La noticia de la muerte de Manuel Cuyàs, a pesar de que posible y posiblemente esperada, me deja consternado. Maestro y amigo, no sabría ordenar qué había estado antes. Siempre atento, con su curiosidad habitual, al trabajo de los jóvenes, se me había hecho protagonista voluntario o involuntario de algunos de sus artículos e incluso lo había ayudado en antologar su recopilación de artículos, Enamorats de l'Audrey Hepburn, ahora hace cinco años. Planianos como éramos, a menudo le bromeaba diciéndole que ya tenía asegurada la entrada a un hipotético índice de su improbable Obra Completa.
Aunque los últimos años se había convertido en una cara conocida del mundo mediático catalán gracias a sus intervenciones a tertulias de radio y televisión, Cuyàs siempre recordaba que su trayectoria era bien diferente de la mayoría de los compañeros de generación. No había trabajado en ninguno de los diarios del tardofranquismo –Tele/eXpres, El Noticiero Universal, El Correo Catalán- y siempre había escrito en catalán, fiel, cuando poco se estilaba, a los maestros de nuestra tradición articulista -Sagarra, Pla, Xammar, Fuster.... De todos modos, él que había saludado nuevas generaciones, como aquello que llamó Els descarats, rehuía siempre que podía esta etiqueta de maestro por ampulosa y grandilocuente. Prefería seguir practicando el periodismo al por menor, con un cuidado natural nada artificioso de la lengua, y la mezcla constante de anécdota y categoría, a que ofrecía a los lectores de la columna 'Vuits i nous', donde tampoco se resignaba al mero costumbrismo ni en el ir pasando.
Cuyàs hablaba de guisantes y de los plátanos de la Rambla de Mataró, sí, pero también compartía la última lectura o hacía análisis político, desde la sinceridad y la militancia en el catalanismo que había bebido en su casa. Una casa bien singular, por cert. había nacido y seguía viviendo en un antiguo caserón construido por el corsario Antoni Cuyàs, antepasado que le valió el título de su libro de memorias, El net del pirata, unas particulares memorias personales y generacionales donde rehuía la nostalgia y el sentimentalismo. De hecho, como me dijo en una entrevista que le hice a Núvol, de aquella época sólo añoraba el hecho de ser joven.
Habitante de Mataró militante que había convertido la ciudad en su universo literario –centenares de artículos, pero también en la novela negra Taques al marge–, era para los habitantes de Mataró que hemos seguido esta profesión una referencia. A la última cena de periodistas maresmenses ofreció una última lección, asegurando como hacía siempre en los últimos años, que el oficio de explicar lo que pasa no morirá nunca, a pesar de los cambios de formato, tecnología o medio. Huyendo de cualquier tipo de nostalgia o visión apocalíptica, mantenía una notable actividad en Twitter, que no le había ahorrado algún quebradero de cabeza que a pesar de su aparente ironía, lo hacía sufrir.
Precisamente lo que últimamente lo había hecho sufrir más era su faceta como escritor de los otros –biógrafo y el autor de memorias ajenas. Autor de El manyà encès, biografía del activista cultural habitante de Mataró Lluís Terricabras "Terri", la serie de entrevistas a una serie de personas que habían conocido de cerca el hasta entonces presidente de la Generalitat el año 2003 con motivo de la retirada de Jordi Pujol y que publicó en El Punt –Josep Maria Ainaud de Lasarte, Miquel Sellarès, Magda Oranich, Xavier Rubert de Ventós, Joan Rigol, Manuela de Madre o José Luis López Bulla-, dio lugar al libro Vint i Jordi Pujol, germen de su tarea como redactor de los recuerdos del expresidente en los tres libros de memorias. La confesión de la deja en julio de 2014 lo había dejado abatido y lo había hecho objeto de ataques y de un cuestionamiento personal a menudo injusto. Este año acaba de publicar Pere Casanovas, l'escultor dels altres, sobre el especialista encargado de construir los proyectos de algunos artistas internacionalmente conocidos, como Tapias, Oteiza, Palazuelo o Antoni Llena. Precisamente Casanovas había sido quien había hecho posible la estabilidad de David i Goliat, enorme e ingrávida escultura justo delante de las Torres Mapfre que cayó a consecuencia del Glòria. Cuyàs, haciendo gala de su socarronería, lo resumía diciendo que sus biografiados siempre lo hacían quedar mal.
Los dos coincidíamos en el uso del sombrero, e incluso este complemento de coquetería masculina –costumbre heredada de su padre, el elegante caricaturista Manuel Cuyàs i Duran- se había convertido en el título de uno de sus últimos libros, Bajo el sombrero. A propósito del sombrero y como buen cinéfilo de corte clásico capaz de exaltarse con una buena historia, hacía suya aquella frase de El hombre que mató Liberty Vallance de John Ford, y como el bandido interpretado por Lee Marvin, también se consideraba de allí donde colgaba el sombrero. Donde colgaba el sombrero y podía observar una escena, una historia o escuchar una conversa o una confidencia que después trasladaría al artículo.
Amante de la buena comida y el buen producto que rehuía el gourmetisme y el sibaritismo como eras, nos sabe mal que por culpa de este maldito coronavirus que nos ha tenido aislados no hayamos podido compartir más comidas a Can Culleretes, más cenas en el Racó d'en Binu y más cafés en el Iluro, donde nos vimos una de las últimas veces cuándo ya la leucemia –que tratabas de no llamar por este nombre– te daba la lata. El 15 de mayo, en el último artículo que publicaste, nos explicabas que habías pasado por el barbero –un profesional ya habitual de tus libros y artículos– y que la hora del trasplante se acercaba y por lo tanto, la pausa. Una pausa que no habríamos querido que fuera definitiva. Descansa en paz, amigo, y deja que te vuelva a llamar maestro, aunque no te guste.