Jerusalén, julio de 1099. Las armas de la primera cruzada, formadas por un conglomerado de pequeños ejércitos de las casas feudales inglesas, francesas, germanas y armenias, llegaban a su objetivo: la plaza de Jerusalén. Aquella primera cruzada no tan solo alteraría los equilibrios de poder que presidían el mundo conocido, sino que también abriría las puertas a la expansión de un corpus de conocimientos y tradiciones que invadiría Europa. San Jorge, la figura mítica del militar romano de origen griego Georgios, sería una de estas tradiciones. La historia mítica de san Jorge llegaría a Europa después de la primera cruzada (1096-1099), y sería sobradamente difundida por los supervivientes de aquella carnicería, tanto por la caballería aristocrática, ávida de sangre, tesoros y honores, como por la infantería plebeya, descastada, desarraigada y deshumanizada.
¿Quién era Georgios?
Según la tradición cristiana, Georgios era un oficial de las legiones romanas nacido en el año 270 en la provincia de Capadocia (al norte del actual estado de Turquía), de tradición cultural griega. Su nombre y lugar de origen certifican, con toda probabilidad, que su lengua materna fue la koiné griega que resistió —mejor que las lenguas ibéricas, por ejemplo— la intensa latinización del imperio Romano. También según la tradición cristiana, Georgios sería destinado a los treinta años a la provincia romana de Bitinia (en la región del Bósforo que separa los mares Negro y Mediterráneo) en calidad de tribunus cohortis (comandante de una unidad militar auxiliar). Ahí acumuló un patrimonio considerable generado por el alto estipendio que le reportaban su condición profesional por un lado, y una relación extramatrimonial con una viuda de la oligarquía local, por otro.
¿Qué hizo Georgios?
Otras fuentes testimonian que era hijo de un noble persa romanizado y lo sitúan con dieciocho años en Lod, en la provincia romana de Judea (actual estado de Israel), casado con una heredera de la oligarquía local. Estas fuentes, aunque apuntan a un origen cronológico que se podría corresponder con la existencia de Georgios, presentan algunas dudas: el tribunus cohortis era una dignidad reservada a los mandos de origen plebeyo, en clara contraposición al tribunus militum, un coto de las oligarquías provinciales. En cualquiera de los casos, Georgios perdió el cargo, el patrimonio y la vida cuando se proclamó disidente de la ideología de estado romana. En el año 303 el emperador Diocleciano ordenó la persecución y erradicación de las comunidades cristianas, acusadas por la propaganda oficial de ser las causantes de la crisis social y económica que ponía en cuestión la propia existencia del imperio.
¿Por qué trascendió el mito de Georgios?
El estado romano era una fábrica de mártires por las causas disidentes, mártires que se convertían en mitos, y es que, en el imaginario de la disidencia, estos muertos tenían más fuerza que una legión de vivos. Según la tradición cristiana, Georgios fue martirizado siguiendo el esquema clásico de la brutalidad romana: golpeado, asado y descuartizado, como tantos millares de disidentes. Entonces, la cuestión que se plantea es: ¿cuáles eran los valores del mártir Georgios que lo transportarían a la categoría de mito? El mito de Georgios se fabricó siglos más tarde, y sería asociado a la figura del caballero que lucha contra el dragón para salvar a la princesa. Y en este punto es donde está la clásica síntesis entre el mito de tradición antiquísima que ha sobrevivido a la romanización y el mártir cristiano. La síntesis entre la tradición popular y la evangelización cristiana asignaría a Georgios, el disidente más famoso de la región, el papel de mártir convertido en mito.
¿Cómo llega san Jorge a Catalunya?
