Barcelona, 13 de septiembre de 1714. Después de 414 días de asedio y más de 6.000 muertes, las autoridades catalanas capitulaban la rendición de Barcelona y, a cambio, obtenían el compromiso de Berwick, comandante de las tropas borbónicas franco-castellanas que habían ocupado Catalunya, que el nuevo régimen garantizaría vidas, libertades y bienes. El incumplimiento de las garantías dadas –que se tradujo en el encarcelamiento de los jefes militares, la confiscación del patrimonio de las autoridades políticas y la imposición de un brutal régimen de terror generalizado– provocaría un exilio formidable, que los investigadores han catalogado como el primer gran exilio de la historia peninsular. Más de 30.000 catalanes y valencianos se vieron abocados al exilio para escapar de aquella sórdida mazmorra que el régimen borbónico había construido sobre los países ocupados.
¿Quiénes eran los exiliados?
El profesor Joaquim Albareda, de la UPF, fue el pionero en acuñar la definición "el primer exilio político de la historia hispánica". Y el profesor Agustí Alcoberro, de la UB, el primero en elaborar un esmerado censo de exiliados. Albareda y Alcoberro, en sus imprescindibles investigaciones, dibujan el escenario de un exilio socialmente diverso, pero ideológicamente compacto. Desde altos cargos de la administración austracista hasta simples voluntarios del ejército imperial con cierto rango militar. Desde altos dignatarios de la jerarquía eclesiástica hasta simples rectores parroquiales. Desde personas desarraigadas hasta familias enteras. Sin embargo, particularmente los catalanes, con un denominador común: la idea "Catalunya, la Holanda del Mediterráneo", nervio ideológico del austracismo catalán.
¿Hacia dónde se dirigió el exilio catalán?
Según el resultado de las investigaciones de Albareda y Alcoberro, el exilio catalano-valenciano de 1714 se dirigió, exclusivamente, hacia los territorios que –después del Tratado de Utrecht (1713)– habían quedado bajo la dominación de Carlos de Habsburgo. Una parte de aquel exilio se dirigió al reino de Nápoles. Y otra a los Países Bajos que, antes de la guerra, habían formado parte del edificio político hispánico. Es decir, a la actual Bélgica. Pero la mayoría de aquel colectivo se dirigió a Viena, la capital de los dominios Habsburgo. El exilio vienés es el mejor documentado, y el que aporta la representación más dramática de aquella diáspora, porque los que llegaron con recursos suficientes para seguir una vida normal eran una minoría muy minoritaria. La inmensa mayoría, cuando menos al inicio, se convirtieron en una gran masa de pobres y desclasados.
Ramon de Vilana-Perles
Ramon de Vilana-Perles (Oliana, 1663 – Viena, 1741) es la personalidad más destacada de aquel exilio. Fue quien tuvo que cerrar la puerta, por última vez, de la cancillería de Habsburgo en Barcelona. El 30 de junio de 1713, Carlos de Habsburgo ya se sentaba en el trono de Viena, ya había firmado el Tratado de Utrecht –que pretendía poner fin al conflicto–, y las últimas tropas de la coalición internacional austracista abandonaban Catalunya. Y fue, también, quien tuvo que llevar a Isabel de Brunswick –la esposa de Carlos de Habsburgo– a Viena. Vilana, que en Barcelona ya actuaba como secretario de estado, en Viena vería confirmado su cargo, y se convertiría en secretario del despacho universal (el equivalente a primer ministro). Desde su posición, crearía una potente infraestructura de acogida que tendría el objetivo de resituar a los exiliados catalanes apresurados por la precariedad.
Josep Folch de Cardona-Erill
Josep Folch de Cardona-Erill (Madrid, 1651 – Viena, 1729) es otra destacada personalidad del exilio catalán austracista. Había tenido un papel muy relevante en la Revolución austriacista del País Valencià, y había formado parte de la cancillería de Carlos de Habsburgo en Barcelona. En Viena ejerció varias responsabilidades de gobierno. El año 1717 –a instancias de Vilana– y con la colaboración de tres médicos catalanes exiliados –Esteve Mascaró, Maurici Andreu y Nicolau Serdaña– invirtió más de 10.000 florines en la construcción de un hospital que atendía gratuitamente a todos los exiliados procedentes de los países peninsulares. La primera junta de aquella institución estaría formada por cuatro médicos, dos farmacéuticos, dos enfermeros y una enfermera, un cirujano y un boticario. Todos catalanes, excepto uno de los farmacéuticos que era valenciano.
