Barcelona, 26 de enero de 1939. Hace 80 años. Efectivos de la Legión española, de la 105 División marroquí y de la IV División de Navarra y de la unidad motorizada Littorio del ejército italiano iniciaban la ocupación de Barcelona. Las tropas del ejército rebelde alcanzaban uno de sus principales objetivos militares: la toma de Barcelona, capital de Catalunya. Pasaban pocos minutos de las siete de la mañana y las calles de la ciudad estaban desiertas. Sobre el sector mayoritario de la población pesaba el desánimo por la evolución de un conflicto que la República estaba perdiendo irremediablemente más por deméritos propios que por los aciertos del enemigo. Y el desánimo que generaba el miedo, más por la previsible represión que por ninguna otra cosa, de un ejército ocupante que, en el transcurso del conflicto, se había manifestado sediento de sangre y de venganza. Para centenares de miles de barceloneses y de barcelonesas aquel 26 de enero de 1939 fue el día más triste de su vida. Era el inicio de una ventolera gélida que anticipaba un largo invierno de silencio y de muerte: 38 años.
"El Llobregat puede ser el Manzanares"
Pocos días antes (12 de enero de 1939) el gobierno de la República, en una maniobra que no ocultaba la desesperación, había decretado la movilización de la práctica totalidad de la población masculina: hombres de 17 a 50 años que tenían que ser emplazados en el frente de guerra, y funcionarios públicos jubilados en tareas de logística. No obstante, la prensa la época revela que, hasta la víspera de la ocupación franquista de Barcelona, había un estado de ánimo general que invitaba a cierto optimismo. Pero con un lenguaje exageradamente épico, que si bien se podría justificar por la trascendencia del momento, era sospechosamente más próximo al relato propagandístico que al periodismo informativo. En el margen izquierdo del Llobregat (en el enésimo episodio de la batalla de Catalunya), el ejército de la República había situado sus últimas fuerzas, y un sector mayoritario de la población de Barcelona, sus últimas esperanzas. "El Llobregat puede ser el Manzanares", rezaban algunos titulares de prensa. Referido, naturalmente, a la larga resistencia republicana de Madrid.
El Llobregat no fue el Manzanares
El Llobregat no fue el Manzanares porque la Catalunya de la República utilizó ―y sacrificó― buena parte de sus fuerzas militares en los frentes del Ebro y del Segre-Noguera, la línea geodésica que la separa de España. La batalla del Ebro se libró durante los cuatro meses finales del año anterior (25 de agosto de 1938 a 16 de noviembre de 1938) y murieron entre 10.000 y 30.000 combatientes republicanos. Y en la batalla del Segre, más intermitente pero más larga (4 de abril de 1938 a 3 de enero de 1939), se estima que murieron entre 5.000 y 10.000 combatientes republicanos. Las cifras de ambas varían según las presente un investigador u otro. Pero, en cualquier caso, se puede decir que en Catalunya una de cada tres víctimas mortales del conflicto civil perdió la vida en los frentes del Ebro y del Segre-Noguera, y lo sufrió en el transcurso de los meses inmediatamente anteriores a la caída de Barcelona. Y además, los rebeldes que habían necesitado nueve meses para saltar el Segre, tardarían sólo veinte días para llegar hasta el Llobregat.
La Barcelona exhausta
El día 26 de enero de 1939, el día de la ocupación franquista de Barcelona, las calles de la ciudad estaban desiertas. Ni siquiera la prensa diaria salió. En cambio, los documentos gráficos del momento revelan que, poco a poco, a medida que las tropas rebeldes ocupaban las principales calles y plazas de la ciudad, una parte de la población ―que los mismos documentos revelan muy minoritaria― salió de casa entusiasmada. Es difícil saber si aquellas personas eran las que George Orwell en Homenaje a Catalunya decía que habían pasado el conflicto ocultos, y no sin motivo ―sobre todo durante el periodo de plomo de los revolucionarios (septiembre de 1936 a mayo de 1937)―, o simplemente era gente cansada de las privaciones de la guerra y estaban convencidos (ingenuamente o no) que con Franco llegaba la paz y la abundancia. En este punto es importante destacar que, en Barcelona, el general Franco, líder de los rebeldes, pasaría repentinamente a capitalizar los éxitos militares de su ejército.
