Figueres, 22 de marzo de 1814. Fernando VII atravesaba los Pirineos y volvía a sus dominios hispánicos. Habían pasado seis años desde que había vendido la corona española a Napoleón. Pero las derrotas militares del Primer Imperio francés, que precipitaron la caída de su patrón y protector Napoleón, lo situaron -de nuevo- sobre una casilla de salida que nunca habría deseado. Fernando VII nunca tuvo el propósito de reocupar el trono de Madrid. Y decepcionado por el papel que le había reservado el destino, se limitaría a resucitar a los viejos fantasmas del régimen borbónico español: la monarquía absolutista y la santa Inquisición.
El 26 de enero de 1812, Napoleón firmaba un decreto que separaba Catalunya de la monarquía española (gobernada por José I) y la incorporaba al Primer Imperio francés como una región más. Esta situación se mantuvo hasta pocos días antes del retorno de Fernando VII. Y lo que encontró el "rey falón" cuando puso los pies en Catalunya, fue un país que había cambiado la fisonomía para siempre. La administración francesa (1812-1814) había inoculado los principios básicos de la revolución francesa (1789-1794) en la sociedad catalana, sobre todo, en los estamentos mercantil e intelectual del país.
Fernando VII, incapaz de leer aquellos cambios, se limitó a resucitar el viejo mapa borbónico. Los mapas del periodo 1814-1820 (la restauración del absolutismo borbónico) son una reproducción de la cartografía anterior a 1808 (la venta de la corona española a Napoleón). Es decir, una simple copia de los mapas de 1714 en adelante. Los países del antiguo estado catalano-aragonés habían sido reducidos a la simple categoría de provincias de Castilla; es decir, de España: el principado de Catalunya, el reino de Aragón, el reino de Valencia o el reino de Mallorca eran, exclusivamente, provincias.
Catalunya había sido fragmentada en una especie de subdivisiones, trazadas con un criterio exclusivamente militar, gobernadas por unos personajes nombrados "corregidores", que ejercían la función delegada del "capitán general". Los límites de los "corregimientos" catalanes fueron trazados recorriendo accidentes geográficos que, en la historia del país, lejos de ser una barrera habían sido una vía de comunicación. En el caso del "corregimiento" de Tortosa, buena parte del límite nordoriental se trazó sobre la raya del río Ebro, y los valles de los afluentes del margen izquierdo fue caprichosamente asignados en Tarragona.
El año 1714, Felipe V había dividido Catalunya en nueve "corregimientos". Y el año 1814 -un siglo después- Fernando VII, confirmó el trazado del mapa borbónico de su bisabuelo Felipe V. La cartografía dibujada por el colaboracionista conde de Darnius en 1716, era plenamente vigente en 1816. Los mapas del "corregimiento" de Barcelona, por ejemplo, se un mal chiste que pone de relieve tanto la imbecilidad como el atavismo borbónicos: en el valle del Llobregat; Olesa, por ejemplo, no fue incorporada dentro de los límites de Barcelona o de Vilafranca, sino al de Mataró.
Capítulo aparte merece el mapa del "corregimiento de Lérida". La ciudad de Lleida fue totalmente trinchada por las tropas borbónicas franco-castellanas el 24 de noviembre de 1707. Pasó de ser la segunda ciudad del país -con 12.000 habitantes-, a ser una "masía robada" con 300 habitantes. Acto seguido, los borbónicos, plantearon elevar Montsó a la categoría de capital de "corregimiento", y transferir a Aragón el territorio de las |llanuras de Lleida y de Urgell. Aquel proyecto, por alguna razón desconocida, fue abandonado en 1716; y el trazado del "corregimiento de Lérida" es un poema trágico.
Pero en los cenáculos españoles -pretendidamente liberales- algo se movía. La administración de José I Bonaparte, había intentado reordenar el mapa español (sobre todo el rompecabezas castellano, formado por docenas de enclaves señoriales), siguiendo el modelo francés: "provincias" con una pretendida extensión racional; es decir que la distancia entre el punto perimetral más alejado y la capital provincial podía ser cubierta en un día. El mapa "provincial" más antiguo de España es, paradójicamente, de fábrica francesa. Cuando menos, es un dibujo de los mal llamados|nombrados "afrancesados".
Los pretendidos liberales españoles, tanto antifranceses, sintieron una irresistible seducción por la organización jacobina del mapa de España. Durante el trienio liberal (1820-1823) -que Fernando VII aceptó masticando cristales- se trazó el esbozo más aproximado al actual mapa provincial español. Aquel proyecto, acabaría en el cajón del olvido después del golpe de estado de Fernando VII y de la restauración del regimos absolutista. Pero el mapa provincial de 1833, el que todavía es vigente; es, prácticamente, la copia de las versiones anteriores de 1808 y de 1823, recuperada casi al día siguiente del funeral del "rey falón".
El cuarteamiento de Catalunya en cuatro "provincias" fecha de 1833. Ahora bien, la pretendida racionalidad del dibujo de aquellas "provincias" se quedó en el cajón o la taza del váter como el testimonio más elocuente de la imbecilidad y del atavismo borbónicos. Para poner -tan sólo- dos ejemplos, Reus y Tortosa -las grandes ciudades del sur de Catalunya- quedaron incorporadas dentro de una "provincia" con capital en Tarragona, entonces una pequeña ciudad, pero que tenía la "privilegiada" consideración de "plaza militar de primer orden". Y El Penedès, La Segarra o la Cerdanya fueron troceadas en dos e, incluso, en tres provincias. Cosas de la racionalidad española; hija de la pintoresca ilustración borbónica.