Madrid, 2 de febrero de 1778. El rey Carlos III firmaba el decreto de libertad de comercio con las colonias hispánicas de América que, definitivamente, ponía fin al monopolio castellano que Sevilla, primero, y Cádiz, después ―desde el 1504―, habían ejercido durante 274 años. Aquel decreto, lejos de ser una borbónica medida de gracia orientada a beneficiar el comercio catalán ―como lo ha argumentado repetidamente la historiografía nacionalista española―, formaba parte de un paquete de reformas económicas impulsadas por el impopular (entre las clases oligárquicas castellanas) ministro Squillace entre 1759 y 1766, para rescatar la monarquía hispánica de su enésima bancarrota. Carlos III obtendría la condonación del 70% de la deuda acumulada del tesoro hispánico a cambio de abrir el caparazón americano. La libertad catalana sería, sólo, la consecuencia de la tragedia castellana.
Los primeros tenderos de La Habana
A partir del hecho surgió una corriente emigratoria catalana hacia las colonias hispánicas, dirigida principalmente hacia Río de la Plata (actuales Argentina y Uruguay) y hacia la isla de Cuba. Se estima que durante el medio siglo posterior al decreto emigraron a Cuba unos ocho mil catalanes, básicamente hombres, que representarían un 1% de la población del Principat. Un colectivo estadísticamente testimonial pero que, en cambio, económicamente, culturalmente y socialmente tendrían un papel muy destacado. Aquellos primeros catalanes que se fueron a Cuba, no tan sólo impulsaron el aparato comercial de La Habana, de Santiago y de Matanzas (los tres principales destinos), sino que, también, serían pioneros de un camino de intercambio que con el azúcar, el café, el algodón y el tabaco llevaría a Catalunya proyectos económicos, ideas políticas y ritmos musicales.
La oportunidad americana
La Catalunya de finales de la centuria de 1700 y principios de la de 1800 era, de nuevo, un país poblado. Había duplicado la población con respecto al colapso de 1714 y sobrepasaba los 800.000 habitantes. Barcelona, aunque continuaba encerrada dentro de las murallas por imposición del régimen borbónico, se aproximaba a los 100.000 residentes. Y el país, en su conjunto, a pesar de la brutal tributación de castigo impuesta durante décadas, había recuperado buena parte de su tejido industrial y de su aparato agrario. Pero era un país de miseria, porque las prósperas vías comerciales con Inglaterra y con los Países Bajos anteriores a la Guerra de Sucesión (1705-1714) habían sido clausuradas por el régimen borbónico y sustituidas por los raquíticos mercados peninsulares. El decreto de libertad de comercio era una válvula de escape que abría la puerta hacia nuevos mercados prohibidos durante siglos.
Las casas de comercio catalanas
Las fuentes documentales explican que aquellos primeros catalanes que se fueron a Cuba eran, básicamente, comerciantes que habían reunido un pequeño capital y que emigraban a las colonias a "parar botiga". Esta expresión tan catalana no quiere decir otra cosa que crear casas de comercio que importaban textiles de Barcelona y alcoholes de Reus, y que exportaban algodón, azúcar, café y tabaco de Cuba. Según el Archivo General de Indias, que era el organismo que tramitaba las solicitudes para "pasar a América", la inmensa mayoría procedían de las comarcas costeras, y en aquella nómina destacan los originarios de Canet, de Mataró, de Barcelona, de Sitges, de Vilanova i la Geltrú, de Torredembarra, de Tarragona y de Reus. También, las mismas fuentes revelan de forma indirecta la existencia de alianzas comerciales entre tenderos catalanes en Cuba que resultarían muy beneficiosas.
Las sociedades catalanas
Estas alianzas en ocasiones se trazaban en origen, y a menudo aparece documentación que relaciona a un tendero de La Habana y otro de Santiago que procedían del mismo pueblo. Y otros que se articulaban en destino. Los primeros catalanes que se fueron a Cuba crearon pequeñas sociedades de carácter cultural y recreativo, y que llamaban "de naturales de Cataluña"; que, también, operaban como centros de negocios. Aquellas pequeñas sociedades se transformarían en importantes núcleos de cultura y de negocios que ejercían también funciones de previsión y de protección. Destaca, por ejemplo, a la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Catalunya (actualmente el Casal Catalán de La Habana) fundada en 1840 por Antoni Font (de Sant Pere de Ribes) y por Josep Gener (de l'Arboç) y que es la entidad de ayuda social más antigua del mundo.
Las rutas catalanas del Caribe
Aquella primera emigración catalana a Cuba se produciría poco después de que la colonia francesa de Louisiana (en la parte continental) pasara a dominación hispánica (1763). A partir del hecho, el comercio naval entre La Habana y Nueva Orleans se intensificaría, y las fuentes documentales revelan una notable presencia de patrones de barca menorquines (que en aquella época tanto podían ser súbditos franceses como británicos) y que cubrían el trayecto. Jordi Ferragut Mesquida, nacido en Ciutadella en 1755 y que se convertiría en un héroe de la independencia americana, había sido patrón de un barco comercial que cubría las rutas entre Nueva Orleans, Veracruz y La Habana. Pero el establecimiento de catalanes en la cuna del jazz llegaría de la mano del tercer gobernador hispánico de Louisiana: Esteve Rodríguez y Miró, nacido en Reus en 1744, primera autoridad colonial entre 1782 y 1790.
De La Habana a Nueva Orleans
Durante el gobierno colonial de Rodríguez Miró se estima que se establecieron unos 1.000 catalanes en el delta del Misisipi, la mayoría procedentes de Reus y de su entorno inmediato. Una inercia que no se detendría ni siquiera cuando Napoleón Bonaparte, después de haber recuperado la colonia en 1800, la vendió tres años más tarde a los, entonces recién creados, Estados Unidos. La venta de colonias, con sus ciudades, sus plantaciones, sus colonos y sus esclavos, era una práctica habitual de la época y un instrumento para "hacer caja". El año 1806, dos catalanes que habían creado una pequeña alianza comercial en La Habana, fundaban la Juncadella&Font Store y la emplazaban en Bourbon Street, el principal eje vial de Nueva Orleans (actualmente en el French Quartier, el barrio francés). Francesc Juncadella era originario de Mataró y Pere Font, de Vilanova i la Geltrú.
De la rumba al jazz
La Juncadella&Font Store, probablemente, no habría tenido un lugar destacado en la historia de no ser por una curiosa historia que explica la relación catalana no tan sólo con Cuba sino que también con Louisiana. El año 1820 pasaría a ser gestionada por los sobrinos de la, entonces, viuda Juncadella, los hermanos Aleix, nacidos en Reus y comerciantes de La Habana, que la convertirían en el lujoso The Aleix's Coffee House, un establecimiento de referencia de las élites esclavistas de la capital del sur de los Estados Unidos. Hasta 1870, que el barcelonés Gaetà Ferrer, el barman más prestigioso de La Habana y, según las fuentes documentales, con graves problemas con la justicia española acusado de haber apaleado a un oficial del ejército, en su huida acabó, probablemente no de forma casual, en Nueva Orleans y la convirtió en el Old Absinthe House, un local de culto considerado una de las cunas del jazz.