Después de un prólogo que nos sitúa en la certeza de que estamos ante un thriller de aires clásicos, los primeros minutos de Mano de hierro vendrían a ser la síntesis de los problemas que acaba teniendo la serie por ser lo que querría ser. Seguimos a Joaquín Manchado (Eduard Fernández) en su paseo por el escenario principal de la función, el Port de Barcelona, donde actúa a modo de terrateniente de serial clásico para controlar el tráfico de drogas. Durante el trayecto se va encontrando al resto de personajes principales y cada diálogo que mantienen incluye la información necesaria para que el espectador sepa quién es quién en relación al protagonista. Es un recurso tan inverosímil como, en el fondo, perezoso, porque se hace postizo y también un poco ridículo.
Esta es la línea en la que hace equilibrios el resto de la serie. Si bien a ratos acierta en la creación de momentos de tensión y juega muy bien con su singular escenario (el puerto es un personaje más de la historia), en otros raya el delirio con estallidos de violencia que resultan más gratuitos que efectivos y con tramas sentimentales llenas de clichés. Es un producto entretenido y solvente desde el punto de vista técnico, pero pierde tanto el tiempo en arbitrariedades y malvados de opereta (¿por qué en las series sobre narcotraficantes estos llevan escrito con neones en la cara que lo son?) que acaba transmitiendo la sensación de una oportunidad perdida.
Si se tiene que ver el vaso medio lleno, Mano de hierro da algunos motivos para serle fiel a lo largo de sus ocho episodios. Quizás Chino Darín no era el actor más indicado para apuntalar el misterio y los tormentos de su personaje, pero la serie sabe construirle un buen arco dramático por más que el twist final tenga una inspiración demasiado directa a una película muy celebrada. Con el de Fernàndez pasa al revés, que funciona muy bien gracias al actor y sus aires mefistofélicos, pero merecía más minutos en pantalla y no tantos flashbacks explicativos. Pero los que se acaban apropiando de la función son los grandes Enric Auquer y Sergi López, que son los que más margen tienen para trabajar los matices de sus respectivos papeles y también los protagonistas de la mejor escena, con diferencia, de toda la serie. Es cuando sus personajes aparecen en pantalla que Mano de hierro encuentra el tono que parece estar buscando todo el rato, con una atmósfera de noir de barriada en que la codicia lo devora todo y las aspiraciones siempre acaban en tragedia.
Está la sensación de que lo importante es generar momentos de impacto estratégicamente repartidos para garantizar un consumo inmediato que acabe antes del siguiente estreno
Las irregularidades de la serie son, en el fondo, inherentes a muchas producciones de Netflix, vengan de donde vengan: esta sensación que aquí lo importante es generar momentos de impacto estratégicamente repartidos para garantizar un consumo inmediato que acabe antes del siguiente estreno. Si no hubiera caído en la tentación de parecerse a tantas cosas y hubiera trabajado más su progresión dramática, Mano de hierro habría podido despuntar mucho más. Tal como ha quedado es una serie más de Netflix y, como la inmensa mayoría de sus estrenos, se olvidará con rapidez.