos escuchar. Y este es un podcast para escuchar.
¿No sabemos escuchar?
Todo el mundo está más preocupado en lo que dirá su yo. No es una crítica, sino una descripción de los hechos que a mí también me pasa, pero muchas veces tú tienes a alguien explicándote una cosa y quizás ya estás pensando en qué responderás o qué le preguntarás, en vez de estar escuchando exactamente qué te está diciendo. Es difícil estar concentrado. Y también es difícil que te interese de verdad lo que te dice alguien más. No escuchamos lo suficiente por muchos motivos. Y la clave de todo, para mí, es escuchar.
Todo el mundo tiene una entrevista interesante, pero muchas veces no sabemos escuchar
Justamente el periodismo tendría que hacer eso y ahora estamos en un momento de hiperactividad en el que no se nos permite detenernos a mirar.
Ahora todo tiene que ser muy rápido, inmediato, las cosas caducan en segundos. Y este podcast pretende ser una respuesta a eso. También alguien te tiene que informar de la actualidad, pero yo propongo parar media hora a la semana para escuchar. E incluso eso ya cuesta. Hay mucha gente que me está diciendo que le está encantando pero que ha tenido que interrumpir el capítulo en el minuto 5. Cuesta encontrar media hora para escuchar una cosa. Vivimos en un mundo trepidante, y yo creo que el periodismo que quiere correr demasiado se equivoca.
Vemos muchos podcasts que son conversaciones con personas mediáticas, pero el tuyo se centra en historias de personas desconocidas. ¿No suponía un riesgo saber que las historias de gente anónima pueden interesar menos?
Este podcast tiene muchos riesgos. De entrada, que yo venía de hacer una cosa muy marcada y he dado un giro drástico. Pero yo sigo siendo yo, exactamente el mismo periodista. La gente que busque al Manel que explique algo de Rusia no lo encontrará aquí, pero sí que encontrará a Manel. Y creo que una de las funciones que tenemos los periodistas es dar voz a quien no la tiene habitualmente. Y eso es una de las cosas que me gusta hacer.
Aunque te pueda perjudicar en audiencias.
Evidentemente, en el mundo del periodismo hay muchos cálculos. Si entrevisto a alguien muy activo en las redes, solo con que me haga un retuit ya ganaré mucha audiencia. Pero yo no me muevo por estos parámetros. Me muevo por el parámetro que quien lo escuche lo encuentre interesante. Pero eso es mi idea, después evidentemente tú trabajas en una empresa que seguramente quiere resultados. Si casan las dos cosas, que es como tiene que ser, mejor. Pero yo me dirijo a la gente de buena fe. Ojalá funcione y sea un éxito.
Se te ve contento de pasar del periodismo frenético al periodismo slow.
Totalmente. La otra cosa es que me lo dejen hacer durante tiempo, que ya no depende de mí. Pero el trabajo que estoy haciendo ahora para mí es de ensueño. Me lo estoy pasando súper bien, me encanta. No sé si alguna vez me lo he pasado tan bien trabajando como ahora.
¿Te daba miedo que te hubieran etiquetado?
No, pero soy consciente de que puede pasar y que hay mucha gente que puede pensar que lo mejor que yo habré hecho en mi carrera profesional ya está hecho. Puede ser, no lo sé, pero no me preocupa. Sé que tengo varios registros dependiendo del tono y del tema que esté tocando. Por ejemplo, yo podría hacer un late night pero lo tendría que hacer a mi manera. Otra cosa es que me interese. Quiero decir, que nos encasillamos muy rápido. Mi decisión más cómoda hubiera sido seguir cultivando cómo me ve la gente, que es como experto en Rusia. Lo hubiera podido hacer y me lo hubiera pasado bien, a mí me interesa mucho Rusia, pero yo no quiero ser recordado toda mi vida por aquello que hice en 2022, o del 2015 al 2021. Yo quiero seguir.
¿Sigues lo que pasa diariamente en Rusia-Ucrania?
Día a día no, pero tampoco creo que haga falta. Eso es para los muy cafeteros.
Pero los cafeteros no tienen la sensibilidad que puedes tener tú.
