“Siento el asombro de un transeúnte solitario”, cantaba en Pájaros de barro, uno de sus temas más populares en más de 40 años de carrera. Se podría afirmar que esa frase resume un estado de ánimo, o una lectura del entorno, que no ha cambiado, acaso se ha multiplicado. Manolo García (Barcelona, 1955) es una leyenda viva, probablemente a su pesar, camuflada entre el ruido y el sinsentido. La música y la pintura, la lectura y la naturaleza, son los refugios para un artista que, sin sombra de divismo en el comportamiento ni en las venas, combate la estupefacción con canciones.
Canciones como las 27 que dan cuerpo a los dos discos que ha lanzado recientemente, Mi vida en Marte y Desatinos desplumados, y que forman parte y dan coherencia a uno de los mensajes más repetidos en una larga hora de charla: “Con los años vas aprendiendo a no perder el tiempo, porque también te queda menos tiempo para perder”, afirma. García aprovechó muy bien las horas de encierro a los que la pandemia obligó, y el resultado es poesía, tierra, amor y emoción.
Extremadamente amable aunque sin demasiados pelos en la lengua, el artista no esconde sentirse casi un alienígena en un mundo dirigido sin freno al desastre, a la autodestrucción. Tampoco parece amigo de la nostalgia: “Pretendo estar en mi presente, no corriendo por delante buscando no sé qué cosas que quizás no llegarán, ni estar anclado en el pasado. Por supuesto que los recuerdos existen, te puedes parar o complacer en ellos, pero intento tener la capacidad de que mi tiempo no se escape”. De nuevo el tiempo. Orgulloso de sus raíces, hijo del aquel Poblenou invadido por las fábricas, donde el humo hacía desaparecer el olor a mar, y nieto de un pueblo de Albacete en el que pasaba semanas y meses durante una infancia marcada por esas carencias que te quitan muchas tonterías de encima (“no es que se te quiten, es que nunca llegas a tenerlas”), Manolo García es, o da la impresión de ser, una rara avis que camina tan ajena como puede hacia los estímulos que distraen o apartan de la meta.
Acabas de decirle al fotógrafo: “Es más fácil componer una canción que posar para las fotos”.
Es que mi objetivo en la vida no era vivir de mi cuerpo (risas), más bien de mi mente y de mi corazón, de mi creatividad. Estamos en un mundo donde la imagen es muy significativa: hay millones de personas físicamente bellísimas, fotogénicas, y yo soy una especie de tomate con patas... Pero si quieres difundir tu trabajo, tus discos, tus conciertos, tienes que promocionarte. Todo es marketing, todo es publicidad, todo es promoción. Vivimos un bombardeo constante, una comida de coco absoluta, a merced de una venta voraz; nos lo quieren vender todo. Que un algoritmo escuche o lea una palabra tuya en el móvil, que inmediatamente te manden anuncios de eso, es algo infernal, lesivo para la salud, pasado de vueltas. Hemos cambiado los años de la televisión, que es un remanente, incluso de la radio, por una época de fuerza desmesurada de las redes sociales. Es lo que hay. O te alías con tu enemigo o feneces.
Quizás no sea por falta de ganas, pero tampoco puedes decirle al mundo: ¡Párate un momento que me bajo!
Hay gente que lo hace, contadas personas en contadas ocasiones que se alejan del disparate que significa la vida cotidiana en cuanto a prisas, a presiones, a manipulación, a mentiras... Estamos sobreinformados y hay una alta posibilidad de confusión. Eso conlleva también a angustias y malestar, nos estamos alejando de la esencia de la vida, que es la paz interior.
Vivimos un bombardeo constante, una comida de coco absoluta, a merced de una venta voraz; nos lo quieren vender todo
Esta necesidad de venderse constantemente, ¿cambia un poco cuando hablamos de artistas tan consolidados como tú? Entiendo que lo necesitáis menos...
