Alta mar, a unas seiscientas millas marinas al este de la costa suroriental de Terranova (Canadá); 14 de abril de 1912. 23.40 horas de la noche. El RMS Titanic, de la naviera británica White Star Line (hasta entonces el mayor y más lujoso transatlántico de la historia de la navegación), chocaba con un iceberg. Aquella colisión accidental provocaría cinco vías de agua en el casco de babor y la inundación de dos de las seis cubiertas de fondo del barco. Dos horas y cuarenta minutos más tarde (a las 02.20 de la madrugada del 15 de abril), el Titanic se sumergía para siempre en las gélidas aguas del Atlántico norte, llevándose la vida de 1.513 personas; que, en aquel momento, sería el mayor balance de víctimas mortales de la historia de la navegación en tiempos de paz. Entre la tripulación había siete catalanes: cuatro que sobrevivieron y tres que murieron.

Ilustración de la evacuación del Titanic, obra de Charles Dixon (1912) / Fuente: The Graphic

¿Quiénes eran los catalanes del Titanic?

Según los datos de la compañía propietaria del barco, en el momento del naufragio, a bordo del RMS Titanic había cinco catalanes y dos descendientes de catalanes: Emili Pallàs i Castelló, de 29 años de edad, natural de Basturs (Pallars Jussà) y vecino de Barcelona; Julià Padró i Manent, de 27 años de edad, natural de Lliçà d'Amunt (Vallès Oriental) y vecino de Barcelona; las hermanas Florentina y Asunción Duran i Moré, de 30 y 28 años de edad respectivamente, hijas de Sant Adrià de Tendrui (Pallars Jussà) y vecinas de Barcelona; Joan Monrós, de 20 años de edad, natural y vecino de Barcelona; y los primos segundos Francesc Carrau Rovira y Josep Pere Carrau Esteve, de 28 y 18 años respectivamente, naturales y vecinos de Montevideo e hijos de los primos hermanos Carrau de Vilassar de Mar (Maresme), establecidos en Uruguay.

Los supervivientes y las víctimas

En aquel catastrófico naufragio se salvaron 711 personas, que fueron evacuadas en los 20 botes salvavidas de que disponía el Titanic. Con respecto a los tripulantes catalanes, sobrevivieron Emili Pallàs, que viajaba en segunda clase y se embarcó en el bote número 9; Julià Padró, amigo de Emili, y que siguió el mismo recorrido y las hermanas Duran i Moré, que también viajaban en segunda clase y se embarcaron en el bote número 12. En cambio, los primos Carrau, que habían embarcado en primera clase, y que iban de viaje de negocios (eran directivos de la empresa familiar Carrau & Cia, de Montevideo, dedicada a la producción alimentaria) y Joan Monrós, que se había enrolado como camarero del restaurante del barco, no llegaron nunca a los botes salvavidas y acabarían engrosando la horrorosa lista de víctimas de aquel catastrófico naufragio.

El bote número 12 llega al barco de salvamento Carpanthia / Fuente: Wikimedia Commons

Los catalanes que sobrevivieron

Aquel dramático salvamento fue el principio de unas imprevisibles historias personales. Cuando menos, del todo inimaginables, en el momento de ilusión y esperanza en que compraron los pasajes. O incluso, durante aquellas horas de incertidumbre y zozobra en medio del gélido Atlántico norte. Pero, paradójicamente, aquella tragedia cambiaría para siempre el rumbo de sus vidas. En el transcurso de aquel accidentado viaje, entre Julià Padró i Florentina Duran surgió una relación; no se sabe si a bordo del Titanic (como los celebrados Dawson y Bukater en la película), a bordo del barco de salvamento Carpanthia, o en el hospital de Saint Vicent, de Nueva York), y que, posteriormente, vivirían su propio sueño americano. O que Emili Pallàs retornaría a Barcelona como un hombre totalmente diferente al emigrante que, meses antes, había partido en busca de una oportunidad.

Julià i Emili

Julià Padró y Emili Pallàs vivieron una auténtica odisea para salvar la vida. Coincidiendo con el 100 aniversario del naufragio (2012) el doctor Gerard Pallàs (el único nieto de Emili) reveló que los dos amigos salvaron la vida por fortuna y por astucia. Aquella noche gélida del naufragio, Julià y Emili se convertirían en unos de los ejemplos más paradigmáticos de aquella caótica e inhumana evacuación. Según el doctor Pallàs, cuando se produjo la colisión con el iceberg, los dos amigos ya estaban en su cabina, y el único que los avisó del peligro que corrían fue un pasajero argentino con quien habían hecho amistad durante la ravesía. Mientras se descolgaban por las poleas, Julià se cayó y quedó inconsciente, y para evitar que los marineros del Titanic lo dieran por muerto y lo lanzaran por la borda, Emili lo ocultó bajo una lona del bote salvavidas número 9.

Julià Padró y Florentina Duran, en su boda en La Habana (1913) / Fuente: Archivo de ElNacional

Julià i Florentina

El naufragio del Titanic cambió para siempre la vida de aquella pareja. Con la suma de las dos indemnizaciones crearon una historia propia con título de película. Julià y Florentina se establecieron en La Habana, la capital de la flamante República de Cuba, pusieron en práctica los conocimientos que aportaban (Julià era chófer de profesión y Florentina era una emprendedora nata) y fundaron una empresa de transportes de viajeros que, con el transcurso de los años, se convertiría en una de las principales compañías de la isla. Según algunas fuentes, a principios de la década de los 30 (unos veinte años después del naufragio) la empresa de Julià i Florentina tenía más de 500 empleados. En esta particular historia, Assumpció (la hermana pequeña de la Florentina) tuvo un cierto papel al inicio, pero poco después la investigación la sitúa, de nuevo, en Barcelona, y se pierde la pista.

Fotografía de algunos supervivientes del Titanic en el Hospital Saint Vincent de Nova York / Fuente: American Associated Press, Wikimedia Commons

Emili

En cambio, el naufragio del Titanic alteró completamente los planes de Emili Pallàs. Aquella terrible experiencia lo hizo desistir de su sueño americano y, cuando se recuperó (después de una semana ingresado en el Saint Vincent de Nova York) retornó a Barcelona y se casó con  Aurora Rabassó. Y como habían hecho Julià y Florentina en La Habana, Emili (que era panadero de profesión) y Aurora emprendieron su propio negocio. El año 1913 (unos meses después del naufragio) abrían un horno de pan en la calle Consell de Cent que sería uno de los comercios más populares del Eixample. Emili esquivó la muerte para crear su propio destino, no en América, sino en Catalunya. Pero el destino que le había cambiado la vida, finalmente se revelaría implacable. Emili moriría un 14 de abril de 1940, el día que se cumplían 28 años del naufragio del Titanic.

 

Imagen principal: Fotografía de Julià Padró y Emili Pallàs, poco antes del inicio del viaje / Fuente: Archivo de ElNacional.cat