Lacca (actualmente Arcos de la Frontera, Andalucía); 26 de julio de 711. Después de siete días de escaramuzas y batallas, las tropas del general árabe Táriq ibn Ziyad derrotaban las del rey visigodo Rodrigo. El monarca sería uno de los muertos más ilustres de aquella reyerta. Aquella batalla, llamada "del río Guadalete", lejos de ser un simple episodio más de un conflicto bélico, resultaría trascendental. Después de aquella derrota, el reino visigótico hispánico, como un castillo de arena golpeado por las olas del mar, se desharía con una velocidad pasmosa. La monarquía visigótica hispánica y su régimen político, jurídico, social y económico desaparecería para siempre.
Mapa de los dominios peninsulares visigóticos. Siglos VI y VII / Fuente: Enciclopedia
Aquella época sigue siendo muy oscura. La investigación historiográfica clásica que podría explicar aquel derrumbe repentino únicamente revela que el estado visigótico ("estado" con todas las reservas que implica el uso de este término) era una auténtica olla de grillos. O una "casa de putas", generalmente sin patrona. Los golpes de estado y los asesinatos reales dibujaban una debilidad de poder que sólo habían servido para potenciar las rivalidades atávicas y seculares entre las facciones oligárquicas peninsulares que se diputaban el trono de Toledo. El historiador Ladero Quesada afirma que la invasión árabe se produjo después "de un largo proceso de debilitamiento interno" del estado visigótico.
Pero las investigaciones más recientes dibujan un estado visigótico carcomido por una profunda crisis social. Recientemente investigadores de la Universidad de Sevilla justificaban la rápida ocupación árabe (711-717) argumentando que buena parte de las clases más humildes de las zonas más pobladas de la península (los valles del Tajo, del Guadalquivir y del Ebro; y el levante peninsular), ya habían transitado -clandestinamente- hacia el islam antes de Guadalete; y en aquella invasión actuaron como "quinta columna". El islam se presentaba como una religión innovadora e igualitaria, que contrastaba con el posicionamiento de la Iglesia, aliada incondicional de un poder que consagraba las profundas desigualdades
Pero lo más relevante es la clara adscripción territorial de los selectos clanes que rivalizaban por el trono. El año 672 -cuatro décadas antes de Guadalete- ya está documentada esta conflictividad territorial. El general Flavius Paulus había liderado una insurrección en la Tarraconense o Iberia (actuales Catalunya y Aragón) y en la Narbonense o Septimània (actual Languedoc), que el rey Wamba habría vencido y culminado con una brutal demostración de venganza. Paulus, coronado rey de los visigodos de Septrentión, sería encadenado, vestido grotescamente y exhibido por las calles de Toledo, la capital del estado visigótico, e insultado y apedreado -posiblemente hasta la muerte- por la turba.
Representación medieval de la batalla del río Guadalete / Fuente: Blog Archivos de la Historia
No está probado cuál era el objetivo final del partido de Flavius Paulus. ¿Consolidar un estado independiente a caballo entre los Pirineos? ¿O disponer de una plataforma política y militar que se tenía que proyectar por todos los dominios visigóticos? En cambio, a tenor de la reacción de Wamba -es decir, del poder central- lo que sí que queda probado es que las tensiones territoriales son el elemento principal que explica "el largo proceso de debilitamiento interno". La experiencia de Paulus, proclamado por las oligarquías del nordeste y coronado por los arzobispos de Tarragona y de Narbona, dibuja dos ejes territoriales enfrentados: el eje litoral Tarragona-Narbona, versus el eje central Toledo-Mérida-Sevilla.
Y lo que también prueba es que el estado visigótico que reivindica el nacionalismo español como la raíz más remota de la actual España no existió nunca. Primero, porque el reino de los visigodos nunca abarcó el límite geográficos de la península. Nunca pudieron dominar del todo a los vascos, los astures, y los suevos de Galicia. Nunca pudieron expulsar, definitivamente, a los bizantinos del sureste peninsular. Y segundo, y más importante, porque aquellas seculares tensiones territoriales delatan que Toledo, a pesar de las políticas centralizadoras, ni siquiera tuvo nunca el control sobre el territorio propio. La desaparición de Flavius Paulus, lejos de decapitar su movimiento, la alimentaría e, incluso, lo legitimaría.