Bueno, buscas tus caminos, tu propia vía. Yo vengo de un tiempo en que la promoción de un disco era bastante sencilla: ibas a la radio, algún programa de televisión, hacías algunas entrevistas con la prensa, unas fotos y ya. Ahora tienes que ofrecer contenido constantemente, colgar fotos en las redes, vídeos... Yo me pongo un poco de codos, no me presto a todo. Hay cosas que no puedo eludir: si hay que hacer un videoclip... hacía muchísimo tiempo que no rodaba uno, no me interesaban demasiado, aceptaba que era un modo de promoción pero me escaqueaba bastante. Ahora he aceptado. Pero a mí me interesa la música, el tiempo que tenemos todos es limitado, y yo prefiero gastarlo en una propuesta que sea lo más razonable posible también para el tiempo de los otros: comedida, no pretendo estar inundando las redes con imágenes, ya lo hacen los otros por mí sin yo pedirlo ni quererlo. Son tiempos confusos...
¿De inflexión hacia un nuevo mundo?
Hacia la nada... pero mientras llega, que nuestro algo pequeñito, personal de cada uno, tenga sentido. Estar esclavizado, enganchado a un aparatito de plástico, que pagas tú y del que otros obtienen un rédito desmesurado, y que usen la necesidad de los egos... Saben que a todo el mundo le encanta mostrarse. La gente piensa que con poner cuatro fotos en su Instagram o en su Twitter pasará a la historia. Y no, aquí no pasa nadie a la historia. La historia nos pasa por encima. Mientras tanto puedes escoger si cuando acabas tu día de trabajo te vas a pasear o a darte un baño en el mar, o si vas a estar cinco horas enganchado a una pantalla. Eso lo eliges tú. Yo prefiero ir con mi Pío Baroja encima (saca del bolsillo un ejemplar de ‘La fiebre de los discretos’) y a ratos leerme un par de capítulos. Evadirme, pero en un camino a la reflexión, a la libertad, no al adocenamiento. Que la tecnología sea algo necesario sin lo que no podemos vivir... me niego, no lo acepto, yo practico un deporte nuevo, la abstención. Claro que utilizo la tecnología, pero en su medida. Tampoco tengo ningún ánimo de polemizar, ya somos mayorcitos, que cada uno haga lo que quiera. Pero estamos enloqueciendo como sociedad, un mundo global que sigue creciendo, con unos recursos que van menguando, con una inquietante subida de la temperatura en el planeta, con tensiones geopolíticas, con pandemias... Es el momento para la reflexión, para bajar la marcha.
La gente piensa que con poner cuatro fotos en su Instagram o en su Twitter pasará a la historia. Y no, aquí no pasa nadie a la historia. La historia nos pasa por encima
La dichosa frasecita de la pandemia, que no había quién se tragara: De esta salimos mejores. Ni de coña.
Absolutamente de acuerdo. La esencia humana, nuestra genética, es violenta. Para eso se inventaron las religiones y la política, para sobrellevarlo e intentar arbitrar el comportamiento humano. Si esto se desmadra, el instinto natural es de todos contra todos y a garrotazos. Y eso no puede ser así. Cada vez es más necesario el arbitraje: nos queda el político pero manda el económico. Ellos pitan sus jugadas, siguen un modelo que para ellos es el mejor, el de la élite. Pero la gran masa humana entra en un tiempo que no es nuevo: siglo a siglo, los continentes se han atacado, se han invadido. Ahora hay movimientos demográficos muy importantes... Ya no podemos aspirar a tener comida, un chalet, un Ferrari, el móvil más caro y vacaciones en el Caribe. Somos muchos, y si no se organiza el tráfico... la Tierra es un planeta finito que da para lo que da. Y uno es un mono pequeñito, peludo y tonto, aquí con sus canciones y sus cosas y su vida... cada uno nos miramos el ombliguito pero estamos inmersos en una situación global inquietante.
Sé que no viene de ahí, pero toma sentido el título del disco Mi vida en Marte. Dan ganas de mudanza.
(risas) No es otra cosa que lo de paren el mundo que me bajo. Siempre ha habido mentes preclaras que se han dado cuenta del disparate humano, que la actividad humana está pasada de vueltas. No hace falta. Llega un tiempo de reflexión, pero para la gente de la calle. Hay poderes superiores que con hilos invisibles deciden, de ellos depende nuestra angustia, nuestra felicidad, nuestra calma. En pleno siglo XXI, con tanto camino hecho, con una historia escrita con sangre, ¿no podríamos llegar a un tipo de comportamiento global razonable, compasivo, humanitario? Parece que no. Seguiremos haciendo canciones...
Durante la pandemia, la gente acudió a la música, al cine, a las series, a la lectura... Tú escribiste dos discos.
