Madrid, 1 de mayo de 1766. Hace 255 años. Pablo de Olavide y Jáuregui, intendente de los cuatro reinos de Andalucía, presentaba al rey Carlos III su proyecto de "Colonización de la Tierra del Fuego" (al extremo sur del continente americano), que, después de un breve debate, se reformularía como el proyecto de "Colonización de los desiertos de Sierra Morena y de Écija" (al sur de la metrópoli hispánica). El proyecto Olavide sería una empresa donde los catalanes y los valencianos (a través de la figura de Antoni de Capmany, el gran ilustrado catalán de la época y amigo personal de Olavide) tendrían un protagonismo destacado. Pueblos de nueva creación, como La Carolina, se llenarían de catalanes y valencianos, y el catalán sería una más de las diversas lenguas de aquellas primeras comunidades.
El proyecto "Nuevas Poblaciones de Andalucia"
Olavide proyectó la creación de dieciocho nuevos pueblos que serían emplazados sobre el trazado de camino real de Madrid a Sevilla y, más concretamente, en Sierra Morena (entre el desfiladero de Despeñaperros, al norte, y Bailén, al sur) y en la comarca de Écija (entre los valles de los ríos Guadajoz, al este, y Genil, al oeste). Estas amplias extensiones eran del patrimonio real, estaban despobladas (y, por lo tanto, no generaban recursos para las ruinosas arcas públicas españolas) y, además, en el caso de Sierra Morena, eran refugio de bandoleros que perjudicaban la seguridad y el comercio. El ilustrado Olavide (que sería una de las figuras más controvertidas de su época, a causa de sus frecuentes enfrentamientos con la Inquisición) imaginó un nuevo modelo productivo basado en la pequeña y media propiedad que quería poner a debate la lacra del latifundismo nobiliario andaluz.
Los primeros colonos
Inicialmente, Olavide recurrió a colonos centroeuropeos. Comisionó a un aventurero bávaro llamado Johann Kasper Thurriegel, que, aprovechando la terrible crisis que en aquellos momentos asolaba Europa del Centro, reclutó a miles de familias (unas siete mil ochocientas personas) en Baviera, Flandes y el Piamonte. El avaricioso Thurriegel, que cobraba a tanto por reclutamiento, no fue nada riguroso en la selección. Esta sería una de las causas que explicaría el fracaso inicial de aquella operación. También los ataques armados de los terratenientes andaluces, que veían en aquellos pobres colonos una amenaza a su poder económico y político, contribuyeron al fracaso. El caso es que, pasados dos años del primer establecimiento (1770), las bajas y las deserciones (por el rigor del clima andaluz y por las balas de los terratenientes andaluces) habían reducido a la mitad el contingente y la ocupación iniciales.
Los colonos catalanes y valencianos
En este punto es donde entran en juego los colonos catalanes y valencianos. Olavide, estafado por Thurriegel e incapaz de contener la violencia de los terratenientes, decidió recurrir a campesinos catalanes y valencianos, confiando en que no tendrían tantos problemas de adaptación climática, y que se sabrían defender mejor de la violencia señorial andaluza. Para esta tarea contó con la colaboración de su amigo Antoni de Capmany, un curioso personaje de aquella pintoresca ilustración española que con una mano predicaba a los cuatro vientos la "laboriosidad" de los catalanes y con la otra proclamaba que lo mejor que se podía hacer con la lengua catalana era "dejarla morir con dignidad". Olavide y Capmany promovieron la emigración de unos 3.000 catalanes y valencianos a Sierra Morena, procedentes de las comarcas del plano de Lleida y de la montaña de Alacant.
¿En qué condiciones fueron establecidos los colonos catalanes y valencianos?
