Barceloneta (entonces, colonia española de Puerto Rico), 1 de julio de 1881. Hace 140 años. Después de muchas reivindicaciones, Eulogio Despujol Dusay, capitán general de Puerto Rico, autorizaba la constitución del primer ayuntamiento de Barceloneta. El proyecto del comerciante y naviero catalán Bonós Llensa i Feliu (Blanes, 1821 – Barceloneta de Puerto Rico, 1891), iniciado dos décadas antes, adquiría la definitiva categoría de municipio. Barceloneta, un municipio de nueva creación poblado exclusivamente por agricultores y comerciantes catalanes, sería una isla catalanohablante en el Caribe. Pero no sería la única. Durante el siglo XIX y parte del XX, Barceloneta, Aguadilla, Ponce y, especialmente, Mayagüez albergaron nutridas colonias de catalanohablantes, originarios de los Països Catalans o, incluso, nacidos en Puerto Rico, que conservaron y transmitieron la lengua catalana.
Los catalanes de Puerto Rico
La emigración catalanohablante en Puerto Rico sería una de las más tardías del proceso de conquista comercial catalana iniciado a mediados del siglo XVIII. Mientras que las primeras comunidades catalanas en América aparecían a partir de 1750 (Buenos Aires, Nueva Orleans), la primera presencia catalanohablante en Puerto Rico fecha de 1820, cuando la inmensa mayoría de las colonias españolas de ultramar ya se habían independizado. En este punto hay que recordar que Puerto Rico (con Cuba, Guam y Filipinas) fue una de las cuatro últimas posesiones españolas de ultramar (1898). Este detalle es muy importante, porque las fuentes documentales revelan que una parte importante de la producción de los agricultores y de la actividad de los comerciantes catalanes establecidos en Puerto Rico se destinaría a los emergentes mercados americanos.
¿Qué impulsó la emigración catalana en Puerto Rico?
La isla de Puerto Rico tenía —y tiene— una tierra y un clima muy apropiados para el cultivo de la caña de azúcar. De hecho, el cultivo y producción de este producto había sido introducido en la región por un catalán. Tres siglos antes (1505), Miquel de Ballester (Tarragona, 1459 – Santo Domingo, 1516), emprendedor y hombre de confianza de Colón, había sido el pionero en el cultivo, producción y exportación de azúcar en las Antillas. Con el cambio de hábitos de los paladares europeos durante los siglos XVII y XVIII, el azúcar se convirtió en un producto muy demandado y, en consecuencia, muy rentable. En este punto es importante destacar que, por ejemplo, algunas de las grandes fortunas del siglo XIX francés se fabricaron en las plantaciones azucareras de la Martinica y de la Louisiana. Y los catalanes que fueron a Puerto Rico también depositaron sus ambiciones en el dulce elemento.
Los azucareros catalanohablantes de Puerto Rico
El estudio de las élites catalanohablantes de aquel Puerto Rico colonial y postcolonial nos dibuja una oligarquía de propietarios agrarios dedicados a la producción de azúcar de caña. Los Abril, Barceló, Basora, Defilló, Domènech, Ferré, Lió, Mestre, Pol, Oller, Riera, Rius, Rosselló, Segarra, Serra, Vergé, Vilà o Vilella, clavaban sus raíces en Catalunya y en Mallorca. Un buen ejemplo de aquellas historias es la de Pere Rosselló Batle, nacido en Alaró (Mallorca) en 1874, y que —prácticamente con las manos en el bolsillo— llegó a Puerto Rico en 1902 (cuatro años después de la retirada española). Pere Rosselló podría inspirar una versión mallorquino-caribeña de la serie Rich man, poor man: no tan sólo fue un exitoso empresario azucarero, sino que sería el patriarca de una estirpe que ha dado a dos gobernadores generales elegidos democráticamente.
¿Qué otra cosa impulsó la emigración catalana en Puerto Rico?