Josep Plantí y Pere Joan Barceló
Plantí y Barceló son, también, destacadas personalidades del exilio catalán austracista. Plantí había sido un alto funcionario de la cancillería Habsburgo en Barcelona; y en Viena le confirmaron el cargo. Y Barceló había sido un oficial del ejército imperial; que, paradójicamente, alcanzaría la categoría de mito durante la posguerra (1714-1720): fue el famoso Carrasclet. Tanto Plantí como Barceló recibieron el encargo de Vilana de crear sendas colonias que tendrían que explotar a los exiliados. Plantí sería el impulsor de Nova Barcelona, en la Voivodina (en el oeste de la actual Serbia), una colonia agroganadera y comercial destinada a alojar a unas 1.000 personas. Y Barceló haría lo mismo en Carintia (en el sur de la actual Austria), con un proyecto de dimensiones más reducidas (tenía que alojar a unas 100 personas), pero estaba destinado a ser el pionero de aquellas características en la región.
¿Qué pasó con los exiliados catalanes?
Los proyectos de Plantí y Barceló no salieron bien. Con respecto a Nova Barcelona –el proyecto más ambicioso y dimensionado–, el profesor Alcoberro lo atribuye a la conjunción de las tres pes: perfiles inadecuados, previsiones erróneas y peste de Voivodina. Y eso significa que los colonos eran gente demasiado mayor o demasiado lisiada para las tareas agroganaderas, que la mayoría ya eran de edad avanzada, y que las previsiones de cultivos se hicieron equivocadamente. El caso de Nova Barcelona es muy paradigmático porque explica de qué forma el destino se ensañó con los exiliados. La colonia sólo tuvo una existencia de cinco años (1735-1740) y una tasa de supervivencia del 50%. Una vez abandonado el proyecto, por las causas mencionadas, los supervivientes retornarían a Viena y pasarían a engrosar las masas de desclasados.
Las élites del exilio
En cambio, las élites del exilio –que representaban una ínfima parte del colectivo– consiguieron enderezar su vida; y cuando en 1725 se firmó la paz definitiva entre Habsburgos y Borbones –que contemplaba la devolución de los bienes confiscados a los austracistas–, la inmensa mayoría quedó en el exilio. Una investigación promovida por la Delegación de la Generalitat en Viena el año 2015, entonces gestionada por Adam Casals, revelaría que los miembros de aquella élite están enterrados en la cripta de Alserkirche, en la capital austríaca. El panteón del exilio catalán contiene los restos, por ejemplo, de Francesc de Berardo (el último embajador de la época foral en Viena), de Josep Folch de Cardona-Erill (el promotor del hospital de los exiliados) y de los militares Miquel de Ramon (mariscal del ejército imperial), Antoni Roger d'Erill (conde de Erill) y Josep de Coloma (marqués de La Noguera).
¿Y los que se atrevieron a volver?
Y los pocos que hicieron el gesto, que confiaron en que la cancillería borbónica cumpliría los acuerdos de un tratado internacional (Paz de Viena, 1725), se dieron cuenta que los ministros de Felipe V hacían bueno a Berwick. Nada más poner los pies en la España borbónica, recularon y se autoexiliaron. Este detalle es muy importante, porque revela tres aspectos fundamentales que destrozan el discurso apolillado de la historiografía nacionalista española. Revelan claramente que, pasada una década larga de la concusión de la guerra, el paisaje de represión y de violencia no había cesado, que la economía estaba absolutamente intervenida y las oportunidades de negocio eran totalmente inexistentes y que el régimen borbónico no tenía ningún interés en recuperar el capital humano –intelectual y mercantil– que se había exiliado.