Montpellier (Occitania-Francia), 1 de noviembre de 1939. Hacía siete meses que había concluido la Guerra Civil española (1936-1939) y dos meses que había estallado la II Guerra Mundial (1939-1945). Alexandre Deulofeu, farmacéutico, intelectual, pensador y político del exilio republicano, llegaba a Montpellier. El fuerte impacto que le había causado la derrota de la República (que en su pensamiento simbolizaba el progreso político y social), el terrible éxodo de centenares de miles de personas que huían de la tenebrosa noche del totalitarismo y el penoso exilio en los campos de concentración de la República de la "fraternité" lo llevarían a replantearse su visión de la historia.
Una idea cíclica de la historia
El gran mérito de Deulofeu sería poner en cuestión el binomio tiempo-progreso, impuesto por la ideología política y el pensamiento filosófico de la Ilustración (siglo XVIII), y que se puede resumir en la expresión coloquial "nosotros vivimos mejor que nuestros padres, que ya vivían mejor que nuestros abuelos". En Montpellier formularía la Matemática de la Historia, sobre una idea cíclica y no lineal, y predeciría los grandes acontecimientos del siglo XX: la derrota de los nazis, la desaparición de los imperios coloniales europeos, la desintegración del imperio soviético o el fracaso de las políticas neocoloniales norteamericanas, coincidiendo con la eclosión de China y la India como grandes potencias mundiales.
Las predicciones acertadas de Deulofeu
Cuando Deulofeu predijo la derrota de los nazis, la guerra era claramente favorable a Hitler. De la misma forma que cuando predijo el fin del imperio soviético, el Telón de Acero estaba en una fase muy embrionaria. O de la misma manera que cuando predijo el fin del liderazgo europeo, China no era más que una pintoresca reliquia cultural y la India era, tan sólo, una gran colonia británica. Estas predicciones las formularía sobre la teoría que las civilizaciones y los imperios tienen una existencia biológica similar a la de los seres vivos: nacimiento, crecimiento, plenitud, decadencia y muerte. ¿Pero con qué datos y con qué elementos calculó la independencia de Catalunya en el 2029?
Una vida en torno a los 550 años
Deulofeu estudió los elementos comunes de los grandes imperios de la historia de la humanidad, y llegó a la conclusión de que todos habían tenido una existencia en torno a los 550 años. En el caso español, fechó el inicio de su existencia en 1479, el año que Fernando el Católico (que ya estaba casado con la reina de Castilla y de León) alcanzaba el trono catalano-aragonés. Al 1479 Deulofeu le suma 550 y predice la defunción de aquel imperio ―y la independencia de Catalunya― en 2029. Todo parece muy encajado, sobre todo teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos años; pero la cifra 1479 sería, como mínimo, discutible si se la quiere considerar el inicio del imperio español.
España, tan sólo un concepto geográfico
La unión dinástica hispánica se materializa en 1479, pero aquel proyecto político ―y económico― no era más que un puzle de dominios independientes, basado en el concepto Hispania/España, que, en aquel momento, era de naturaleza geográfica, en la medida en que, para nosotros, lo son la Antártida o el Amazonas, para poner dos ejemplos. No obstante, aquella idea de solapar una idea política sobre un concepto geográfico tenía un largo recorrido que se remontaba al año 1000. Sancho III de Pamplona (992-1035) concentró los dominios cristianos de toda la península Ibérica (exceptuando a los catalanes que, quizás, ya tenían fama de "problema") y se intitularía Imperator Totus Hipaniae.
"Los cinco reinos que había en España"
El proyecto de Sancho siempre estaría orientado hacia la Meseta y hacia el Atlántico y, reveladoramente, prescindiría de los catalanes, porque en la ideología de la época se consideraba que no formaban parte de una historia y de una tradición tribal que comprendía el solar peninsular. Pasados dos siglos de la muerte de Sancho III y de la fragmentación de su "imperio", y pasadas unas décadas de la unión dinástica catalano-aragonesa (1150), el conde-rey Jaime I (1208-1276) se autoproclamaría "rey del mejor de los cinco reinos que había en España" (refiriéndose a València); que es la constatación más evidente de que Hispania/España, en tiempo del Conquistador, seguía siendo un concepto geográfico.