Los colonos catalanes y valencianos fueron establecidos en las mismas condiciones que sus predecesores bávaros, flamencos o piamonteses: a cada familia se le entregaron cincuenta fanegas de tierra (unas cuatro hectáreas) y un pequeño rebaño (cerdos, ovejas, gallinas). Y se les eximió de pagar impuestos durante diez años. Pero, con la participación de catalanes y valencianos, la ambición de Olavide y Capmany subió un peldaño: previeron la creación de un aparato de fabricación que tenía que complementar —y, incluso, liderar— la actividad económica de las "Nuevas Poblaciones". Y Capmany, el hombre de Olavide en Catalunya, reclutó a un contingente de treinta familias menestrales catalanas originarias de Barcelona y de Reus, que fueron establecidas en La Carolina con la misión de crear dos fábricas: una de lienzos de lino y otra de cardados de lana.
El catalán en Sierra Morena
Los catalanes y valencianos, a pesar del papel decisivo que juegan en la recuperación del proyecto, siempre fueron una minoría cultural en aquel micromundo de colonización. Pero muy activo. El catalán sería —con el bávaro, el valón y el piamontés— una de las cuatro lenguas de aquel curiosísimo y plural micromundo de la colonización. Una riqueza cultural que se empezó a romper cuando los obispos de Jaén enviaron legiones de rectores a "evangelizar" en la lengua del imperio aquella masa de extranjeros y de españoles "no asimilados" (en la terminología del régimen). La apertura del proyecto a la población andaluza —a partir de 1780— haría el resto. Pero, en Sierra Morena y sobre todo en La Carolina, el catalán sería una lengua viva hasta bien entrado el siglo XIX. Todavía, a mediados del siglo XIX, los viajeros de la época destacaban que en Linares "las mujeres se visten a la catalana".
Los catalanes en la costa atlántica andaluza
Mucho antes de Olavide y de su proyecto, los catalanes ya habían puesto el pie en Andalucía. Durante la centuria de 1400, grupos importantes de comerciantes catalanes se habían establecido en el puerto fluvial de Sevilla; y un formidable contingente de militares catalanes —del entorno de Fernando el Católico— habían arraigado en Granada. Pero, a la víspera del proyecto Olavide, un grupo de pescadores del Maresme había protagonizado una colonización espontánea en la costa atlántica andaluza. Para los pescadores de Mataró, de Canet, de Calella y de Sant Pol, aquella costa no era un paisaje desconocido. De hecho, la frecuentaban como mínimo desde 1715, cuando la visitaban para comprar (o pescar) y salar bacalao. Precisamente, en aquella costa, los pescadores catalanes del Maresme habían creado pequeñas factorías que, únicamente, ocupaban durante la temporada de compra o pesca y salazón del bacalao.
Los pescadores de La Figuereta
Pero, a causa del terremoto de Lisboa (1755), aquella costa había visto ligeramente modificado su dibujo: había surgido una nueva isla en el delta del Guadiana (junto a la frontera hispano-portuguesa), que sería el punto de inicio de la colonización catalana del Atlántico andaluz: Isla Cristina. Efectivamente, el año 1757 (dos años después del devastador terremoto y nueve antes del proyecto Olavide), Josep Faneca, pescador de Mataró, y su familia se establecieron en aquella isla para recuperar la fábrica de salazón y darle un uso permanente. Serían los pioneros de un movimiento migratorio procedente de la costa catalana y valenciana, formado básicamente por gente del mundo del mar, que culminaría con la creación de un pueblo, que fue denominado la Figuereta, oficializado en la forma castellana La Higuerita, nombre primigenio del actual municipio de Isla Cristina.
El catalán de la Figuereta
A diferencia de lo que pasó en las colonizaciones dirigidas de Olavide, los catalanes y los valencianos fueron el único colectivo de aquella empresa espontánea y el catalán fue la única lengua de aquella comunidad. Desde el inicio de su historia, la Figuereta se incorporó a esta curiosa nómina de islas lingüísticas catalanohablantes esparcidas por el mundo. Como el Alguer (en el ducado independiente de Saboya), Saint-Augustine (en los Estados Unidos) o Montserrat (en las Provincias Unidas de Río de la Plata) que resistieron la descatalanización con más o menos fortuna. El catalán de la Figuereta (muy probablemente con una fuerte influencia fonética del castellano de Andalucía occidental, que en la actualidad resultaría singularmente exótico) resistiría el espacio temporal de tres generaciones: abuelos, padres y nietos; catalanes de Andalucía, andaluces de lengua catalana.