"Tiempo habrá para volver sobre el pasado ignominioso"
La escasa prensa que se atreve a salir el día 27, al día siguiente de la ocupación de la ciudad, o que obligaron a salir a punta de pistola, revela el cambio drástico del paisaje, pero gana definitivamente la categoría de panfleto propagandístico. En la línea de las octavillas que la aviación franquista lanzaba sobre territorio republicano con el propósito de desmoralizar a la población civil, y en un lenguaje de cuartel, destaca la figura del general Franco y, en cambio, su ejército queda, reveladoramente, en un segundo y discreto término: "Barcelona para la invicta España de Franco", titula en portada uno de los rotativos de más tirada de la ciudad. Y en aquel editorial en portada completa avisa de forma clara y diáfana: "Tiempo habrá para volver sobre el pasado ignominioso (...) ahora solo cabe (...) el deseo ardiente de servir a España, a la España inmortal, a la España eterna". Más que un aviso a navegantes, una verdadera declaración de intenciones: el pistoletazo de salida (y nunca más bien dicho) de la represión que, no tan sólo se cernía sobre la sociedad sino también a quien particularmente se dirigía.
"La justicia entra en la Audiencia... y en la ex-Generalidad"
"La justicia entra en la Audiencia", reza otro de los titulares de aquella prensa, y el texto de la pieza (si se la puede llamar de esta manera) relata que los lugares clave del templo de Iustitia (la diosa de la venda en los ojos y de la balanza romana) pasan a ser dirigidos por oficiales del ejército franquista. Relata, también, que han tenido acceso a una gran cantidad de expedientes instruidos por la anterior administración y en un tono que no tiene la más mínima intención de ocultar la sed de venganza, habla de "instigadoras" y cita amenazadoramente "la justicia, desde luego, resplandecerá". Y en otra de aquellas piezas se informa: "A las cuatro y media de la tarde del día de hoy han sido tomados la ex Generalidad y el Ayuntamiento (...) en la antigua plaza de San Jaime, por el capitán de la Legión, Víctor Felipe Martínez". Con el control de los fondos documentales de estas tres instituciones pasaban a tener la información precisa para desplegar la terrible represión que se iniciaría durante los días inmediatamente posteriores.
“Vivíamos engañados y ahora vamos a empezar a ver claro”
El general franquista Yagüe, conocido con el revelador sobrenombre de "el carnicero de Badajoz" y comandante de las tropas que habían ocupado Barcelona, según la prensa, el mismo día 26 proclamaba a través de la emisora ―naturalmente, intervenida― Radio Asociación de Catalunya: “Vivíamos engañados y ahora vamos a empezar a ver claro”, es decir, detenciones, confiscaciones, saqueos, encarcelamientos, torturas y ejecuciones. El carnicero de Badajoz y arquitecto de la represión franquista iniciática en Barcelona ―con la inestimable colaboración de una red de delatores locales― pondría en marcha una terrible máquina de fabricación de falsas acusaciones construidas por la policía e instruidas por la justicia militar, que convertirían docenas de miles de barceloneses y barcelonesas en depurados profesionales ―que eran suplantados por "afectos al régimen"―, en desahuciados de sus casas ―que pasaban a propiedad de los "afectos al régimen"―, en reclusos de las terribles prisiones franquistas o en víctimas de las torturas o de las ejecuciones sumarias.
Las sospechas anteriores a la ocupación se confirman
Los dos años inmediatamente posteriores a la ocupación franquista de la ciudad serían la peor etapa de la represión. El 19 de octubre de 1940, 631 días después de la ocupación franquista, Antonio de Reparaz, jefe superior de la policía franquista en la ciudad, reconocía públicamente que los cuerpos de seguridad del régimen habían cursado "un voluminoso conjunto" de falsas denuncias, oficialmente anónimas (sólo oficialmente) que "intentan saciar deseos de particular venganza, saldar viejos odios o satisfacer bajas pasiones". Admitía que estas denuncias se habían formulado "desfigurando los hechos" sin que la investigación policial, sospechosamente, hubiera "comprobado sus términos". Sin embargo, en cambio, dejaba claro que la única cosa que le preocupaba, a él y al régimen franquista, es que estas prácticas minaban el crédito de "nuestra sagrada Causa". Y concluía su nota, de la misma forma que lo habían hecho Yagüe o Martínez dos años antes, y como lo harían todos sus sucesores: "Viva España, Arriba España, Viva el Generalísimo Franco".