Fondarella (Pla d'Urgell, Condado de Barcelona), año 1173. Alfonso-Ramón I, conde independiente de Barcelona y rey de Aragón, hijo y heredero de Ramón Berenguer IV y de Petronila; convocaba, debatía y clausuraba la Asamblea de Pau i Treva que, entre otras cosas, marcaría el primer límite entre los dominios de Catalunya y de Aragón. La histórica pretensión aragonesa sobre los valles bajos del Segre y del Ebro había sido una fuente inagotable de conflictos que se remontaban en la época de sus antepasados Ramón Berenguer III de Barcelona (1097-1131) y Alfonso I de Aragón y de Pamplona —conocido como el Batallador- (1104-1134). Ramón Berenguer, el IV, que incorporaría a sus dominios las ciudades y términos de Tortosa, Fraga, Lleida y Mequinensa (1148-1149) sin marcar los hitos divisorios, no haría más que agravar la cuestión. Alfonso-Ramón lo resolvería fijando la divisoria sobre la partición que, en el curso bajo, separa el Segre y el Cinca; y confirmaría que el Principado abarcaba de Salses (Roselló) a Lleida y a Tortosa.
La Franja en su origen
Desde los inicios la Franja siempre ha sido el territorio de contacto entre el mundo catalano-occitano y el mundo navarro-aragonés. Hacia el año 1000, la Franja, como la entendemos actualmente, tenía una amplitud muy superior a la actual y abarcaba desde la Noguera Pallaresa hasta el Cinca. Aquel territorio estaba dividido en dos entidades políticas semi-independientes: el condado de Pallars (en el este) —que a través del condado de Urgell gravitaría progresivamente hacia Barcelona— y el condado de Ribagorça (en el oeste) —que a través del condado de Aragón lo haría hacia Pamplona. Aquella grieta sería estrictamente política. Culturalmente, la Franja del año 1000, no era ni catalana ni aragonesa. Las investigaciones de los filólogos Joan Coromines y Joan Veny confirman este extremo: la mitad norte de Pallars y de Ribagorça habían sido poco o nada romanizados por el rodillo implacable de la loba capitolina y la débil latinización (o post-latinización) del territorio era el resultado de un proceso de aculturación impulsado por las élites locales cuatro siglos después de la caída de Roma.
El proto-vasco, elemento identitario de la Franja
Lisa y llanamente, los filólogos Coromines y Veny explican que en aquellos siglos a caballo entre el año 1000, el territorio de Pallars y Ribagorça —e incluso el de Sobrarbe— eran bilingües: las clases populares conservaban una lengua propia y milenaria de raíz proto-vasca; y las clases dominantes habían adquirido una lengua románica que podía ser catalán o navarro-aragonés, en función de los intereses familiares. La pervivencia en el transcurso del tiempo de esta lengua proto-vasca es, todavía hoy, objeto de controversia. Pero lo que sí que sabemos con seguridad es que, a pesar de ser perseguida, fue bien viva hasta el siglo XIV: una ordenanza municipal oscense del año 1349 prohibía negociar y cerrar operaciones mercantiles en lengua vasca, hebrea o árabe bajo pena de una multa de treinta monedas de oro. Una curiosa cifra que, en aquellas sociedades tan absolutamente dominadas por el pensamiento espiritual, inevitablemente hace sospechar que podía contener un potente simbolismo que pretendía equiparar el uso del "basquenz" con una espuria manifestación de traición.
La Franja catalana
Sea como fuere, la lengua proto-vasca —el elemento cultural característico de aquella Franja primigenia— reculó a marchas forzadas y las lenguas románicas acabarían devorando su espacio. Cuando menos en los núcleos urbanos de cierta entidad. El río Cinca, situado íntegramente dentro del territorio de administración aragonesa, se convertiría —a partir de la centuria de 1400— en la línea divisoria entre las lenguas catalana y aragonesa. Sabemos por la documentación conservada en los archivos históricos que Binéfar, Monzón o Graus (pueblos aragoneses situados en el oeste de la actual divisoria lingüística) eran catalanohablantes. Y que Barbastro, Aínsa o Boltaña eran de lengua aragonesa. No obstante, el antropólogo aragonés Bienvenido Mazcaray, documenta la existencia —en el medio rural ribagorzano— de bolsasde población de lengua proto-vasca, completamente rodeadas por los dominios lingüísticos catalán o aragonés y totalmente separadas de las zonas vascófonas del Pirineo navarro que, a pesar de la presión y el aislamiento, habrían resistido hasta mediados de la centuria de 1600.