Representación de la monarquía sueva de Galicia / Fuente: Wikimedia Commons
Y es aquí en este punto donde entra en juego Ardón. Quién era y de dónde venía Ardón, en parte sigue siendo un misterio. Pero su origen y el destino que le reservó la historia apunta claramente que fue el sucesor político -con cuatro décadas de distancia- de Flavius Paulus. Las grandes diferencias en el proceso de conquista árabe entre los territorios del eje Toledo-Mérida-Sevilla y los del eje Tarragona-Narbona lo corroboran. Mientras que en el sur y en el centro de la península las oligarquías visigóticas se avinieron rápidamente a colaborar con los nuevos dominadores (son célebres los casos de Sara la goda, el obispo Oppas o el conde Teodomiro), en el nordeste, la resistencia visigótica tuvo resultados devastadores.
Efectivamente, exceptuando el caso de Zaragoza, donde los condes visigodos Cassius se transformaron en los valís árabes Banu Qasi; en la Tarraconensis o Ibéria los visigodos consiguieron detener, momentáneamente, la invasión. Cuando menos, dificultarla con el propósito de desesperar a los invasores. Al estilo de los moscovitas que en 1812, justo cuando los ejercidos napoleónicos estaban a punto de entrar en la ciudad, la incendiaron y la abandonaron. Uno de los casos más paradigmáticos sería Tarragona, la capital-palacio provincial. Cuando los árabes habían atravesado el Ebro (717), el arzobispo Próspero ordenó abandonar totalmente la ciudad. Y Barcelona y Girona vieron marcharse las tres cuartas partes de su población.
Ardón tuvo que retroceder, lenta pero progresivamente, hasta consumir todas sus fuerzas en los Pirineos, entre el Empordà y el Rosselló (720). Fue el último rey visigodo (de Septrentión o de lo que quedaba del estado visigótico). Porque Pelayo, el de la batalla de Covadonga (718) no tenía ninguna relación (ni familiar, ni política) con la monarquía toledana. Era un caudillo local que no tenía más intereses que la preservación de su estatus dentro de su comunidad. Es más, las fuentes documentales revelan que el gobernador árabe de Gijón siempre estuvo acompañado del obispo toledano Oppas (pariente del difunto Rodrigo), en la tarea de represión de los movimientos locales insurgentes. Queda claro que la monarquía hispano-visigótica no tuvo continuidad, y se agotó con Ardón.
Mapa del reino carolingio y de la Gotia al inicio de la invasión árabe (siglo VIII) / Fuente: Wikimedia Commons
¿O bien Ardón fue el primer rey de Gothalania? Las últimas noticias que se tienen de Ardón son del 721, una década después de Guadalete. Algunos testimonios documentales apuntan a que encontró la muerte combatiendo el avance árabe en el norte de los Pirineos. Los árabes culminarían la conquista del estado visigótico hispánico -o de lo que quedaba- el 723. Y en este punto es importante destacar dos cosas: la resistencia de Ardón estuvo alimentada, únicamente, por los ejércitos de las oligarquías de Septrentión; en la medida en que Rodrigo se había enfrentado y había sido derrotado y muerto en Guadalete (711) -muy reveladoramente- con el único concurso de las fuerzas militares de las oligarquías del eje Toledo-Mérida-Sevilla.
Durante el gobierno de Ardón (713-721) se produjo la estrategia de abandono del terreno (la gran migración en el reino de los francos) que durante varias generaciones fabricaría y alimentaría la ideología del retorno; la que explica los fundamentos de la construcción nacional de Catalunya. A partir del 750, los carolingios -con el imprescindible concurso de los descendientes del exilio- recuperarían la Septimania (el actual Languedoc) y la Catalunya vieja. Aquel territorio, la vieja Gothalania (tierra de los godos), fue organizado como una región carolingia más: los primeros condados languedocianos y catalanes. Y fue denominado Marca de Gotia (801), capital Barcelona. La vieja Gothalania de Paulus i de Ardón.
Imagen principal: El rey y las oligarquías visigóticas / Fuente: Eniclopèdia