Cuenta el mito que Isabel de Castilla –la Reina Católica– juró que no se cambiaría la camisa hasta que los ejércitos cristianos plantaran la cruz en la Alhambra granadina. Lo que no se cuenta es que la cruz fue a paso de procesión. Tardó 7 años para cubrir el trayecto entre Ronda –la primera gran plaza que cambió de manos– y el patio de los Leones –el jardín del palacio real nazarí–. Una larga espera que no superaría ni una camisa de arpillera. Mito que, lejos de enaltecer la determinación de la Monarca, apunta –a nuestros ojos– unos hábitos higiénicos censurables. El mito cuenta, también, que la reina Isabel empeñó las joyas para armar las tres naves del primer viaje colombino. Y lo que no cuenta, tampoco, es que los colgantes de la castellana ya hacía años que se habían fundido para pagar los juguetes bélicos de la guerra civil que la entronizó. Mito que, también, lejos de convertirla en una visionaria, revela –a nuestros ojos– que tenía unos hábitos de consumo, como mínimo, discutibles.
València, cuna de la empresa colombina
Mitos aparte, la historia –la de verdad y no la de El florido pensil del nacionalcatolicismo doctrinario españolista– revela que los cuartos de la empresa americana salieron de València. Un detalle que no tendría que resultar sorprendente. Primero porque València –a finales de la centuria de 1400– era la auténtica capital económica y cultural de la Corona de Aragón. Incluso lo era del ámbito territorial peninsular. Y segundo porque en València residía la familia Santàngel, los banqueros de la monarquía catalanoaragonesa. Lluís de Santàngel –el padre–, valenciano e hijo de judíos conversos, tuvo una estrecha relación –de aquellas basadas en los poderosos intereses económicos– con los reyes Alfonso y Juan, el tío y el padre de Fernando el Católico. Y Santàngel hijo –Lluís, también– siguió la tradición familiar y ejerció como banquero de la pareja católica. Y como mecenas de Colón, con quien lo unía una amistad que remontaba a una o –probablemente– dos generaciones anteriores.
Santàngel, el financiero
En el paseo de la Albereda, en un extremo del barrio valenciano del Pla del Real, hay un pequeño monumento a Lluís de Santàngel hijo –inaugurado en 1920 a iniciativa de Lo Rat Penat– con una divisa que reza: "Generoso cooperador del descubrimiento de América". Una curiosa –y sorprendente– inscripción que no encaja con el esfuerzo económico de Santàngel. Las fuentes historiográficas revelan que financió la totalidad de la aportación real (la de Fernando y la de Isabel): 8 millones de sueldos –el equivalente al valor de 20 casas señoriales en València–. El 75% de la inversión total de la empresa. Casi toda su fortuna y sin intereses. Santàngel no fue tan solo la cartera. Fue también el nexo que unió a Colón con los Reyes –en plural y en todos los sentidos–. El impulsor que transportó a Colón hasta la corte. Una relación de mecenazgo que Colón siempre agradeció, y que queda patente cuando, de vuelta del primer viaje, una de las tres cartas que escribe –y lo hace en catalán– la remitió a Santàngel.
Torres, el político
En el segundo viaje –el de conquista– Colón ordena la construcción de La Isabela –en la isla Hispaniola–, la primera ciudad colonial de América. Y confirma a Antonio de Torres –siguiendo instrucciones de los Reyes– como primer alcalde de la ciudad. Torres consta por todas partes como un alto funcionario portugués al servicio de la reina Isabel. Un detalle que resulta, a priori, contradictorio, porque en la guerra civil castellana el partido portugués de la corte era el núcleo duro del bando de Juana –la rival que le disputaba el trono a Isabel–. Investigaciones recientes relacionan e identifican Torres como un personaje muy relevante en València capital, estrechamente relacionado con los Santàngel –y con los Colón–, que, durante cierto tiempo, había hecho las funciones de puente entre las cancillerías de Fernando e de Isabel. Esta hipótesis tiene mucha fuerza, porque sabemos que tanto Fernando como Isabel se rodearon –respectivamente– de personajes de probada fidelidad a los, también, respectivos intereses.
Boïl i Pané, los eclesiásticos
En el segundo viaje, Colón ya llevaba un par de apóstoles bajo el brazo para evangelizar –y occidentalizar– a los aborígenes de las Indias. Bernat Boïl, un influyente clérigo nacido en Saidí (Baix Cinca) y criado en Lleida había sido nombrado vicario apostólico de las Indias –una especie de obispo lustroso– a propuesta del arzobispo de Tarragona –miembro de la cancillería de Fernando– y ratificado por el papa Borja –el pontífice de Xàtiva, la conexión valenciana–, que era amigo personal de Fernando y aliado de sus proyectos políticos. Boïl formaba tándem con Pané, un clérigo que ha pasado a la historia por ser el primer europeo que aprendió la lengua de los indígenas. Las fuentes no citan el origen concreto de Pané, pero en cambio los fogajes catalanes de 1495 –un padrón fiscal– revelan que este apellido era habitual en el extremo norte de la diócesis de Tarragona –actualmente la parte sur de las comarcas de la llanura de Lleida.
Bertran i Ballester, los militares
Bertran y Ballester, que fueron personajes destacados en el segundo viaje, dejaron su impronta personal en forma de abusos y maltratos a la población indígena. Pere Bertran Margarit era un viejo amigo del rey Fernando, y un viejo compañero de armas –y de otras actividades inconfesables– en la guerra de Granada. Era natural del Empordà, como Vilamarí –el almirante de la Armada de Aragón– que había sido el patrón de Bernat Boïl. La conexión ampurdanesa. Fue gobernador de la fortaleza de San Tomás –en la Hispaniola–. En cambio, Miquel Ballester, de Tarragona, ejerció una brutalidad más refinada: fue el introductor de la técnica de la pisa para separar el azúcar de la caña que se utilizaba –exclusivamente– en Gandia, el solar originario de los Borja. La conexión valenciana, otra vez. Ballester, muy próximo a Colón, extendió el cultivo de la caña y sometió la población al sistema de explotación colonial. Ejerció como gobernador de Santo Domingo –la capital–.
El poliedro catalán
Fernando el Católico, Colón, Santàngel, Torres, Boïl, Pané, Bertran y Ballester solo son algunos ejemplos de los muchos cantos del poliedro catalán de la conquista y colonización de América. Los catalanes, también, formaron parte –destacada como mínimo al inicio– del sistema de dominación, aculturación y extracción de recursos de América. Como lo hicieron casi todas las naciones europeas. La historiografía española –dominada por un nacionalismo mezquino, apolillado y en muchas ocasiones ridículamente hilarante– ha ocultado durante siglos el protagonismo catalán en la empresa americana, como también la responsabilidad catalana en la explotación, el espolio y el genocidio de las naciones amerindias. Nuestra historia no se puede construir sobre mitos. Ni camisas de arpillera ni rosarios empeñados. El conocimiento –que es el padre de la libertad– se nos presenta para aceptar nuestra historia –y nuestra responsabilidad– con sus errores y sus aciertos. Con sus luces y sus sombras. Con espíritu crítico. Los catalanes de Colón.