En el planeta, son muy pocas las personas que pueden desarrollar una tarea que les complace, que les llena. Habitualmente la gente tiene que ganarse la vida con cosas que no son de su agrado. Pobres si no tienen un pequeño respiro al terminar el día, el fin de semana, si todo se reduce a la tensión del día a día... El arte es gloria bendita, te permite romper esa cuerda que te lacera día a día. Gracias a los dioses, que nos han dado el arte y la cultura.
Me cuesta encontrar discos con un mensaje, una idea global, ¿lo hay en tus dos nuevas criaturas? ¿O hay que buscar el mensaje canción a canción?
Es una opción muy personal, en los 60 y los 70 se daban más los discos conceptuales, eso se ha perdido. La gente se tira al single rápido. La vida vertiginosa ha cambiado también la manera de componer, pero va pegado al artista: los hay que tienen necesidades interiores de abrir un abanico de expresión y lo desarrollan. Otros no, y yo soy de los segundos, hago canciones. Hay una vía común, las obras de todos está dibujada por las inquietudes de cada uno, sus negaciones, sus sufrimientos, sus disfrutes, sus conceptos de la vida, cómo se sienten en el mundo... Ese cúmulo de cosas te da canciones. Al final, hay una constante, y en mis trabajos sería el amor a la naturaleza, la compasión... Escribí una canción, Compasión y silencio (que forma parte del disco Los días intactos) porque creo que el mundo habla demasiado, que es una cacofonía.
No me considero icono de nada; a veces sí tengo demasiado orgullo, pero ninguna vanidad
Mi idea sería un mundo más lento, esa velocidad que busco y muy pocas veces consigo en la vida. Esa es mi caña de pescar, la tiro a ver si pica algún pez de la calma, de las sensaciones más moderadas, de la parquedad... Eso está en todos mis discos, pero luego voy canción a canción. También con mi amor por el léxico, por la lengua, por la literatura, que están ahí siempre. Nunca he tenido la necesidad de hacer un disco conceptual, global. Y no creo que haya tantos artistas que lo hagan: en muchos casos no me lo creo, probablemente lo piensen después y nos vendan la moto. Al final, estamos en un mundo en el que todos vendemos motos, compra-venta, compra-venta...
Hablemos ligeramente sobre el pasado. ¿Es si volverá El Último de la Fila la pregunta que más veces te han hecho?
Seguramente, una de las que más (risas).
Tenéis una buena relación, y de vez en cuando os habéis reunido para tocar. Sois memoria emocional, es un hecho... ¿Cómo se convive con ser un icono para tanta gente?
Es que yo no me considero icono de nada, siempre he sido un trabajador de la música, un ciudadano que en un rincón del planeta llega a unos miles de personas que escuchan sus canciones. No divago, mi tiempo es crear, pintar, componer, leer, buscar, aprender, estudiar, no necesito ni surge de mí esa vanidad. Después de veintitantos discos, Los Rápidos, Los Burros, El Último, después en solitario, he tocado aquí y allá, he tocado en conciertos ante miles de personas... ni me lo planteo, tengo muy poca vanidad. A veces sí tengo demasiado orgullo, pero ninguna vanidad. Y a ese orgullo intento amordazarlo porque no aporta nada bueno. La vanidad es inherente a ciertas personas, pero para mí es una pérdida de tiempo: si lo gasto en desplegar la cola de pavo, tengo que estar acicalándome las plumas y dando vueltas para que todos la vean. No me interesa y me quitaría tiempo para hacer canciones, que es muy difícil, no se hace un disco en un mes. Hay días que trabajas muchas horas, que tiras la caña y no pica ninguna canción, ningún fragmento siquiera, ni un riff de guitarra bonito. Hay que volver a la carga, y a eso sí le dedico tiempo. Mi obligación es que si saco un disco esté trabajado, guste más o menos. ¿Icono? Nunca he tenido pretensiones de posteridad, la posteridad no existe. Y si existe no lo sabrás nunca, ya no estarás para celebrarlo. La posteridad me importa un bledo. Si, allá donde esté tu espíritu, te fueran mandando unos jamones de pata negra y unos gintonics, entonces pasar a la posteridad sería otra cosa (risas).
