Con ver su Instagram te das cuenta que Marala se lo han pasado bien haciendo esto. Es más, se lo han pasado muy bien. Al menos, eso es lo que transmiten. Han hecho lo que les ha venido en gana, han dotado de fuerza a un proyecto que, quizá al principio, no todo el mundo se tomó tan en serio (igual ni ellas mismas). Han inundado de color y sonrisas el ecosistema de la música catalana, valenciana y balear. Que existiera Marala era una alegría. Pero como muchas cosas en la vida, el proyecto se acaba. Las razones las saben ellas. Tampoco hace falta que las desvelen. Eso sí, para cerrar el círculo han ideado tres conciertos de despedida, uno en la tierra de cada una de ellas. El último, hoy en la reformulada Sala Molino de Barcelona. Así se podrán despedir ante su gente, ante su público. Han sido ocho años de aventura, dos discos largos  A trenc d’alba y Jota de morir, junto con colaboraciones destacadas con artistas como Zoo (Estic antiquà es un temazo, muy divertido y sumamente moderno), Queralt Lahoz o, la última, Entre carn i os, con ZETAK.

Mirando hacia atrás sin rencor

Marala parten de la música tradicional y el juego polifónico de sus voces, adaptándolo al hoy. En este caso, como las tres tienen carreras en solitario, la creación se retroalimenta, también el deseo de facturar algo con hechuras y fundamento. Su debut, A trenc d’alba, en 2020 (con esa serie de poemas musicales tras el impacto que provocó a Fermín Muguruza descubrir una adaptación de Mikel Laboa), coincidió con el confinamiento. Lo que en principio podía ser un hándicap, ellas lo convirtieron en una ventaja. En verano ya tocaban allá donde las llamasen. La excepcionalidad la transformaron en virtud. Con Jota de morir, en 2022, ya es otra cosa, el asunto crece, el proyecto es más ambicioso, más versátil y llega a muchos rincones. Y ellas, lógicamente, se lo creen. Si antes les bastaba con una guitarra y sus voces, ahora hay más iluminación, una escenografía específica, hacen coreografías. La producción es mucho mayor. Hay una orientación destinada a teatros para moverse y a bailar. Marala cuidan la estética, individualmente y en su conjunto, y saben qué proyectan; mujeres fuertes y convencidas de su labor. Si bien, son conscientes que todavía hay mucho trabajo por delante, aún hay quien las analiza por ser mujeres y no artistas. Todavía, ahí, está ese foco molesto. Mientras, ellas son las que provocan. Con estilo y con gancho.

Marala parten de la música tradicional y el juego polifónico de sus voces, adaptándolo al hoy

Marala ponen punto y final a su aventura con un concierto en la Sala Molino

La lengua, o la defensa de las mismas, es otra obsesión. Otro ejercicio sobre el que han puesto énfasis. Y las tradiciones, mirando hacia atrás sin rencor; solo les vale la melancolía, pero en positivo. Afortunadamente, un disco como Jota de morir (el concepto, las letras, la ambientación, su calidez… todo aquí es extraordinario) les dio muchas alegrías y un reconocimiento, también de crítica, que puede que no esperaran, pero que no por ello deja de ser más gratificante. No sabemos qué senda hubieran tomado en el futuro de haber seguido adelante. Si habría un consenso (propio y ajeno) sobre su evolución, si el público a estas alturas les pediría más y más, o más sencillo aún, si por ilusión y para compatibilizarlo con todo lo demás, iban a tener suficiente gasolina. De todas formas, con estos conciertos quieren dejar un buen regusto de boca, un recuerdo imborrable y, si alguna vez deciden recuperar el pulso, hacerlo en un lugar en el cual ellas se sientan cómodas. De momento, qué mejor lugar para echar el telón en Barcelona que El Molino. Como las grandes intérpretes que son. De categoría, que dirían en Valencia.