Ceret (Vallespir-Catalunya del Nord), 7 de septiembre de 1640. Francesc de Vilaplana (sobrino de Pau Claris, presidente de la Generalitat) y Armand Jean du Plessis (sobrino del cardenal Richelieu, ministro plenipotenciario de la monarquía francesa) firmaban el Tratado de Ceret, que tenía que constituir Catalunya en una república libre bajo la protección de Francia. Pero los acontecimientos posteriores revelarían que Luis XIII de Francia y, sobre todo, su hijo y sucesor Luís XIV de Francia —que reinó durante 72 años (1643-1715)— codiciaban un proyecto y un destino diferentes para Catalunya. La cartografía de la época pone de relieve que la reincorporación de Catalunya al edificio político francés era la primera parte de un ambicioso proyecto —inspirado en el mapa de los dominios carolingios— que aspiraba a desplazar la frontera hasta la línea del Ebro.
La frontera natural de los Pirineos es un falso mito alimentado por la historiografía nacionalista española para justificar la humillación hispánica en la isla de los Faisanes (1659). Mucho antes del Tratado de Ceret (1640) y más allá de la Paz de los Pirineos (1659), los arquitectos de la política de Luis XIV (Richelieu, Mazzarino, Colbert y Le Tellier) siempre interpretaron que Catalunya, históricamente, era de fábrica francesa y, estratégicamente, era el pasadizo de la península. En un escenario extremo —la invasión hispánica de Catalunya— convirtieron los pactos de Ceret en papel higiénico. La anotación del Dietari de la Generalitat (23-01-1641) revela el chantaje. Dice: "no se exposarà (Lluís XIII) a tant gran gasto (la guerra) ab la promptitut que la necessitat demana sinó es que la província se posse a la (seva) obediència com ja en temps de Carlo Magno ho feren nostres antepassats”.
La dominación de Catalunya —por la vía del pacto o del chantaje— tenía un gran valor estratégico. A Richelieu y a Mazzarino —grandes protectores del fomento de las ciencias, de las artes... y de la cartografía— no se les escapaba que la ruta más rápida y suficientemente ancha para meter ejércitos, entre París y el Ebro pasaba por Perpinyà, Puigcerdà, La Seu d'Urgell y Lleida. Es decir, el viejo eje Tet-Segre, que había sido la autopista por donde habían transitado desde la antigüedad todos los ejércitos que hacían el camino del centro de Europa a la península Ibérica, o al revés. Un mapa de 1642 (al inicio de la Guerra dels Segadors), dibujado a dos hojas que explica la leyenda "Partie occidentale de la Catalogne" remarca, hay que suponer que de forma bastante intencionada, el eje Tet-Segre y, sobre todo, los detalles que comunican las dos cabeceras.
La retirada parcial de Francia de territorio catalán, después de la Guerra dels Segadors (1640-1652), no implicó que Luis XIV abandonara su proyecto. Ni tan sólo después del Tratado de los Pirineos (1659). Los mapas que dibujan los cartógrafos reales de la corte (los Samson, padre e hijo, o De Fer), desenmascaran la secreta ambición de Versalles. La mutilación de Catalunya ya es efectiva. Pero, en cambio, muy reveladoramente, uno de los ejemplares de cabecera de aquella corte —y muy posiblemente de los negociadores franceses que, en 1660, forzaron la reapertura del Tratado de los Pirineos para sumar la Alta Cerdanya a los dominios de Lluís XIV—, dibuja un mapa donde la mutilación de 1659 no tiene ni la categoría de arañazo. El solemne y oficialísimo Principaute de Catalogne divisée en neuf dioceses et dissept vegueries es el mapa completo de Catalunya.
Casi tres décadas más tarde Luis XIV inició una segunda guerra expansiva llamada de los Nueve años (1688-1697). En la fase final de aquel conflicto, Vendôme ocupó Barcelona después de un asedio y de un bombardeo salvajes que causarían la muerte del 10% de la población de la ciudad. Pero reveladoramente lo primero que hizo cuando puso sus patas en Barcelona, fue jurar las Constituciones de Catalunya en nombre de Luís XIV. Era un encargo regio e ineludible que revela que, pasados 54 años, Luis XIV no había renunciado al título —heredado— de conde de Barcelona (1643). Otra vez la cartografía lo revela. El también solemne y oficialísimo La Catalogne sous le nom de laquelle sont compris la Principaute de Catalogne et les Comtés de Rousillon et de Cerdagne cartografiado al inicio del conflicto (1690) resulta muy ilustrativo.
De hecho, se puede decir que Luis XIV no renunció nunca a Catalunya, es decir, la reedición de la Marca de Gotia carolingia hasta 1701. Esta renuncia es muy significativa. No tan sólo porque coincide con la coronación del primer Borbón en Madrid (su nieto y fiel servidor Felip d'Anjou), sino porque revela que su plan inicial había culminado de la manera más inesperada: había convertido al viejo rival hispánico en un satélite político y económico. El tiempo se encargaría de confirmarlo. Sin embargo, los mapas revelan que en Versalles el viejo proyecto, muy probablemente por interés militar, todavía rezumaba. Y un ilustrativo ejemplar militar de 1707 (en plena Guerra de Sucesión hispánica) traza un área a caballo entre los Pirineos, donde tan sólo aparecen los límites regionales franceses: Frontière de Languedoc (sobre Les Corberes) y Frontière de Catalogne (sobre Les Alberes).