En casa prohibieron la Navidad. Nuestros padres lo decidieron en una especie de asamblea sin compromisarios. Ni yo ni mi hermana pudimos opinar. Mamá y papá tiraron para adelante con mayoría absoluta, y el motivo era muy claro: "En casa no celebremos la Navidad porque es machista, clasista y racista. La llegada de un rey, sea del tamaño que sea, nunca es una buena noticia, ni para los pastores, ni para las cabras."

El motivo era muy claro: "En casa no celebremos la Navidad porque es machista, clasista y racista. La venida de un rey, sea de la medida que sea, nunca es una buena noticia, ni para los pastores, ni para las cabras."

Sin canelones, ni pesebre, ni uvas por Fin de Año

Y si mi hermana apelaba a la magia de la estrella que guio a los tres sabios de Oriente, nuestros padres la desmentían con teorías astronómicas que nunca conseguimos entender. Envidiábamos como las otras criaturas zurraban un tronco prodigioso que convertía las naranjas en regalos de todas los tamaños. Recuerdo la imagen: estábamos sentados en el sofá del comedor y papá nos explicó que ellos no nos educarían a través de la violencia, y que aquel ritual arcaico decía muy poco de las culturas civilizadas. "Se empieza así y se acaba sacrificando animales o disfrutando de la tortura en una plaza del pueblo."

Estábamos sentados en el sofá del comedor y papá nos explicó que ellos no nos educarían a través de la violencia, y que aquel ritual arcaico decía muy poco de las culturas civilizadas

Siempre tenían un argumento más convincente que el anterior. Los villancicos también eran un pozo de malas intenciones. "Pero mira cómo beben los peces en el río (beben y beben y vuelven a beber)...", era una metáfora sobre las sociedades capitalistas, donde seres enajenados – los pescados, es decir, nosotros- solo quieren seguir bebiendo (consumiendo) aquello que ya tienen. No sirvió de nada la excusa que me ingenié para participar en el pesebre viviente. Encontraron el disfraz de caganer escondido en una caja de zapatos debajo la cama.

-¿Qué es esto? ¿Por qué lo tienes? ¿Quién te lo ha dado?

Sentí el odio a la punta de cada pregunta.

-Quiero llevarlo a la escuela y quemarlo delante de todo el mundo como protesta. - Mentí.

Mamá dudó. Unos segundos de silencio y salió de la habitación. Intuí que hizo un par de llamadas y cuando volvió el castigo se había multiplicado: por el desafío y por la mentira (que es muy poco navideña, añadió con ironía). A mí me hacía ilusión disfrazarme y enseñar el culo – ros i blanquet, ros i blanquet- al resto de compañeros que por aquellas fechas siempre me miraban con una mezcla de lástima y angustia. No lo pude hacer.

Después de muchas negociaciones, papá nos dio el permiso para celebrar la fiesta del solsticio, la peor fiesta que os podáis imaginar. Sin canelones, ni pesebre, ni uvas por Fin de Año, ni encuentros familiares (en medio del horror también hay un oasis). En casa leíamos, bebíamos manzanilla, y a la hora adecuada todos a dormir mientras el mundo allí fuera se consumía en un divertimento hipócrita, pero feliz. Nosotros éramos tan coherentes, tenaces y buenas personas, que lo único que nos merecíamos era ser los primeros en arder en el fuego más remoto lleno de gente indeseable, rodeados de las siete furias del infierno de Folch i Torres.