Yo creo que no hay que seguir el minuto de un conflicto como el de Ucrania como oyente, espectador o ciudadano. ¿Para qué? Si tú te fijas en qué ha pasado de sustancial, sustancial, sustancial en los últimos dos meses... no mucho. Se sigue luchando la misma población: Bajmut. Hay algunos movimientos, pero son muy menores. Entonces, ¿hay que saber cada minuto? A mí no me hace falta. Soy muy capaz de desconectar un tiempo y volver a engancharme. Si tú hicieras un seguimiento bien hecho de la guerra de Ucrania una vez al mes estarías muy bien informado porque verías los cambios que realmente son cambios.
Hay mucha gente que puede pensar que lo mejor que yo habré hecho en mi carrera profesional ya está hecho; no me preocupa
¿Por qué la guerra ya no abre portadas?
Eso es un buen tema y un buen debate y podría ser muy largo. Si ahora estamos hablando demasiado, o demasiado poco, a mí me es muy difícil valorarlo. Por una parte, y que yo recuerde, creo que la guerra contra Ucrania es la que más se ha explicado en los medios de comunicación. Por otra, es verdad que ahora hay menos información que al principio, pero eso tiene una cierta lógica. El problema estará en qué pasará si la guerra dura 5, 6 o 7 años, porque no olvidemos que ya había guerra en el Donbás y la gente se había olvidado. Para mí la clave, y eso sí que va bastante a contracorriente, es hablar mucho de ello cuando no hay guerra. Si se hiciera buen periodismo continuamente sería mucho más difícil que empezara la guerra, pero el periodismo muchas veces se mueve por relámpagos, y el paisaje antes de la tormenta es importante. Tanto o más que explicar bien la guerra, me preocupa explicar estos lugares cuando no hay guerra. Y en eso seguramente se falló antes de que empezara.
Pero Ucrania y Rusia están en Europa, los tenemos aquí al lado. ¿Como puede ser que se haya mirado tantos años hacia otro lado?
Sobre Rusia se ha caído demasiado en tópicos, en solo informar sobre lo que refuerza tópicos, y no hemos sabido ver muchas otras cosas. Como, por ejemplo, que había una dictadura funcionando en Rusia antes de la guerra. Me da la sensación que mucha gente ha descubierto a Vladímir Putin en el momento en que ataca Ucrania, y Vladímir Putin ya era peligroso en el 2000. Después empieza la guerra y miramos a toda prisa cómo nos podemos desenganchar del gas ruso, y eso es un trabajo que ya tienes que tener hecho. Falta mirarnos las cosas con más tranquilidad cuando no pasa nada extraordinario. Y eso es difícil tanto para los periodistas como para los ciudadanos. Todos queremos historias súper extraordinarias, que son las que tendrán los likes y los retuits, pero si quieres entender un sitio lo tienes que mirar cuando aparentemente no hay nada extraordinario.
Haces mucha crítica al periodismo pero tú te jugaste la vida en su nombre.
Yo soy muy crítico con nuestra profesión pero pienso que suerte tenemos de ella. Veo muchas carencias que no tendría que tener —porque todos sabemos que hay mucho pseudoperiodismo, un periodismo que no es de verdad—, pero, a la vez, pienso: ¿si no estuviéramos, como sería el mundo? Suerte tenemos de él. Vivimos en un lugar muy avanzado. A través de los medios de comunicación nos llegan mensajes que pueden marcar líneas muy buenas, por ejemplo, en materia de feminismo o de cambio climático. Soy crítico porque creo que lo podríamos hacer mucho mejor, pero a la vez digo que suerte tenemos del periodismo. Entonces, en mi caso, me pareció que me tocaba ir sin darle demasiadas vueltas. Sabía el idioma, conocía el lugar, y TV3 y Catalunya Ràdio no tenían a nadie más que pudiera entrar en Rusia. No llegamos ni a discutirlo. Cogí y me marché antes de que empezara la guerra, cuando ya se empezaba a hablar de cómo se estaban situando las tropas rusas. De hecho, el día que empieza la guerra, entro en el Donbás porque ya tenía todos los permisos hechos. Fui de los pocos periodistas que pudo entrar.