¿Pero a eso se aprende? Porque cuando uno pega un pelotazo como el que pegó El Último de la Fila, ¿ahí la pluma no se despliega ni un poquito?
Cuando uno sabe lo que le ha costado llegar hasta ahí, sabes lo que has sudado, y sabes lo precaria y poco duradera que puede llegar a ser esa situación... Eso por un lado. Pero es que cuando vienes de la pobreza, de una casa sin agua corriente, en la que vas a buscarla a la fuente para poder lavarte o para que tu madre cocine, cuando vienes de hacer tus cosas en el gallinero porque en el pueblo no hay cuarto de baño, cuando has vivido eso en tu infancia se te quitan muchas tonterías. Yo vengo de ahí, no estoy contando el capítulo de un libro de Cela. No hablo de la Alcarria en los años 30. He vivido ese fin de un mundo rural donde todo era muy precario, donde las condiciones de higiene del día a día eran anacrónicas. Eso en el pueblo, y en la ciudad.. yo soy de Poblenou, un barrio obrero en el que las calles no estaban asfaltadas, la tierra era negra del humo de las chimeneas de las fábricas, los críos andábamos a pedradas, y ahí te vas curtiendo. Ves las horas que tiene que echar tu padre por un sueldo magro, jugándose la vida ante las bocas de los hornos en la fábrica de metalurgia donde trabaja... todo eso lo estás viviendo.
Hay gente que me dice que tanta modestia le molesta, pero no es una pose, no he hecho un curso de marketing que me ha aconsejado tirar por la humildad y la normalidad
Luego llegas a ese punto en que estás tocando en la recta de l’Estadi, no recuerdo el año, ante 240.000 personas, y yo ahí no me estaba creyendo Supermán, sino un músico que después de tantos años peleando estaba viviendo algo increíble, que pensaba en aprovecharlo porque seguramente se acabaría pronto. Porque los grupos nacen y se mueren, y tocar ante tanta gente tampoco es habitual. Pero el envanecimiento no va conmigo. Hay gente que me dice que tanta modestia le molesta, pero no es una pose, no he hecho un curso de marketing que me ha aconsejado tirar por la humildad y la normalidad: como todas las estrellas de rock van muy engoladas aparentando estar dos palmos por encima de los demás, mi táctica será ir de normal. No. Yo pienso que la naturalidad es lo que antes llamaban ser auténtico: ser auténtico es ser tú mismo, coño. Si soy así, no tengo nada que explicar. Es que son las canciones las que lo explican todo. Si lo consigo, porque a veces ni eso.
¿Disfrutas igual del escenario que del trabajo de escritura? ¿Engancha ver aquellas caras en el público, si es que las ves?
Sí se ven, sí, eso de que no se ven es un mito. El escenario es un subidón por dos razones: si todo va bien, ves a la gente contenta. Eso es una suerte, encontrar a la gente que ha elegido verte antes de estar en un millón de sitios, y que disfruta contigo. Y la segunda razón tiene que ver, de nuevo, con el tiempo: en un escenario, en un concierto, el tiempo se para. Empiezas, primer guitarrazo, y de repente ya te estás despidiendo. ¿Qué ha pasado? El tiempo se ha detenido, no has sido consciente del movimiento del tiempo. Es una situación muy gozosa, que el alma disfruta muchísimo. Un regalo de los dioses.
Siempre he pensado que había mucho talento buscando nombres para tus bandas. Los Rápidos, Los Burros, El Último de la Fila...
(risas) Es producto del desvarío mental que hemos llevado en nuestra juventud, y del sentido del humor, que es importantísimo en la vida. La ironía, el cachondeo, romper la pose seria, reírte de ti mismo, que es muy sano. El Último de la Fila venía un poco de tanto fracaso acumulado, siendo los últimos ya no se iba a burlar nadie.
Volveré a robarle una pregunta a la compañera Marta Gambín para cerrar la charla. ¿Con qué artistas harías un Tiny Desk estilo C. Tangana?
Hay tantos músicos que me gustan que sería difícil... Bonnie Raitt, John Mayer... ¡O si pudiera cantar con Camarón! He colaborado hace poco con Andrés Calamaro y me ha gustado mucho. O que Eric Clapton me hiciera una guitarra, o Billy Joel hiciera un pianito en una canción mía... (risas) ¡Ellos y muchísima gente más!