Palermo (Sicilia), 4 de septiembre de 1282. Las tropas catalano-aragonesas del rey Pedro II de Barcelona-Aragón, esposo de la reina Constanza de Sicilia, entraban en la capital de la isla y restauraban el poder legítimo de la soberana siciliana. El 30 de agosto, habían desembarcado en Trapani ―a cien kilómetros en el oeste de Palermo―, habían derrotado la resistencia que les salía al paso, y con sólo cinco jornadas se habían plantado en el centro de la capital. Esta rapidez, en una época en la que los desplazamientos de la tropa se cubrían a pie, da una idea de la extraordinaria movilidad de aquella infantería. Cuando menos, de las compañías de vanguardia. Pedro el Grande había desembarcado con una fuerza expedicionaria formada por 15.000 efectivos: infantería ligera integrada por almogávares, ballesteros y lanceros; que sembrarían de sangre y muerte el camino que separaba Trapani y Palermo. La Guerra de Sicilia (1282-1289) sería el primer gran escaparate internacional del cuerpo militar más efectivo, más sanguinario y más temido del Mediterráneo.
¿De dónde venían los almogávares?
La Guerra de Sicilia (1282-1289) catapultó el prestigio ―si se le puede llamar así― de los almogávares. Pero su existencia remontaba a tres siglos y medio antes (principios de la centuria del 900). Al principio del año 1000 la península Ibérica estaba dividida en dos grandes mundos (el cristiano y el musulmán), que habían establecido una zona de frontera ―tierra de nadie― que tenía la funcionalidad de un gran cuadrilátero de boxeo: era un espacio de una gran amplitud destinado a dirimir las fuerzas militares. Esta "tierra de nadie" ―que se movía constantemente― era, también un espacio de libertad. Era donde se establecían los campesinos cristianos que huían del hacinamiento y de la miseria provocados por las durísimas condiciones que les imponían los barones feudales. En cambio, reveladoramente, los campesinos musulmanes no tenían la necesidad de huir a ningún sitio. En aquella tierra de libertad, sin otra ley que la costumbre y sin otra autoridad que la de los líderes naturales de aquellas comunidades, nacería el fenómeno almogávar. Y no precisamente entre aquellos primigenios libertarios.
Los primeros almogávares
Los primeros almogávares eran bandoleros musulmanes que asaltaban las comunidades de campesinos cristianos libres, generalmente dotadas de unas defensas muy precarias. De hecho, la palabra almogávar procede de la expresión árabe al-mogauar, que significa 'el que busca pelea'. No sería, sin embargo, por demasiado tiempo una actividad exclusivamente musulmana. Las fuentes documentales revelan que pasado el año 1000 aquellos bandoleros tanto podían ser originarios de las taifas islámicas de Zaragoza, de Tortosa o de Valencia como del reino de Aragón. Y eso se explicaría a causa de la gran crisis social y económica de la monarquía aragonesa de la época, amenazada por la ambición expansiva de Navarra y de Castilla; que había secado su tesoro y el de sus súbditos, había provocado la expulsión del sistema de los grupos sociales más vulnerables y había puesto en cuestión su propia existencia. Hasta las postrimerías de la centuria de 1000, los almogávares aragoneses camparían a su aire por el valle del Ebro asaltando, indistintamente, tanto comunidades de la cruz como de la media luna.
Los primeros almogávares catalanes
Poco después se sumarían los catalanes. La política expansiva del conde independiente de Barcelona Ramon Berenguer III (1097-1131), que desplazaría la frontera del Llobregat al Ebro, liquidaría definitivamente las comunidades campesinas libres, que quedarían sometidas a las estrategias de explotación de la tierra de la orden del Cister (Poblet, Santes Creus, Vallbona) y del Templo (Vallfogona, l'Espluga, Barbens), los grandes aliados del poder condal barcelonés. Naturalmente aquel encuadre no sería un camino de rosas: provocaría la expulsión del sistema de los elementos más resistentes, que pasarían a alimentar el fenómeno bandolero. Casi dos siglos más tarde el cronista e historiador Bernat Desclot (de la cancillería de los reyes Pedro y Constanza) diría que, originariamente, los almogávares eran “gent que no vivien sinó de fets d’armes (...) en muntanyes e en boscs (...) entren en la terra dels serrayns huna jornada o dues lladrunyant (...) e son molt forts e molt llaugers per fugir e per encalsar (...) e son Catalans, e Aragonesos, e Serrayns”.