Eleonor de Aragón... ¿la "Eva mitocondrial" hispánica?
Un siglo más tarde, el conde-rey Pedro III (1319-1387) intervendría ―más que decisivamente― en la guerra civil castellana, e impondría a su hija Eleonor como reina consorte en el trono de Toledo, con un clarísimo propósito. La semilla de Eleonor llevaría a los Trastámara al trono de Barcelona (1412), muy probablemente en contra de los planes de Pedro III, que habría previsto sentar a los Berenguer-Aragón en el de Toledo. Pero ni en este punto, ni en el de la coronación de Fernando (1479), ni siquiera en la de su nieto y heredero Carlos de Gante (1516), se puede hablar de imperio español. El modelo político de la época, como mucho, nos permite llamar a aquel conglomerado como Monarquía hispánica o como Imperio Habsburgo.
Un imperio tarado
La idea Hispania/España comprende ―por primera vez― la geografía peninsular en 1580: Felipe II incorpora Portugal a sus dominios. Pero ni siquiera en aquel momento se puede hablar de imperio español, porque toda su política giraba sobre la necesidad de mantener el dominio de los Países Bajos, el auténtico motor económico del imperio Habsburgo. No obstante, el año siguiente se independizarían, precisamente los Países Bajos (1581). Poco después, lo harían Catalunya y Portugal (1640). Y durante el siglo XIX, las colonias americanas. Si alguna cosa explica la historia es que el imperio "austro-borbónico" (término que, ciertamente, utiliza Deulofeu) nació tarado, porque se rompe desde sus inicios.
¿Deulofeu, el Nostradamus catalán?
Jaume Vicens-Vives, figura primordial de la historiografía catalana, dijo de Deulofeu que “le faltan conocimientos históricos, siquiera superficiales, por lo que incurre con frecuencia en gravísimos errores y conclusiones disparatadas”. Y Josep Pla, uno de los grandes de la literatura catalana contemporánea diría que la Matemática de la Historia "es una exageración (...) presentada con una bondad que, a menudo, en el Empordà (Deulofeu era ampurdanés) es una forma de la astucia más elemental". Pero ni tanto ni tan poco. Actualmente, la Matemática de la Historia no pasa de la categoría de especulación; pero, en cambio, sus teorías ―y sobre todo el resultado de sus predicciones― no dejan de ser, como mínimo, curiosas.
... ¿y si era 300?
Quizás no estaba tan equivocado. Quizás sólo se equivocó en la cifra 550. Porque si sustituimos la cifra deulofeniana por 300, nos encontramos con una curiosísima secuencia. Año 801, creación del condado carolingio de Barcelona. Año 1137, unión dinástica de Barcelona y Aragón. Año 1412, entronización de la dinastía castellana Trastámara. Año 1714, ocupación borbónica de Catalunya. Año 2020 ...o 2029, ¿república independiente? En cualquier caso, todo es muy aventurado, porque los grandes ciclos históricos son globales ―son los que señalan el fin de una era y el inicio de una altra―. Y lo que la historia nos revela es que surgen de una forma generalizada y en cada país tienen una duración diferente.
Un zombie que se resiste a ser enterrado
Y lo que también nos revela la historia, sobre todo la del imperio "austro-borbónico", es que la cultura del poder español, desde la construcción de la España castellana (la de Olivares y Quevedo), es la de morir matando: "Más vale honra sin barcos que barcos sin honra". A la mierda el diálogo, la negociación y el pacto: "¡A por ellos, oé!". Y después viene el funeral y las lágrimas de cocodrilo, "si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco". Lo que no puede revelar la Matemática de la Historia ni la historia académica, porque es imposible calcularlo, es la duración de este funeral. El obligado velatorio ―los latinos somos mucho de velar al muerto― de un zombie que se resiste a ser enterrado.