El Cinca, tierra de frontera
La cuestión que se plantea es: suponiendo que el Cinca no era la línea divisoria entre Catalunya y Aragón, ¿por qué razón se convirtió en la raya lingüística entre el catalán y el aragonés? La respuesta la apunta el historiador y filólogo gallego Ramón Menéndez Pidal, nada sospechoso de simpatizar con aquello que algunos denominan "pancatalanismo supremacista": en un trabajo de investigación que se publicaría por primera vez el año 1942 afirmaría que "las causas de la repartición (sic) dependen, pues, de condiciones de comercio y organización social anteriores (sic) al comienzo de la Reconquista". Lisa y llanamente, Menéndez Pidal apunta la existencia de una divisoria lingüística sobre el territorio que se remontaría a la época en que las lenguas románicas (el catalán y el aragonés) empezaban a tomar distancia respecto del latín vulgar (siglos VII y VIII). Y apunta que esta divisoria coincidiría con los límites administrativos entre los conventus (provincias) romano-visigóticas de la Tarraconense y la Caesaraugustana.
La atracción de Barcelona
Iniciado el proceso que a la historiografía hispánica tanto le gusta llamar"reconquista", Pallars —gobernado por una oligarquía local que intenta escapar de las garras de los condes de Tolosa— pasa a gravitar en la esfera política y económica de Barcelona a partir del tiempo de Guifré el Pilós (878-897), conde de Barcelona y de Urgell y pariente del condes pallareses. En la medida en que Sobrarbe pasa a gravitar en la esfera política y económica de Pamplona, desde la época del conde Aznar II de Aragón (867-893), rey consorte de Pamplona y conde consorte de Sobrarbe. La cuestión es: ¿y Ribagorça, es decir el espacio entre Pallars y Sobrarbe? ¿Hacia dónde bascula Ribagorça, el condado vertebrado por el río Cinca en aquellos años decisivos? Aparentemente bascula hacia Aragón. La genealogía de los primeros condes ribagorzanos los emparienta con los condes aragoneses y con los reyes de Pamplona. Pero, en cambio, sorprendentemente, hasta el agotamiento de su dinastía condal estaría estrechamente vinculado a las políticas de Pallars y de Urgell.
La grieta del Cinca
Esta ambivalencia revela aquello que apunta Menéndez Pidal: intereses opuestos en cuestiones como "condiciones de comercio y organización social" que explicaría cómo las oligarquías locales de los territorios del margen izquierdo del Cinca se inclinarían definitivamente hacia el potente mundo político y económico carolingio a través de Barcelona; y las del margen derecho, probablemente temiendo que el eje carolingio los situara de nuevo bajo las garras de Tolosa, lo harían hacia la rebelde Pamplona que coqueteaba con los reyes musulmanes de Zaragoza para sacudirse del encima del aliento de París. La progresiva penetración del catalán y del aragonés sobre el valle del Cinca sería inducida por los poderes locales que, como afirma categóricamente Menéndez Pidal la confiarían, respectivamente, a las sedes diocesanas de Jaca y de Urgell (después Huesca y Lleida) y no a la ribagorzana de Roda. La raya divisoria, a pesar de la existencia de una lengua proto-vasca mayoritaria, sería trazada mucho antes de que Alfonso-Ramón dibujara el primer límite entre Catalunya y Aragón (1173).
¿Y el Matarranya?
El caso del Matarranya, el territorio más meridional de la Franja, es bastante diferente. No fue conquistada hasta 1179, seis años después del mapa de Alfonso-Ramón. Todavía coleaba el enfado aragonés por la incorporación de Lleida y Tortosa a Catalunya que les cerraba, definitivamente, el paso al Mediterráneo. En aquel tenso escenario sería incorporado al reino de Aragón a modo de compensación y que, según el historiador navarro Lacarra, se argumentaría sobre la reivindicación de los antiguos límites de la diócesis visigótica zaragozana. Una empresa que se aventuraba imposible sin recursos demográficos. Y es un historiador aragonés, Ubieto, quien explica que el Matarranya sería repoblado con campesinos de los condados de Urgell y de Pallars que se convertían en súbditos catalanohablantes del trono aragonés. Un pintoresquismo que no era nuevo en Aragón y que se remontaba en la época en que Alfonso el Batallador (1104-1134) había repoblado los valles del Ebro y del Jalón con navarros, castellanos y cristianos mozárabes "rescatados" de los dominios de la media luna.
Catalán, aragonés... y castellano
Pasados ocho siglos de la fabricación del trazo que dibuja Menéndez Pidal, sería de nuevo una guerra y una posterior repoblación la que causaría la alteración de la histórica divisoria del Cinca. La Guerra de los Segadores (1640-1652) convertiría la comarca catalanohablante de la Llitera en un teatro permanente de operaciones entre los ejércitos hispánicos y los catalano-franceses, que devastaría sus poblaciones. Las fuentes documentales revelan que, poco después del conflicto, Monzón y Binéfar quedaron literalmente arrasadas. La repoblación se llevaría a cabo con gente de habla aragonesa, originarías del Somontano de Barbastro, de la Hoya de Huesca y de la montaña de Jaca, y la divisoria se desplazaría unos kilómetros al este. El aragonés se convertía en la lengua de Binéfar, de Monzón y de Graus; pero el catalán seguiría siendo el sistema lingüístico dominante en Tamarit, Benavarri y Benasc. Más o menos como ha quedado hasta la actualidad, con la diferencia que en Binéfar y en Monzón el aragonés ha sido, en el transcurso del siglo XX, sustituido por el castellano.