La primera presencia fechada de catalanes en Puerto Rico (a partir de 1820) coincidía con un cambio sustancial del mapa del Caribe. Las Trece Colonias británicas se habían convertido en los Estados Unidos de América (1783); el virreinato español de Nueva Granada en la República de la Gran Colombia (1811), y el de Nueva España, en los Estados Unidos Mexicanos (1821). Aquel nuevo mapa potenciaba el valor estratégico de Puerto Rico, y eso sería, precisamente, lo que impulsaría una segunda migración catalana: los comerciantes navieros. Un buen ejemplo de aquellas historias la personifica Bonós Llensa, que, también prácticamente de la nada, creó una ciudad portuaria de nueva fábrica y una flota de naves mercantes que cubrían el transporte regular entre Barceloneta de Puerto Rico y los puertos de Nueva Orleans, Nueva York y Barcelona.
¿Qué lengua hablaban los catalanes de Puerto Rico?
En la colonia española de Puerto Rico (hasta 1898), el catalán no tuvo nunca consideración de lengua oficial. De hecho, en la metrópoli era una lengua prohibida y perseguida. Para poner sólo un ejemplo, en 1896 —tan sólo dos años antes del fin del dominio colonial español— Salvador Bermúdez de Castro, director general de Correos y Telégrafos, había prohibido las conversaciones telefónicas en catalán. Tanto en la metrópoli como en las colonias. Pero en Puerto Rico —como los Países Catalanes—, y más concretamente en Barceloneta o en el barrio catalán de Mayagüez (denominado Barcelona), el catalán era la lengua de las casas, de las calles, de las plazas, de las tiendas y de las cubiertas de los barcos. Durante tres generaciones —la de padres, hijos y nietos del siglo XIX puertorriqueño— el catalán fue la lengua con la que aquellos pioneros se amaron, se pelearon e hicieron negocios.
¿Cómo funcionaba la correa de transmisión generacional?
La primera mitad del siglo XIX catalán estuvo marcada por un profundo proceso de transformación. No obstante, la industrialización del país no generó —cuando menos, a nivel social— grandes expectativas. Y eso realimentó aquel mito tan catalán "de ir a hacer las Américas". Y si era en casa de los "tíos" de La Habana o de Mayagüez, el éxito podía parecer garantizado. Las comunidades catalanas de Puerto Rico tuvieron una historia endogámica, de bodas entre vecinos o con parientes de lejos —reclamados— que atravesaban el océano escapando de la miseria. A diferencia de lo que pasó con la comunidad catalana de Buenos Aires, casi nunca aportarían recursos para capitalizar la inversión americana (la famosa dote matrimonial compensatoria). Sin embargo, una vez allí, se revelarían como buenos capataces, y como yernos y nueras muy bien valorados.
El catalán de Puerto Rico
Como pasó con la comunidad catalana de Montserrat, en Buenos Aires, el catalán empezó a desaparecer, paradójicamente, con el cambio de dominio (1898). Si bien es cierto que las familias más poderosas de aquel mundo catalanohablante —los Basora o los Rius, por ejemplo— ya hacía décadas que habían abandonado la cultura endogámica; el nuevo escenario político propició la emergencia de una nueva élite política que sustituiría a las viejas oligarquías coloniales. Las familias catalanohablantes de Barceloneta y de Mayagüez se mestizaron con las oligarquías castellanohablantes que habían aceptado aquel nuevo estatus e, incluso, con las nuevas clases funcionariales angloparlantes. Pero con la desaparición del catalán de Puerto Rico se perdía un patrimonio de una gran riqueza léxica y fonética (que llamaríamos catalán caribeño), y que hoy nos resultaría de un exotismo extraordinario.
¿Qué quedó de todo aquello?
Los Rosselló no son la única estirpe originaria de los Països Catalans que ha dado gobernadores de Puerto Rico. De los trece gobernadores de la isla que, desde 1948, son elegidos democráticamente, siete proceden de la emigración catalanohablante: Roberto Sánchez Vilella, Luis Alberto Ferré, Carlos Romero Barceló, Pedro Rosselló, Sila Calderón Serra, Aníbal Acevedo Vilà y Ricardo Rosselló. Y se da la curiosa circunstancia que los Serra (Sila Calderón) y los Rosselló (Pedro y Ricardo) clavan sus raíces familiares en el mismo pueblo: Alaró, en la falda de la sierra mallorquina de Tramuntana. Y que buena parte del resto proceden de Mayagüez, villa nativa de Joan Francesc Basora y Joan Rius, líderes independentistas puertorriqueños de finales del siglo XIX; y de Pilar Defilló, madre de Pau Casals.