Manresa, 13 de junio de 1688. Hace 332 años. Estallaba una revuelta social urbana, que enfrentaría al estamento privilegiado (el poder local) y a las clases populares, que alcanzaría una gran repercusión: tanto en la explosión inicial como en la represión final. La revuelta de Manresa, denominado Avalot de les Faves, culminaría con la constitución ―por primera vez en la historia local― de una efímera representación política de las clases humildes en el gobierno municipal. La Fadulla, que colideraría aquel movimiento ―por lo menos, el de la rama más radical―, haría historia en un mundo dominado por la ideología patriarcal del poder y adquiriría la categoría de primera revolucionaria de la historia de Catalunya. Como mínimo, la primera que ha sido documentada.
La mecha
El año anterior al Avalot de les Faves había estallado la Revuelta de los Barretines o de la Tierra (1687-1689), un movimiento social que, reveladoramente, contenía los mismos elementos, que, cuarenta y siete años antes, habían precipitado la Revolución de los Segadores (1640): la obligación impuesta a las clases humildes de alojar y alimentar al ejército hispánico. Con el añadido de que el despliegue de 1687 no obedecía a ninguna urgencia: la guerra franco-hispánica había concluido tres décadas antes (1659). Y, no obstante, la cancillería hispánica había decidido perpetuar la ocupación militar sobre Catalunya y, como había pasado en la crisis anterior, sin asumir los costes económicos. Los Tercios hispánicos se cobraban la nómina robando, saqueando, violando y asesinando la población civil.
La pólvora
El resultado de la Guerra de los Segadores (1640-1652) no había hecho más que perpetuar la durísima crisis social y económica que había precipitado el estallido del conflicto: los Barretines eran una réplica de los Segadores. Y las listas de magistrados de la Real Audiencia y de los virreyes hispánicos ―entre el fin de los Segadores y el estallido de los Barretines― revelan una perversa asociación de colaboracionistas nativos y de funcionarios hispánicos creada para el beneficio político de la monarquía hispánica y el económico de ciertas oligarquías nativas y de un enjambre de oportunistas, que orbitaba en torno a aquella alianza, y que se enriquecían con la especulación de alimentos. Naturalmente, con la complicidad del régimen y, reveladoramente, exentos de la carga de los alojamientos militares.
La explosión
Esta composición del poder explica el estallido del Avalot de les Faves. Pocas semanas antes, la Real Audiencia de Catalunya fallaba ―de forma definitiva e inapelable― a favor de los canónigos de la sede de Manresa, un pleito que mantenían desde hacía 91 años con los campesinos de la ciudad: autorizaba a los clérigos a cobrar ―de nuevo― el diezmo (la décima parte de la cosecha de verduras y hortalizas) en concepto de contribución al mantenimiento de la curia eclesiástica. Un retroceso monumental que ponía sobre la mesa un peligrosísimo precedente: la impunidad del coto del poder, que pretendía la involución de la sociedad hacia la tenebrosa etapa feudal de la edad media y la liquidación de los avances sociales ganados desde la Revolución Remensa (1486).
La falla
Cuando estalló la revuelta, Manresa ya era una de las grandes ciudades del país. Tenía 6.000 habitantes y ocupaba la cuarta posición del ranking catalán; sólo superada por Barcelona (40.000), Lleida (10.000) y Tortosa (10.000). Perpinyà (12.000), pocos años antes (1659), había sido separada, por la gracia de Felipe IV. Eso explica la repercusión que tuvo aquella revuelta. Y explica, también, que, en aquel escenario, la masa de perjudicados por aquella crisis tenía bastante dimensión. No obstante, hay que insistir en que la Avalot de les Faves sería una explosión genuinamente local sobre un escenario general de crisis. La revuelta de Manresa tenía un componente básicamente social. Los "tremendos", las clases humildes, se rebelaron en masa contra los "favets": los canónigos y las oligarquías de la ciudad.
