Barcelona, 8 de enero de 1634. Hace 388 años. Joan Sala i Ferrer, llamado también Serrallonga, era ejecutado por orden del virrey hispánico Enrique de Aragón Folc de Cardona, duque de Sogorb. Serrallonga había sido uno de los grandes capitanes del bandolerismo catalán y uno de los máximos exponentes de un fenómeno que ocultaba una verdadera guerra civil sorda. El bandolerismo catalán, dividido entre nyerros (el partido señorial) y cadells (el partido plebeyo), sería una prolongación de los conflictos sociales a nivel general que, a finales de la edad media (en Catalunya, la revolución remensa, 1448-1486), debatían la conservación o el fin del régimen feudal. Y sus tentáculos se infiltrarían por todas las instituciones políticas del país.
El bandolerismo catalán, ¿un fenómeno catalán?
El bandolerismo catalán no fue un fenómeno exclusivamente catalán, sino que fue una forma genuinamente catalana de transitar a través de un periodo convulso. La Europa del siglo XVI fue un hervidero de tensiones sociales que, en cada país, adquirirían unas formas y unas expresiones singulares. El bandolerismo organizado —que es como se articularía en Catalunya— tuvo sus manifestaciones propias en la Provenza, en el Languedoc, en el País Valencià, en la Toscana o en Cerdeña, para poner algunos ejemplos. O en Sicilia, en Calabria y en Nápoles; países donde, con el transcurso del tiempo, derivaría hacia los fenómenos de la mafia, de la 'Ndrangheta y de la Camorra.
El escenario
El fin de la Revolución y Guerra de los Remensas (1448-1486), aunque se saldó con una ajustada victoria de las clases populares agrarias, se tradujo en el inicio del desmantelamiento del régimen feudal. El estamento nobiliario catalán quedó arruinado (por los efectos de la guerra y por la derogación de buena parte de sus privilegios feudales). En aquel contexto crítico, las familias aristocráticas buscaron matrimonios ventajosos con las grandes familias nobiliarias castellanas y, en el espacio de tiempo de dos generaciones, las encontramos situadas en la Baja Andalucía. Pero en cambio, la pequeña nobleza se quedó en el país, arruinada, desprestigiada y atrapada por el destino.
¿Quién era quién? Los nyerros
Esta pequeña nobleza sería la base social que fabricaría el fenómeno. Arruinada por los efectos del conflicto y, sobre todo, por sus consecuencias (abolición de gran parte de las abusivas rentas feudales), se lanzó a la única actividad que conocía: la guerra y el pillaje. Y si bien es cierto que algunas estirpes de esta pequeña nobleza las encontremos en empresas militares de la monarquía hispánica, como la guerra de Granada (1484-1492) o la conquista americana (a partir de 1492), la inmensa mayoría permanecieron en Catalunya y promovieron un escenario de violencia generalizada —similar a la feudalización del año 1000— que pretendía involucionar el país. Serían los nyerros.
¿Quién era quién? Los cadells
El conflicto remensa fue la primera revolución moderna de Europa. Y se puede decir que el resultado de aquella guerra impulsaría la primera reforma agraria de la historia europea. La Catalunya del XVI era un país carbonizado, pero también era una tierra de oportunidades (la gran inmigración occitana que duplicó la población y cuadruplicó la producción, lo certifica). Eso explicaría que aquellas clases plebeyas (campesinas y menestrales) que habían alcanzado un escenario que generaba grandes posibilidades (y que se confirmaría con el surgimiento de las primeras formas precapitalistas) se resistieran a los propósitos involucionistas de la pequeña nobleza. Respondieron con las mismas armas y se convirtieron en los cadells.
El bandolerismo plebeyo
El porqué las pujantes clases plebeyas respondieron al ataque con las mismas armas se explica por el vacío de poder en la Catalunya de la época. El estamento real —el tradicional aliado de las clases plebeyas durante el régimen feudal— se había desplazado a Castilla. Y los virreyes nombrados por la monarquía hispánica, generalmente forasteros, nunca fueron capaces de entender la singularidad catalana y de afrontar el problema con éxito. Eso explica por qué los consejos municipales reaccionaron creando —naturalmente, de forma clandestina y totalmente al margen de los tradicionales somatenes— grupos de bandoleros que combatían el pillaje señorial con las mismas armas.
Los tentáculos del poder
La auténtica dimensión del fenómeno bandolero catalán la encontramos en dos figuras políticas de primer nivel. Por una parte, Joan Terés i Borrull, hijo de una familia de terratenientes agrarios arruinados de Verdú (Urgell) que fue obispo de Elna (1579-1586), de Tortosa (1586-1587), arzobispo de Tarragona (1587-1603), y consejero y confesor del rey hispánico Felipe III (1598-1603). Terés fue el jefe político del partido bandolero nyerro. Y por la otra parte, Francesc Robuster i Sala, hijo de una familia de boticarios de Igualada y de Reus, que fue obispo de Elna (1591-1598) y obispo de Vic (1598-1607), fue el líder político del partido bandolero cadell.
Los curiosos vínculos de lealtad
La división de la sociedad catalana de la época (entre nyerros y cadells) no siempre respondía a la extracción social. Todavía estaban vivos los mecanismos relacionales medievales (las redes clientelares señoriales y feudales), y en aquel contexto nos encontramos casos bien curiosos que obedecían a una arquitectura de tramas de lealtad. Como los Pons de Vallfogona de Riucorb, inicialmente simples mozos de caballos del poder señorial local, que acabarían convertidos en bandoleros al servicio del partido nyerro. El padre (Magí, 1585-1642) y sus ocho hijos varones, a pesar de su origen humilde, se convertirían en el puntal del poder nyerro en la Baixa Segarra, y se enriquecerían sustancialmente gracias a su actividad bandolera.