Madrid, 9 de julio de 1746. Fernando VI —el único hijo que sobrevivió a Felipe V y a María Luisa Gabriela—, era coronado después del inacabable reinado de su padre (1700-1746) y del paréntesis de su hermano mayor Luis (1724). Fernando VI —si se excluye Luis— es, muy probablemente, el monarca más desconocido de la dinastía borbónica hispánica. Pero, en cambio, su reinado (1746-1759) quedaría marcado por una brutal tragedia: "la Gran Redada" (1749), la detención, deportación, y concentración de "todos los gitanos del reyno". Un operativo oportunamente maquillado por la maquinaria borbónica con los perjuicios raciales más abominables: estigmas atávicos del gitano desarraigado, delincuente y hereje, responsable del estado de inseguridad que ensuciaba la España pretendidamente ordenada —a sangre y fuego, naturalmente— de los Borbones.
"La Gran Redada"
Efectivamente, aquel operativo respondía a la ambición de resucitar el dominio de los mares que el imperio hispánico había perdido durante el siglo anterior. Pero las decrépitas arcas de la corona no se podían permitir el sueño húmedo de Fernando VI. Y en aquel momento el hijo de Felipe V, con la inestimable colaboración del obispo Gaspar Vázquez Tablada (presidente del Consejo de Castilla, el equivalente al gobierno de España), y de Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada y ministro de la Guerra, ideó un plan para convertir la comunidad gitana hispánica en mano de obra esclava destinada a los grandes astilleros militares de los dominios borbónicos peninsulares. Con el propósito finalista de exterminar a la población romaní. Las fuentes relatan que, tan sólo la deportación, fue una tragedia únicamente comparable a la expulsión de los judíos (1492) o a la de los moriscos (1609).
Los campos de concentración de Fernando VI
Este horrible episodio ha sido deliberadamente ocultado por la historiografía española. La investigación de este fenómeno es prácticamente inexistente. Y, no hace falta decirlo, igual que la difusión y el conocimiento general, incluso, entre la comunidad gitana actual. Sin embargo, a pesar de todo, sabemos que Fernando VI diseñó un operativo que habría entusiasmado a Heinrich Himmler y a Ernst Baader, los principales ideólogos del Endlösung der Judenfrage (la Solución Final al problema judío, 1941). El 30 de julio de 1749, al anochecer, el ejército español bloqueaba discretamente las entradas y salidas de los barrios gitanos de todas las grandes ciudades de los dominios borbónicos. Y a media noche, de forma sincronizada, entraba por sorpresa y de forma violenta, y se entregaban al desahucio, detención y deportación de la población romaní. Resultado: 50.000 personas desplazadas.
¿Fernando VI, el novio de la muerte?
Aquel plan no tuvo el éxito que Fernando VI esperaba. La inanición, las enfermedades, los maltratos y los asesinatos disminuyeron considerablemente aquel colectivo esclavizado. Hasta el extremo que, finalmente, abandonó su proyecto con una desidia sólo inversamente comparable al entusiasmo que había manifestado al inicio del operativo. Resultado: 12.000 muertos. Fernando VI, desengañado, se entregó a la actividad de la caza y de la música (aficiones que, de ser coetáneos, habría podido compartir con Adolf Hitler). Incluso, el final de Fernando VI admite cierta comparación con el del Führer nazi. Se recluyó y murió en su bunker particular (en el castillo de Villaviciosa de Odón); no sin revelar su auténtico perfil. Su hermanastro Lus (hijo de la segunda esposa de Felipe V) escribiría qué “juega a fingir que está muerto o, envuelto en una sábana, a que es un fantasma, y tiene unos impulsos muy grandes de morder a todo el mundo”.
El interregno de la Farnese
Muerto Fernando VI, la madastra Farnese tuvo su minuto de gloria. Si bien es cierto que Fernando VI no había tenido descendencia —ni masculina, ni femenina— (como, curiosamente, le había pasado también a Hitler), y que había sido el último superviviente de la pareja formada por Felipe V y su primera esposa; la investigación historiográfica revela, de nuevo, la existencia de un testamento de sospechosa autoría que conducía a Carlos III (primogénito de Felipe V y la Farnese) al trono de Madrid. En aquellos momentos (1759), Carlos III era rey de Nápoles y de Sicilia (impuesto por las armas hispánicas en 1735), y el sospechoso y misterioso testamento de Fernando VI resultó un regalo envenenado. Como había pasado con el testamento del último Habsburgo a favor del primer Borbón, el minuto de gloria —la avaricia irrefrenable— de la Farnese estuvo a punto de precipitar una segunda guerra de Sucesión.
Carlos III y Fernando I
Carlos III lo solucionó por la vía rápida. Abandonó Nápoles como quien lleva un cohete en el culo, y cedió el trono de las Dos Sicilias a su segundo hijo, que sería coronado como Fernando I. Al heredero —más adelante Carlos IV de España— se lo llevó a Madrid. Este personaje, Fernando I, merece un capítulo aparte. Gobernó las Dos Sicilias por espacio de sesenta y seis años (1759-1825), tiempo durante el cual convirtió la corte de Nápoles en algo similar al Café de la Cooperativa de Corleone. Nunca en la historia, la Mafia napolitana, la Cosa Nostra siciliana, y la N'Draghetta calabresa habían estado tan cerca del poder político. Fernando I, en un sospechoso intento de acercar el poder y las clases populares, remodeló totalmente el consejo de ministros: sustituyó a la vieja aristocracia napolitana por los capodifamiglia del crimen organizado.
"Il carcirieri di Nàpoli"
Finalmente se revelaría que el invento de Fernando I sólo tenía el propósito de beneficiar a la corona. La prueba es que la contestación popular a la permanente crisis y empobrecimiento del país alcanzó un punto que ni los trabucos de la mafia podían parar. En aquel momento Fernando I se convirtió en "Il carcirieri di Napoli" (el carcelero de Nápoles): el promotor del aparato penitenciario más siniestro de la península italiana. Una de sus "joyas", que actualmente todavía está en pie, sería la prisión de Santo Stéfano, construida sobre un islote desértico a 60 millas de Nápoles. Este penal tendría una larga y siniestra historia que lo sobreviviría: fue la prisión de máxima seguridad del régimen fascista de Mussolini (1922-1945). Precisamente tres internos de Santo Stefano (Spinelli, Rossi y Colorni, 1941) serían los redactores del Manifesto de Vertotene (el claustro materno de la Unión Europea).
"El mejor alcalde de Madrid"
Cuando Carles III, denominado popularmente "el mejor alcalde de Madrid" puso los pies en la Villa y Corte y le explicaron la idea que tenía su hermanastro de los gitanos, ordenó pasar página "discretamente para no mancillar el buen nombre de mi hermano el rey Fernando”. El sentido de la justicia y la voluntad de la reparación, por el hueco del retrete. Ahora bien, si hay una cosa que dibuja con claridad meridiana la ideología del "rey ilustrado" Carlos III es que sería el campeón de la persecución y genocidio de la lengua catalana. No tan sólo sería el primero a dictar leyes contra la enseñanza básica en catalán (1768), sino que también impondría la obligación de redactar los libros de contabilidad en castellano. Probablemente, en su ridícula mente ilustrada, debió imaginar que los catalanes escribían las cifras de una forma maliciosamente subversiva, sediciosa y golpista.