La Fadulla
Lo que resulta más sorprendente, considerando el papel marginal que los poderes habían reservado a las mujeres, es, precisamente el protagonismo de la Fadulla. La ideología patriarcal del poder, desde tiempos inmemoriales, había calado en todas las capas de la sociedad. De la Fadulla se saben muy pocas cosas. Ni siquiera su nombre. Lo cual hace pensar que era una persona desclasada. Pero en cambio su aparición en escena delata que tenía que ser una persona reconocida y valorada en aquel entorno revolucionario. La Fadulla es la única mujer que aparece liderando la movilización: dos mil personas ―la mayoría de la población adulta de la ciudad― se sublevaron al clamor de "Viva la tierra y mueran los traidores" y "Nadie vaya a trabajar hoy".
La Revolución
La progresiva radicalización de la protesta avanzó por la derecha, por la izquierda, por arriba y por debajo a los negociadores tremendos. En pocas horas, las primeras cesiones de los favets ―que aceptaban una importante reducción de la carga impuesta por la Real Audiencia― quedaron superadas por las reivindicaciones de la rama más radical y mayoritaria de los tremendos. Ganada la batalla fiscal, los revolucionarios exigieron la insaculación (la aprobación de la candidatura) de un maestro u oficial gremial para ocupar los cargos de tercero y de cuarto consejero de la ciudad. Aquella maniobra política delataba que los maestros y jornaleros curtidores y algodoneros habían tomado la iniciativa a los campesinos. O que los campesinos, asustados por la radicalidad de los gremios, habían reculado.
La guerra
Sea como sea, los favets ―a traición― introdujeron en la ciudad un centenar de mercenarios armados (formados por una selecta composición de lo peor de cada casa de los pueblos de la comarca), con la misión de hacer retroceder la facción radical de los tremendos y ganar tiempo, mientras llegaban las tropas hispánicas del virrey Enríquez de Cabrera con la misión de reprimir totalmente la revuelta. La cosa acabó como el rosario de la aurora: varios muertos y varios prisioneros a los dos bandos. Una explosión de violencia que culminaría con el saqueo y el incendio de las casas de las oligarquías locales. En este escenario, se desconoce el papel que jugó la Fadulla, sin embargo, la posterior represión indica, claramente, que formaría parte del núcleo dirigente de la facción radical.
La represión
El 17 de junio de 1688, cuatro días después del inicio de la revuelta, las tropas del virrey Enríquez de Cabrera entraban en Manresa y aplastaban la revolución a sangre y fuego: docenas de detenciones y de muertos. En este punto resulta muy revelador comprobar la composición de las tropas represoras. Las tropas hispánicas y las huestes particulares de los Amat y de los Om de Santa Pau, dos estirpes aristocráticas del Vallès, que, sorprendentemente, diecisiete años más tarde (1705) encontramos luchando en el bando borbónico durante el conflicto sucesorio hispánico (1705-1715). También, y muy reveladoramente, encontramos a los Amat y los Om de Santa Pau en el círculo de grandes beneficiados del régimen borbónico. De hecho, fueron las dos únicas estirpes catalanas que dieron virreyes a la América colonial hispánica.
La ejecución
El 5 de julio de 1688, dieciocho días después de la represión, los favets ahorcaban los ocho líderes de la revolución: la Fadulla y siete hombres. No obstante, el supuesto proceso de inculpaciones (no se celebró ningún juicio), revela que la dirección de la revuelta ―al menos, del ala más radical del movimiento― había estado en manos de la Fadulla y de Francesc Planes, alias Braç de Ferro. La suma de todos estos detalles desmonta el mantra del nacionalismo español en relación al conflicto sucesorio (1705-1715): “Solo era una guerra entre dos reyes por el trono de España”. La Fadulla, los tremendos, los favets, los Amat y los Om de Santa Pau prueban que en Catalunya (y en el País Valencià y en las Balears) el partido austriacista tuvo un componente social revolucionario muy importante.