Soy muy crítico con nuestra profesión porque creo que lo podríamos hacer mucho mejor, pero a la vez digo que suerte tenemos del periodismo
¿Cómo lo conseguiste?
Tuve dos casualidades. Las dos no son de ser buen periodista, son de tener suerte. O mala suerte, depende de qué me hubiera pasado. Yo estaba convencido de que Putin no lanzaría aquel ataque y les vendí a mis jefes que, en el momento que todo el mundo diría que empezaba una guerra, yo estaría en el lugar diciendo que ya había una guerra —la del Donbás— y que estaba todo igual. Dos o tres días antes, cuando íbamos a entrar yo y mi cámara con todos los permisos en regla, no nos dejaron pasar. Y eso, junto con que Putin empezaba a sacar a gente del Donbás diciendo que les estaban sometiendo a un genocidio, me dio la primera indicación de que quizás sí que pasaría algo serio. Al día siguiente de que no me dejaran entrar cubrí la historia de por qué la gente salía de allí. Y, por casualidad, me encuentro al jefe de la República de Donetsk. No había ningún otro periodista. Le fui a hacer un poco de entrevista y cuando acabo le digo: "me da la sensación que quizás no queréis que veamos alguna cosa que está pasando aquí dentro, porque tenía todos los permisos y me echaron atrás". Y claro, él, que lo acababa de entrevistar y lo estábamos grabando, empezó a preguntarme que cómo podía ser, y les dijo a los gorilas que lo acompañaban que me lo arreglaran. Me dijeron que volviera al cabo de 48 o 72 horas, no lo recuerdo, y cuando me levanto el día que tenía que ir, empieza la guerra.
Te han dado cuatro premios por esta cobertura. ¿Cómo te hace sentir que te hayan premiado por cubrir una cosa que ha hecho tanto de daño?
El sentimiento siempre es ambivalente con eso, pero ya que has ido, y si creen que he trabajado bien, mejor que te lo valoren. Eso es bonito. No tengo nada en contra de los premios. Soy un redactor de informativos, ni el presentador, ni dirijo un programa, ni soy de estos periodistas estrella. Yo hacía reportajes y crónicas para los informativos de radio y tele. Me gusta para reivindicar esta figura.
¿Te has sentido mitificado o idolatrado cuando has vuelto?
Lo que hago yo es desmitificar las coberturas de la guerra. Porque sí que me he dado cuenta que, por como habla la gente, te ponen en una especie de pedestal con eso de cubrir la guerra. Incluso he visto periodistas y gente que está en las universidades que querrían hacerlo. Y yo con lo único que llamo la atención para ir es que, si sabes de qué estamos hablando, de acuerdo —porque para mí te tiene que interesar una guerra de la misma manera que alguien se haría voluntario para ir a un país en crisis—, pero no para convertirte en un periodista estrella. Y me da la sensación que, aparte de por esta admiración, algunos querrían estar para situarse en el foco. Eso es lo que es peligroso. Los periodistas tendríamos que pasar bastante desapercibidos.
¿Te has encontrado con esta egolatría?
Sí. Totalmente, hay mucha. Pero no me gusta hablar de los otros.
¿La guerra te ha enseñado alguna cosa?
No, por mi manera de ser. De la misma manera que yo cada vez que abro el grifo y cae agua, sé la suerte que tengo. Tengo mucha empatía con la gente que sufre y no me hace falta. Para mí la guerra es, hostia, una decepción muy fuerte, muy fuerte. Y eso no lo puedo superar. Es el fracaso de la condición humana de una manera tan clara, tan absurda... no la puedo entender. Se me escapa todo. Y fíjate, a mí me ha tocado explicar una cosa que, si yo fuera sincero del todo, tendría que decir que no se puede entender de ninguna manera. En este sentido sí que es una lección.
¿Estás cansado de que se te pregunte por todo eso?
No, solo que yo me siento periodista y me gusta hablar de lo que le pasa a la gente, no de lo que me pasa a mí. Y ser el centro de atención siempre me genera un poco de incomodidad.