Aquisgrán (entonces capital del reino carolingio de Francia), 22 de mayo de 987. Hace 1.034 años. Luis V de Francia, decimocuarto y último monarca carolingio, moría prematuramente catorce meses después de su coronación. La muerte de Luis fue, también, el fin de los reyes carolingios ―que habían gobernado el reino de los francos durante dos siglos y medio― y el inicio de los reyes Capetos ―una rama menor de la familia de Carlomagno que gobernaría Francia durante tres siglos y medio―. El fin de los carolingios en el trono de Francia sería una de las causas, probablemente la principal, que explicaría la negativa de los condes Bellónidas del extremo sur del reino francés ―que también eran una rama menor de la familia de Carlomagno― a renovar el pacto de vasallaje con el nuevo rey.

Representación de los condes Ermengol III de Urgell y Ramon Berenguer I de Barcelona. Fuente Liber feodorum Ceretaniae. Archivo de la Corona de Aragón

Representación de los condes Armengol III de Urgell y Ramón Berenguer I de Barcelona / Fuente: 'Liber feodorum Ceretaniae'. Arxiu de la Corona d'Aragó

Aquel proceso de repentina desvinculación, que los catalanes contemporáneamente denominamos "la primera independencia", estuvo liderado por el condado carolingio de Barcelona; pero ―y eso es muy importante― fue articulado no tan sólo por los barceloneses, sino por la totalidad de los condados de la mitad sur de la Marca de Gotia, es decir, del territorio que, un siglo y pico más tarde, ya sería documentado como Catalunya. Aquel proceso dio como resultado la aparición de un rompecabezas de pequeños condados independientes gobernados por sus respectivas estirpes condales, vinculados entre sí por varios vínculos (situación geográfica, amenazas comunes), pero, especialmente, por los lazos familiares de los gobernantes: todos eran Bellónidas.

Esta característica ―los estrechos lazos familiares que unían los sitiales condales de la mitad sur de la Marca de Gotia― no era fruto de la casualidad, sino de una acertada política matrimonial iniciada un siglo antes (a finales de la centuria del 800), por el conde carolingio Wifredo el Velloso que, además, había sido el primero de aquel lejano sur del reino francés que había transmitido el cargo por herencia. A las puertas del año 1000, la transmisión hereditaria y las políticas matrimoniales habían dado como resultado el protagonismo incontestable de una familia extensa ―los Bellónidas― sentados en los sitiales de la mayoría de aquellos condados que, por primera vez en la historia, iniciaban un camino totalmente al margen del poder central francés.

Mapa de los condados de la Marca de Gòtia (siglo IX). Fuente Archivo de ElNacional

Mapa de los condados de la Marca de Gotia (siglo IX)

No obstante, aquellos condes repartidos por el territorio siempre reconocieron la primacía de sus parientes de Barcelona. Antes de la independencia y después de la independencia, los condes de Barcelona siempre fueron considerados como una especie de hermano mayor, o de pariente importante, por el resto de condes catalanes. Desde la época de Wifredo (finales del siglo IX), el cargo condal barcelonés llevaba implícito este reconocimiento y el compromiso de ejercer este liderazgo. Una situación que se mantendría durante siglos, porque Barcelona no inició la unificación política de Catalunya hasta la segunda mitad del siglo XI (incorporación de la Cerdanya y del Conflent, 1058) y no lo culminó hasta finales del siglo XV (incorporación de Urgell, 1413, y de Pallars, 1491).

Eso, en ningún caso, quiere decir que la nación catalana sea de fábrica moderna. Las fuentes documentales prueban que, como mínimo, desde 1114, los habitantes de aquel rompecabezas de pequeños condados independientes situados a ambos lados de los Pirineos son, en toda Europa, denominados "catalanes". Un mismo origen, una misma lengua, una misma estirpe de gobernantes extendida por varios sitiales les presentaba a ojos de los europeos de la época como una misma nación. Pero sí que explica la aparición de la expresión Principado para definir aquel singular edificio político y de la figura de príncipe para referirse al soberano que tenía reconocida la categoría y la función de liderazgo de aquel singular edificio político.

Representación del conde Guifré el Pilós. Fuente Rollo de Poblet

Representación del conde Wifredo el Velloso / Fuente: Rollo de Poblet

En este punto es importante destacar que, en aquel contexto, la figura del príncipe no tenía el mismo significado que se le daría posteriormente, y que es el que nos ha llegado hasta la contemporaneidad: el hijo y heredero del rey. En aquella Europa que entraba al año 1000 ―y, por lo tanto, en aquella Catalunya primigenia―, el príncipe era una figura política que significaba "hombre principal" y que se traducía como "el primero entre todos". Es decir, un gobernante elegido (por rango familiar, por conveniencia política) por otros gobernantes del mismo nivel, para ejercer un liderazgo que no tenía tanto un componente de autoridad ―por lo menos reconocida―, como una responsabilidad de coordinación; en definitiva, de negociar, pactar y poner de acuerdo "a los parientes pequeños".

El príncipe u hombre principal no era una invención catalana. Era una figura de origen romano, instituida por el Senado para reconocer al ascendiente de un personaje elegido para ejercer la dirección del estado manteniendo la arquitectura del régimen republicano. Por este motivo, se ha dicho que la Catalunya medieval y moderna (987-1714) siempre fue una república coronada. Sea como sea, lo que es significativa y reveladoramente cierto y probado es que Borrell, el primer conde independiente de Barcelona, ya se intituló príncipe (987). Y que Ramón Berenguer III, conde independiente de Barcelona y primer gobernante de nuestra historia que es documentado como catalán (1114), es, también, el primero que es reconocido en todas partes como hombre principal del Principado de Catalunya.

 

Imagen principal: Primer mapa moderno del Principado de Catalunya (1608), obra del cartógrafo neerlandés Jan Vriens / Fuente: Cartoteca de Catalunya