La primera militarización de los almogávares
Alfonso I de Aragón (1104-1134), denominado el Batallador, sería el primero que incorporaría aquel caudal de fuerza bruta a la hueste militar real. Apresurado por la crisis aragonesa, decidió que la mejor manera de resolver aquella situación era a la brava. Hay que decir, sin embargo, que esta era una salida muy habitual y universal en aquella época: botín, capturas, posesión de nuevos súbditos ―por no decir esclavos― y una larga lista de ignominiosos beneficios. La crónica de Pedro III de Barcelona-Aragón, redactada a mediados de la centuria de 1300, dice que en tiempo del reinado de Alfonso el Batallador, el rey aragonés "se apoderó de Tauste (...) enseguida pobló Castellar (a los alrededores de Zaragoza) de ciertos hombres que vulgarmente dicen almogávares (...) y que aquel mismo año puso sitio sobre Zaragoza con sus aragoneses y navarros". Queda entendido que en la operación militar más importante del Batallador ―la conquista de Saraqusta (1118)―, los bandoleros almogávares tuvieron un papel destacado.
Lo peor de cada casa
Posteriormente, en el plazo de tiempo entre la conquista de Zaragoza (1118) y la de Palermo (1282), los almogávares que no habían sido sedentarizados continuaron dedicados a su actividad tradicional ―"lladrunyar en terra de serrayns"― y participaron, también, en algunas operaciones militares concretas. Las fuentes documentales revelan la activa presencia de almogávares catalanes en todas las grandes campañas militares de la centuria de 1100 (conquistas de Tortosa y de Lleida) y de 1200 (guerras de Occitania, conquista de Mallorca, conquista del País Valencià). Con la particularidad de que actuaban como pequeñas compañías de soldados autónomos (paramilitares) formadas por media docena de efectivos, muy avanzadas y destinadas a "limpiar el terreno". Naturalmente, la composición sociológica de aquellas unidades tenía poco en común con la milicia convencional, formada por los barones feudales y sus huestes particulares y profesionales. Los almogávares eran, para decirlo de una manera coloquial, lo peor de cada casa puestos en el negocio de la guerra.
Catalunya, fábrica de almogávares
La Catalunya de la centuria de 1200 crecía, demográficamente y económicamente, de forma imparable. Los investigadores estiman que había superado con creces a los 300.000 habitantes: el doble que Aragón con la mitad de territorio, y una densidad habitacional muy superior a Castilla, a Francia o a Inglaterra. Pero era un escenario de profundas y marcadas desigualdades, amparadas en el horroroso sistema feudal; y de una fortaleza precaria, por la excesiva dependencia de los cultivos agrarios a los agentes meteorológicos. Dicho de otra forma, un par de años consecutivos de sequía ―falta de lluvias― se convertía automáticamente en un trágico episodio de hambre, de enfermedades y de destrucción de las unidades familiares más vulnerables. Y eso explica la abundancia de un segmento de población afectado por las patologías sociales de la época (alcohólicos, delincuentes, sociópatas, asesinos) que eran firmes candidatos a ingresar en el bandolerismo, en primera instancia, y en las levas de almogávares, en segunda instancia.
La Gran Compañía Catalana de Oriente
Y eso explica no tan sólo la actuación de los almogávares en la primera (1282-1289) y segunda (1296-1302) campañas de Sicilia y en las de Grecia (centuria de 1300), sino que, también, la necesidad de encuadrarlos en una estructura militar mínimamente disciplinada y de tenerlos ocupados en cualquier tipo de guerra lo más alejada posible. Durante el tiempo de paz ―entre guerra y guerra― no cobraban ningún estipendio, y se dedicaban a robar, asaltar y masacrar a la población civil del territorio donde estaban acampados. Su utilización se convertiría en una responsabilidad que las clases dominantes, en tiempo de paz, no supieron nunca gestionar. La creación de la Gran Compañía Catalana (1303) ―llamada oficialmente Magna Societatis Exercitus Catalanorum― y su desplazamiento a los conflictos que se dirimían en el Mediterráneo oriental, respondían a unas necesidades, pero no a un planteamiento. Allí escribirían sus gestas militares más célebres, y cometerían los abusos más brutales sobre la población civil.