Manolo García tiene las cosas claras. Las suyas propias y, por ende, las que afectan a los demás. Su compromiso es innegociable e indestructible. Lo demuestra cuando da una entrevista o al subirse a un escenario. Protesta cuando ve algo que no le gusta o cree que no es justo. Con un discurso que llega a la gente, a su manera y método, con más fuerza y sinceridad que el de la mayoría de políticos. Manolo García tiene la fuerza de un águila, esa misma que se posa fiel en los brazos de los simios, en esa nueva trilogía comandada por Wes Bell. “La cuestión es siempre cómo tratamos al diferente”, decía el director en una ronda promocional. Y en asuntos como ese, en cómo tratamos al que no tiene recursos, anda también Manolo García; la defensa del campesino, también al autónomo que trabaja desprotegido (“nos merecemos un trato digno”, observa), y en general, esa especie humana que puebla el mundo, que se dirige a toda velocidad derecha al descalabro.

Sin embargo, el músico nacido en el Poble Nou de Barcelona, tiene un remedio: la música y su mensaje. Esa que, primero con Los Rápidos seguido de Los Burros, después bajo el manto de El Último de la Fila y, ya una vez aparcada la banda, cabalgando en solitario, ha sido terapia para él y los suyos. Un artista que mide los tempos, calcula porque no conviene ir con prisas y tan al minuto. Sus movimientos tienen un sentido estratégico. Eso sí, lo perpetra con el alma y con el corazón. Por esa razón, cuando anunció la regrabación de parte de su catálogo con Quimi Portet descorchó una botella: la de las hipótesis. Esa que planteaba una nueva gira (que no se dio) de El Último de la Fila. Una acción, que visto lo visto, quizá no era necesaria. El disco, Desbarajuste piramidal, era una maniobra de despiste. Y un capricho, todo sea dicho, bien merecido. Se juntaron, simplemente, por darse el gusto. Porque no es lo mismo quedar para tomar un aperitivo y echar unas risas, que ir a darse un gran banquete. Hay peligro de empacho, y a estas alturas (y a estas edades), eso no es sano. Mejor dejar las cosas como están, con la cañita y las aceitunas nos conformamos.

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Manolo García en el Palau Sant Jordi de Barcelona / Foto: Miquel Muñoz

Así pues, García sigue su trayectoria, en 2022 publicó Mi vida en Marte, culminado con una gira por teatros. Venía de una dolencia ya subsanada y lo más lógico, era tocar en sitios más asequibles y ahorrar algo de energía. Aunque viéndole, es verdad que evitó carreras más largas, pero la esencia estaba ahí, hirviendo como el té o el café con leche de primera hora. Ese sin el que la mayoría de mortales son incapaces de estirar el día. Y para este 18 de mayo, Manolo tenía un plan: tres horas de concierto (con un sold out de 18.000 personas, y otra cita en noviembre pendiente). Sin corsés ni prohibiciones absurdas. El trato es cantar, y bailar. Y eso, Manolo lo hace sin rechistar. Contagia a su parroquia (fiel como la que más) y propone aquello que no logra quienes mandan, que el mensaje sea limpio. Es decir, Manolo habla, pero desde una verdad que es la suya y la de nadie más. No te va a engañar. En sus conciertos, él quiere que rías, y que llores, pero sin trampas, desde la emoción más pura.

Si bien, el inicio es un tanto inesperado, los músicos salen poco a poco, como si fueran al local de ensayo mientras improvisan una jam. Pero al apagar las luces, aquello es un clamor. Manolo García sale a escena, con las notas de Insurrección y una energía positiva e incontenible. Después cae Nunca el tiempo es perdido, un tema que apela a la nostalgia y a vivir el presente. Y ya, al saludar al público, imitación velada a Chiquito de la Calzada, la primera reivindicación, claro está, al pueblo palestino y un mensaje que invita a parar esa barbarie (lleva un pañuelo significativo). Asimismo, tiene un recuerdo para José Mújica (el expresidente uruguayo) y, consciente que él solo no puede llevar el espectáculo, implica a todos, a la grada, a las primeras filas, y a unos guitarristas que se reparten el protagonismo (Albert Serrano y Ricardo Marín).

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Manolo García en el Palau Sant Jordi de Barcelona / Foto: Miquel Muñoz

El sonido es nítido, y más potente del esperado, Manolo baila con esos pasos tan característicos, por un momento coge el pie de micro como Freddie Mercury. Son gestos, detalles, y ese dicho que dice que al que canta, su mal espanta. Una de las piezas más deliciosas es Como quien da un refresco, con la estupenda violinista, Olvido Lanza, en primer plano, y un arranque flamenco de Manolo y ese estribillo ensoñador, “Tu mirada vuela/ Vuela, calma, vuela”. En Azulea, bajan las revoluciones y, como centro de atención, una bailarina con su mantón arriba y abajo (sale más veces cambiando cada vez el vestido). No falta la rumba catalana con La Maturranga y en una senda parecida, Laberinto de sueños. De hecho, esta es la parte más flamenca, Con los hombres azules, tiene ese aire arábigo, es como si saliera del Albaicín granadino, concluyendo así, “Ni al peregrino das posada, ni al sediento agua”. Y reconociendo que siempre ha escuchado música en catalán, ya sea Sisa u otros, invita a subir al escenario a Ivette Nadal (que previamente había hecho de telonera).

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Concierto de Manolo García en el Palau Sant Jordi de Barcelona / Foto: Miquel Muñoz
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Público en el concierto de Manolo García / Foto: Miquel Muñoz

A continuación, baja al público, llegando hasta pasada la mesa de sonido, para compartir la icónica Pájaros de barro (al retornar al escenario, reconoce que desearía ser como Superman y sobrevolar el Palau). En ese punto, Lápiz, tinta ya va lanzada. En esa tanda, A San Fernando de El Último de la Fila, con globos gigantes de colores como atrezo, y un momento delirante en que, con sorna, carga contra los selfies, el uso desmedido de WhatsApp, las redes sociales, el ligoteo por Internet y un “Al YouTube, que le den por el tubo”. Y es que, en realidad, en otra vida, Manolo quiso ser humorista. No obstante, a sus 68 años, mejor lo dejamos como está, él nació para ser músico, es su verdadera vocación. Ya de paso, nos regala canciones como Lejos de las leyes de los hombres o, sobre todo, Como un burro amarrado en la puerta del baile, de El Último de la Fila, canción que hemos escuchado una y mil veces, en uno y mil sitios. Cantando aquello tan sonoro y tan entrañable que reza: “Escolta, piquer, dame aire con tu abanico, que soc de Barcelona i em moro de calor”.