Bayona (País Vasco francés), mayo de 1609. Hace 412 años. Pierre de Lancre, juez de la magistratura borbónica francesa de Enrique IV y su secretario Jean d'Espaignet; llegaban al territorio de Labourd (País Vasco francés), oficialmente para dirimir un conflicto secular por unos derechos de portazgo que enfrentaba a los Urtubia (pequeños barones territoriales de Urruña) con el común de San Juan Lohitzune. Extraoficialmente llegaban con el propósito de perseguir y exterminar la brujería vasca. Entre mayo y octubre de 1609, Lancre y Espaignet —con la colaboración de una supuesta vidente local nombrada Morguy— se entregarían a una brutal caza de brujas que culminaría con un mínimo de sesenta ejecuciones y centenares de personas descoyuntadas por las torturas.

Fragmento de un mapa de Francia (1692) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

¿Quién era Pierre de Lancre?

Lancre había nacido en Burdeos el año 1553, pero sus raíces familiares se clavaban en el País Vasco francés. Su abuelo, originario de Bayona, había acumulado una fortuna con la producción y comercialización del vino, que explicaba la carrera y la posición del nieto Lancre: había cursado estudios de Derecho en Turín; y había ingresado en el aparato judicial en Burdeos. Pero Lancre no era un magistrado más. Las fuentes documentales, cuando describen Lancre, trazan el perfil de un personaje oscuro, perverso y sanguinario, dominado por un fanatismo extremo que habría fabricado —cuando menos, habría contribuido a divulgar— una siniestra teoría que describía el satanismo como un fenómeno consustancial a la cultura vasca (una demoníaca alianza entre el diablo y el pueblo vasco).

El contexto

Lancre era un producto finalista de una sociedad violentada por un gran conflicto civil oportunamente disfrazado de guerra religiosa: católicos contra calvinistas. Entre 1562 y 1598, el país de Occitania (la mitad sur del reino de Francia) se había consumido en un conflicto que, en realidad, consistía en dirimir —a sangre y fuego— qué familia oligárquica del territorio acabaría relevando a los decrépitos Valois en el trono de París. Aquella guerra se había saldado con miles de muertos, con la ruina del país, y con el triunfo de Enrique IV —el primer Borbón que puso las nalgas en el trono de París— que, después de asesinar miles de católicos, había renegado de su fe —y de sus crímenes— con la proclama "Paris vaut bien una messe" (París bien vale una misa).

Representación del asesinato de Enrique IV a manos de un integrista católico (1610) / Fuente: National Portrait Gallery. Londres

La fábrica de terror

Aquel escenario de traición y de perplejidad había propiciado el ascenso de monstruos sanguinarios como Lancre, dispuestos a fabricar un diorama de terror permanente. Poco antes de viajar al País Vasco francés (1607), premonitoriamente proclamaría que "La Iglesia comete un grave delito al no quemar a las brujas". Y después de su "campaña" vasca, confirmaría su paranoia publicando un "Tratado de la brujería vasca" (1609), dónde relataba que Euskal Herria "era un país de manzanas, sus mujeres sólo comen manzanas, sólo beben zumo de manzana, y en cualquier ocasión están dispuestas a morder la manzana de la transgresión, pasando por encima de la condena de Dios. Son Evas que seducen a los hijos de Adán".

¿Qué hizo Lancre?

Lancre y Espaignet se desplazaron hasta las villas de San Juan Lohitzune, Bidart y Hendaia y sometieron la población a brutales detenciones e interrogatorios: la supuesta vidente Morguy señaló tres mil mujeres y niñas (la práctica totalidad de la población femenina) y las acusaron de prácticas satánicas por el simple hecho de tener pecas en la piel —principalmente en la zona del pubis— o de no conocer ninguna otra lengua que el euskera, que aquellos fanáticos consideraban la lengua del demonio. El terror se apoderó de la población, y se produjo una huida masiva hacia la zona montañosa. Sin embargo, las mujeres y niñas que no pudieron escapar porque ya habían sido encarceladas, acabaron  en su mayoría quemadas en el cadalso de ejecuciones.

Representación de mujeres vascas ataviadas con el burukoak, obra de Weiditz (siglo XVI), que inspira una figura fàlica / Fuente: Pinterest

Lancre; fanático, misógino y cobarde

El fanatismo, la misoginia, y la cobardía de Lancre —y de la ideología del poder de la época— se ponen de relieve en la fabricación y ejecución de aquella terrorífica maniobra. Lancre perpetró aquella caza aprovechando la campaña de pesca de altura, mientras la inmensa mayoría de los hombres del territorio estaban embarcados en alta mar y aquellas comunidades habían quedado indefensas. Más tarde, para justificar su cobardía, Lancre afirmaría que su particular caza tenía el propósito de documentar y desarticular una práctica habitual en aquellas comunidades, que consistía en celebrar orgías masivas en las playas —que describió como cultos satánicos— en las que participaban las mujeres que, aprovechando la ausencia de sus maridos, copulaban con hombres jóvenes que no se habían embarcado.

El primer ataque orquestado contra la lengua y la cultura vasca.

Cuando a finales de octubre de 1609 empezaron a regresar los pescadores y tuvieron noticias de lo que había pasado, se produjo un motín en Bayona que obligó a Lancre y Espaignet a escapar a toda prisa. Las autoridades de Burdeos, aterradas por la dimensión de aquella revuelta, lo cesaron fulminantemente. Pero aquel régimen borbónico —construido a sangre y fuego— ni siquiera lo juzgó. Es más, Lancre se permitió publicar los resultados de su criminal experiencia. Con de un mínimo de sesenta asesinatos a sus espaldas —y centenares de torturas— murió de viejo en la cama (1631) como consejero de estado de Luis XIII. La operación Lancre sería el primer ataque del poder contra la cultura vasca, último testigo moderno de las antiguas sociedades matriarcales prehistóricas.