Barcelona, 3 de diciembre de 1842. El general Baldomero Espartero, regente de España por la minoría de edad de Isabel II y por la dimisión de la reina madre Maria Cristina de Borbón —implicada en un escándalo de tráfico de esclavos—, ordenaba el bombardeo indiscriminado de Barcelona. Veinte días antes, el 13 de noviembre, había estallado una protesta popular y espontánea que había derivado en una revuelta urbana. Espartero, que se había desplazado a Barcelona a propósito, lo resolvió drásticamente. Y acto seguido pronunció una frase que ha quedado para la historia: "Por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años". Una cita que dibuja con claridad la relación Espanya-Catalunya en las etapas críticas y en las no tan críticas. Porque el bombardeo de Espartero no fue el primero ni el último. En los cuatro últimos siglos, el ejército español o sus aliados han bombardeado indiscriminadamente Barcelona varias veces, haciendo buena la frase de Espartero.
El bombardeo de 1697
El 5 junio de 1697, cuando las tropas francesas de Luis José de Borbón, duque de Vendôme, pusieron sitio a la ciudad de Barcelona, en París y en Madrid todo el mundo sabía que Carlos II, el último Habsburgo hispánico, se precipitaba a la muerte sin haber engendrado descendencia. Versalles había puesto los ojos y los colmillos en el trono hispánico. Y aunque aquel bombardeo se produjo en el contexto de un conflicto internacional, la Guerra de los Nueve Años, que enfrentaba a París y sus aliados con Madrid y los suyos, es muy sospechosa la actuación de Fernández de Velasco y de Hurtado de Mendoza, virreyes hispánicos en Catalunya. Huir de Barcelona y abandonarla a su suerte revela hasta qué punto las intrigas del partido borbónico en la corte de Madrid trazaban los caminos del conflicto y el resultado de la guerra. Velasco fue severamente sancionado; reveladoramente, sin embargo, el primer Borbón hispánico, tan pronto como puso sus reales nalgas en el trono de Madrid, lo restituyó en el cargo.
Vendôme sometió Barcelona a un bombardeo incesante durante sesenta y dos días, hasta el 5 de agosto de 1697, y provocó la muerte de más de 4.000 personas (el 10% de la población) y la destrucción, total o parcial, de buena parte de las defensas y de la trama urbana de la ciudad. La masacre fue de tal magnitud que Vendôme, siguiendo instrucciones de Versalles, juró las Constituciones de Catalunya en nombre de Luis XIV, básicamente para evitar una revuelta generalizada en todo el país.
El bombardeo de 1713-1714
Cuando no habían pasado cincuenta años de la masacre de Vendôme, sus macabros discípulos Pópuli y Berwick, en nombre de Felipe V y de Luis XIV, sometieron Barcelona a un nuevo bombardeo. Esta vez, en el contexto de la Guerra de los Catalanes (1713-1714), la última fase de la Guerra de Sucesión hispánica. Aquel bombardeo es uno de los episodios más conocidos de la historia de Catalunya, pero no està de más recordar cómo fueron las cosas. Entre los meses de marzo y de abril de 1713, las potencias que apoyaban la causa austriacista se retiraron progresivamente del conflicto a cambio de importantes compensaciones territoriales y comerciales. Los Tres Comuns de Catalunya, la máxima representación política del país, votó la resistencia a ultranza, y el eje borbónico, la Alianza de las Dos Coronas, reaccionó poniendo sitio en Barcelona.
Durante cuatrocientos catorce días (desde el 25 de julio de 1713 hasta el 11 de septiembre de 1714), primero Pópuli —destituido por su incompetencia— y después Berwick se emplearon a fondo en destruir Barcelona, símbolo de la resistencia catalana. A lo largo de esos trece meses largos se lanzaron miles de bombas sobre Barcelona que, se estima, causaron la muerte a 4.000 personas (el 10% de la población) y la destrucción de todas las defensas de la ciudad y de todos los edificios situados en el primer perímetro interior del recinto amurallado.
El bombardeo de 1842
La Barcelona de 1842 era una olla a presión de conflictividad social. La ciudad, encotillada dentro de las murallas manu militari por el régimen borbónico, reunía todos los estratos de la sociedad, enfrentados en un clima de tensión permanente que anunciaba una explosión de violencia. Y aquella vez, el estallido de la revuelta vino del la modo más insospechado: según algunas fuentes documentales, un grupo de trabajadores que volvía a la ciudad después de toda una jornada extramuros, se negaron a pagar el consumo, es decir, la tasa de entrada de alimentos a la ciudad, del vino que habían llevado de casa para comer. Según otras fuentes, no eran más que unos contrabandistas. Sea como sea, la asonada se extendió como la pólvora, y al cabo de las horas las clases populares de la ciudad estaban en pie de guerra para reivindicar desde el control de los precios de los alimentos, hasta el derribo de los conventos y la expulsión de los frailes. En aquel escenario, los republicanos, partidarios de enviar a Isabel II al cajón de la historia, se hicieron con la dirección del descontento social.
El capitán general de Catalunya Van Halen y su ejército, atemorizados por los acontecimientos, se refugiaron en Montjuïc. Motivo suficiente para hacer saltar al patriótico Espartero del culo de su trono. El regente de España ordenó el bombardeo indiscriminado de la ciudad: 1.014 bombas que costaron la vida a treinta personas y la destrucción de 462 edificios. Luego llegó una brutal represión: 13 condenas a muerte, 80 condenas a prisión, una sanción de doce millones de reales y la disolución de todas las asociaciones de trabajadores.
El bombardeos de 1937 y 1938
Espartero murió en 1879 sin haber podido bombardear de nuevo Barcelona, "por el bien de España". Sería Queipo de Llano, uno de los líderes destacados de la rebelión militar franquista de 1936, quien, casi un siglo más tarde, tomaría el relevo cuando proclamó: "Convertiremos Madrid en un vergel, Bilbao, en una gran fábrica, y Barcelona, en un inmenso solar". Las aviaciones de los regímenes nazi alemán y fascista italiano —aliados del bando rebelde franquista durante la Guerra Civil española (1936-1939)— se emplearona fondo en bombardear objetivos civiles, con el propósito de minar el apoyo de amplias capas de la sociedad a la causa republicana. Sobre todo en Catalunya. Y, sobre Barcelona, símbolo de la resistencia catalana y republicana —reconocido, incluso, por el mando rebelde franquista—, los incondicionales aliados del Glorioso Alzamiento Nacional lanzaron miles de bombas. Entre febrero de 1937 y enero de 1939, hubo 385 bombardeos que causaron la muerte de 2.750 personas, heridas graves y muy graves a más de 7.000 y la destrucción de más de 1.800 edificios.
Por delante, por el centro y por detrás, existen otros episodios tanto o más reveladores: en 1641 y en 1652, al inicio y en las postrimerías, respectivamente, de la Guerra de los Segadores; o en 1691, al inicio de la Guerra de los Nueve Años; o en 1705 y en 1706, al inicio de la Guerra de Sucesión; todos con un elevado balance de víctimas. De tantos episodios, uno es especialmente destacable: el bombardeo de los días 16, 17, y 18 de marzo de 1938. En tan solo tres jornadas, los aliados de Franco lanzaron sobre Barcelona más de 44.000 kilos de bombas, que causaron la muerte de 875 personas (757 adultos y 118 niños).