San Jorge fue proclamado patrón de la caballería aristocrática cristiana que había batallado en la primera cruzada (1096-1099). Poco después sería convertido en patrón de las caballerías aristocráticas europeas que, si bien no habían participado en la cruzada, batallaban contra el Islam en sus propias fronteras. La aristocracia aragonesa, enredada en una guerra con la taifa islámica de Zaragoza por el control del valle del Ebro (1096-1101), sería la primera que, en la península Ibérica, adoptaría el patronazgo de san Jorge. Y acto seguido la aristocracia catalana, enredada con la misma taifa por el control de los territorios de Lleida y Tortosa, seguiría el camino de la aragonesa. Poco después de la unión dinástica (1137), el patronazgo de san Jorge se haría extensivo al conjunto del estamento militar, y a causa de la cultura belicista, acabaría siendo patrón de la Corona de Aragón.
Santiago y san Jorge; Castilla y Catalunya
El mito de Santiago Apóstol tiene una historia con unos paralelismos sorprendentes con la del mito san Jorge. Cuando menos, en la génesis. Santiago se convirtió en el patrón del estamento militar de la Corona de Castilla y sublimó los mismos valores que el estamento militar catalanoaragonés había encontrado en san Jorge. En cambio su evolución sería radicalmente diferente: en Castilla, el mito de Santiago no trascendería nunca a las clases populares, y en Catalunya, por lo contrario, la figura mítica de una aristocracia violenta e impopular se convertía, sorprendentemente, en el patrón del conjunto de la sociedad. Inexplicablemente, el mito de san Jorge resistiría a las guerras de los Remences (1448-1485), que enfrentarían a muerte al estamento aristocrático más agresivo de Europa con el campesinado más maltratado de todas las clases agrarias y populares peninsulares.
La Peste Negra y el dragón
La respuesta a la cuestión se explica por las circunstancias especiales que transformaron Catalunya a lo largo de los siglos intermedios. Al principio de la centuria de 1400, el Principado de Catalunya había conocido los efectos de la Peste Negra (1348-1351), la epidemia más mortífera de la historia de Europa. Se estima que, en el conjunto del continente, murieron 50 millones de personas, una tercera parte de la población total. Catalunya perdió 100.000 de sus 300.000 habitantes, y Barcelona, una de las diez ciudades más pobladas de Europa, pasó de 50.000 a 28.000 habitantes. Estos datos son muy importantes para responder a la cuestión que se formula. En este punto, es importante recordar que la tradición afirma que el dragón, el enemigo que combatía san Jorge, expulsaba un aliento pestilente que mataba a todas las personas que lo inhalaban.
¿Cómo pasa de los estamentos privilegiados a las clases populares?
La Peste Negra no llegó por generación espontánea. La Catalunya —y, por extensión, la Europa— de 1348 había superado lo que los historiadores denominan el techo maltusiano: se había desequilibrado peligrosamente la balanza entre población y recursos. A todo eso hay que sumar las pésimas condiciones higiénicas que imperaban en los barrios populares de las grandes ciudades europeas, auténticas cloacas a cielo abierto que se convertían en autopistas de propagación de enfermedades. Las paupérrimas cosechas, causadas por las malas añadas consecutivas a partir de 1333 —y no tan solo en Catalunya, sino en todo el conjunto del arco mediterráneo occidental—, se convirtieron en un terreno adobado para propagar la mortalidad de la Peste Negra. En el imaginario de aquella sociedad de pensamiento espiritual, claramente contrapuesta al actual, de pensamiento científico, el dragón se había adueñado del mundo.
San Jorge, disidente
Queda sobradamente patente que la leyenda de san Jorge se difunde en un contexto social, cultural e histórico marcado por unas condiciones muy extremas. En el imaginario popular, el dragón simboliza el mal y la muerte, la princesa es el país amenazado, y san Jorge es el caballero que salva a Catalunya de sucumbir al fuego destructivo y el aliento pestilente de la bestia. Esta es la explicación antropológica. Sin embargo hay un condicionante claramente político. Y en este punto es donde sería recuperada la condición primigenia de Georgios: la disidencia política. Las clases populares, con la ayuda inestimable del bajo clericato, convertirían a san Jorge en el espejo donde la aristocracia no se querría mirar. Las guerras de los Remences, sin embargo, no se saldaron con ganadores y perdedores absolutos, y la política elevaría el mito, el patrón consolidado del corpus más potente de la sociedad, a la categoría de patrón de consenso.