Buenos Aires, 1 de enero de 1857. Hace 162 años. 150 inmigrantes procedentes de Catalunya y de las Balears reunidos en el Teatro del Porvenir, cerca de la avenida de Mayo, fundaban la Asociación Catalana de Socorros Mutuos Montepío de Montserrat ―origen del Centro Catalán de Buenos Aires―, la primera entidad catalana en Argentina y la segunda en el exterior. Sólo la precedía la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Catalunya, fundada en La Habana en 1840. El 6 de enero se reunían otra vez y votaban la primera comisión directiva: el primer presidente sería Gil Gelpí i Ferro, los primeros vocales Josep Puig, Domènec de Bertran y Pau Ramon y los primeros médicos Pau Sabadell y Domènec Capdevila.
Según el historiador Luis Garzón Guillén (de la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica), cuando se fundó el Montepío Montserrat (1857), los catalanes ya eran el segundo colectivo inmigrante de origen peninsular tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el conjunto de Argentina (por detrás de los gallegos y por delante de los vascos, de los asturianos, de los andaluces y de los canarios). Pero a diferencia de los otros colectivos, el perfil de los emigrantes catalanes estaba formado, mayoritariamente, por profesionales cualificados. En palabras de Garzón, la primera oleada catalana en Argentina ―la que se produjo entre 1830 y 1880― era "una migración de la riqueza (...) que aportaría al gran capital cultural".
En esta historia, lo más destacable es la voluntad y la capacidad de aquellos catalanes en la creación de sociedades de inmigrantes con total y absoluta independencia del resto de colectivos forasteros. Es un hecho sorprendente, porque el contexto político no acompañaba. El año 1840, cuando se fundó la Sociedad Benéfica de La Habana, o el año 1857, cuando se creó el Montepío Montserrat de Buenos Aires, España era un estado unitario, gobernado por un régimen monárquico pretendidamente democrático que con la irrupción de los liberales (a partir de 1833) había intensificado la persecución contra la lengua y la cultura catalanas, es decir, contra el hecho nacional catalán, negado y proscrito desde la ocupación borbónica de 1714.
El año 1833, siete años antes de la fundación de la Benéfica de La Habana, Bonaventura Carles Aribau, con Oda a la Pàtria, daba el pistoletazo de salida al catalanismo cultural. Pero, cuando los catalanes de Buenos Aires fundaron el Montepío Montserrat, todavía faltaban treinta y cinco años para que las Bases de Manresa (1892) hicieran lo mismo con el catalanismo político. En cambio, los estudiosos del fenómeno migratorio catalán en Argentina afirman, con una indisimulada sorpresa, que los catalanes se movían y actuaban como una comunidad nacional. Y que, a diferencia de otros colectivos de inmigrantes, eran bien considerados por las clases dirigentes de la sociedad local.
Entonces es cuando se disparan los dos grandes interrogantes de este fenómeno. El primero es: ¿por qué motivo los catalanes, que desde hacía más de un siglo habían quedado reducidos a la simple categoría de súbditos del rey español, seguían actuando como una comunidad nacional? Y la segunda es: ¿por qué los inmigrantes catalanes, a diferencia de los otros colectivos inmigrantes, eran bien considerados por las clases dirigentes locales? En la respuesta a estas cuestiones, los investigadores ―sobre todo Garzón Guillén― lo argumentan basándose en las singularidades de aquel colectivo que escapaba del perfil clásico del inmigrante hispánico: alto nivel de calificación y una lengua y cultura propias.
Vamos por partes. La cuestión de la calificación profesional explicaría con cierta lógica una más rápida y más cómoda adaptación al nuevo medio. Los catalanes que emigraron a Argentina durante el periodo 1830-1880 (la primera oleada inmigratoria catalana en el continente sudamericano) eran ―en un porcentaje muy elevado― periodistas, médicos, abogados, arquitectos, profesores o cuadros intermedios de la pujante industria textil, que emigraban, no tanto por una necesidad económica ―si bien es cierto que el tema pecuniario era importante― sino porque querían relanzar su carrera profesional en un país de oportunidades. Y eso los aproximaba a la ideología de las clases dirigentes autóctonas.
Sin embargo... ¿y el tema de la lengua? Argentina era ―y es― una sociedad castellanohablante. Y en las grandes olas migratorias procedentes del sur y del centro de Europa (finales del siglo XIX y principios del XX) que duplicaron la población, al castellano se le asignó un papel cohesionador. La diferencia reside en que los catalanes llegaron antes y los historiadores insisten en el "carácter catalán, emprendedor y universal" que las clases dirigentes locales asociaron a la singularidad catalana: una lengua y una cultura propia. En este punto hay que decir que la guerra de la independencia argentina era muy reciente (1810) y que las clases locales dirigentes conservaban una fuerte ideología antiespañola.
A todo ello hay que añadirle la existencia de una pequeña, pero muy influyente, colonia primigenia catalana en Buenos Aires establecida un siglo antes de la fundación del Montepío Montserrat (1750). Aquella colonia primigenia, en el transcurso de su corta pero intensa historia, no tan sólo se había comprometido decididamente con la revolución independentista argentina (1810), sino que algunos de sus miembros más relevantes ocuparían destacadas posiciones políticas en los primeros gobiernos de la joven república. Y todavía más, su cultura "emprendedora y universal" los convertiría en los promotores de las primeras grandes obras públicas del país, como es el caso del ferrocarril.
No deja de ser curioso que la forja del catalanismo político coincida cronológicamente con la primera ola inmigratoria catalana en Argentina. Como lo es que la modernización de Argentina coincida cronológicamente con la primera ola inmigratoria catalana. Aquellos catalanes del Montepío Montserrat, aunque demográficamente no tenían un peso decisivo en el conjunto de la sociedad local, en cambio, socialmente y económicamente resultarían determinantes. Garzón dice que: “Las tiendas de alimentación, ceràmica, sastrerías, hoteles (...) que constituyen la mayor parte de los negocios de barrio en la Argentina nacen en esta época”, por iniciativa de los catalanes.
Los historiadores (Moya, Vives, Sánchez, Garzón) afirman que la ola migratoria que fundaría el Montepío Montserrat llegaría siguiendo el canal comercial de flujo-reflujo entre Buenos Aires y Barcelona, creada por la inmigración primigenia (la de 1750-1810). Y que contribuiría a fortalecerlo. Catalunya ya estaba en plena Revolución Industrial y la demanda de materia prima que producía Argentina había crecido exponencialmente. De tal forma que por las aguas de aquel canal no tan sólo viajarían cada vez más mercancías, sino también cada vez más ideas. En un sentido, nuevos proyectos comerciales e infraestructurales. Y a la inversa, ideas republicanas y federalistas. Una de las raíces del catalanismo político.