La misteriosa trinidad Sant Jordi-princesa-dragón explica algo más que la historia fantástica que nos ha transmitido la tradición. Son los tres elementos principales de una historia que dibuja un triángulo con tres vértices claramente equidistantes, que se entregan a una batalla feroz dentro del perímetro de la figura geométrica. Los catalanes –y los valencianos y los mallorquines– somos muy mediterráneos. Y nos pierde la estética. Ha sido siempre así. Lo decía Unamuno, figura bandera de la intelectualidad hispánica. Y lo presentaba –y lo censuraba– como un hecho diferencial con respecto al resto de culturas peninsulares. La leyenda de Sant Jordi, forjada durante los siglos finales de la edad media, es un "cuento tapado", hecho a propósito para una sociedad de pensamiento espiritual, como todas las sociedades medievales europeas. Pero con unos elementos universales que explican una historia propia. Sant Jordi, la princesa y el dragón son la representación del mito salvador, de la nación amenazada y del enemigo ancestral.

¿Quién era Sant Jordi?

Las fuentes históricas, las que revelan la historia de verdad, no aportan ningún testimonio de peso que permita situar al personaje en un contexto real. En cambio, la tradición cristiana lo identifica como un militar griego al servicio del Imperio romano en los primeros siglos de la evangelización, cuando profesar esta fe comportaba acabar en la arena de un anfiteatro devorado por los leones. Eso es más o menos lo que, insistimos según la tradición cristiana, le pasó a Georgios, el primigenio Jordi. Con la excepción de que no llegó a la arena. Murió en la rueda de dar tormento, un juguete macabro diseñado para arrancar confesiones –ciertas y falsas– que siglos más tarde, curiosamente, adoptaría entusiásticamente la Inquisición. Sea como sea, el caso es que Georgios fue elevado a la categoría de mártir, que ha sido una manera tradicional –desde el alba de las civilizaciones– de fabricar mitos. Georgios mártir es el patrón de 13 países –incluida Catalunya– y de una infinidad de pueblos y ciudades esparcidas por todas partes, urbi et orbi.

Retablo de Sant Jordi / Museu Nacional d'Art de Catalunya

¿Cómo llega Sant Jordi a Catalunya?

El mártir Georgios, convenientemente mitificado y santificado, llega a Europa en los siglos posteriores, cuando el cristianismo se impone como elemento confesional y cultural. La Europa del año 1000 era radicalmente diferente de la de Georgios. El estamento militar se disputaba el poder con el eclesiástico, con curiosas alianzas fabricadas para justificarse mutuamente. En aquel paisaje de cotas de malla y de hábitos religiosos, Sant Jordi –el mito– encontró rápidamente, a pesar de la fuerte competencia, su momento y su lugar. Fue adoptado como patrón del estamento militar, la aristocracia guerrera que ejercía la dominación sobre el conjunto de la sociedad con una brutalidad aterradora. La península Ibérica, que era un campo de batalla permanente entre cristianos y musulmanes –y todos contra todos también–, era terreno abonado. Y de esta manera llega a Aragón que, hay que decirlo, fue el primer país peninsular que lo adoptó como patrón. Y de Aragón a Catalunya, un paso.

La leyenda de Sant Jordi

La leyenda del caballero, la princesa y el dragón se fabrica más tarde. La larga edad media llegaba a su fin. Los grandes episodios de hambre, las grandes epidemias de peste y las grandes persecuciones de minorías disidentes anunciaban el fin de un sistema que había durado 1.000 años. Desde la desintegración del edificio imperial romano (siglo V) hasta el agotamiento de los modelos de dominación –y de producción– surgidos de la derrota de la loba capitolina (siglo XV). La sociedad catalana de la época había recibido todos los golpes posibles: hambre, peste, guerra, persecuciones. Y en aquel contexto, como pasa siempre en estas circunstancias y en cualquier lugar del mundo, se activaron una serie de mecanismos sociales y culturales que mitificaban un pasado de plenitud. Sant Jordi salta de la categoría de patrón de las clases aristocráticas a la de mito de las clases populares, convertido en un caballero justiciero que salva a la princesa indefensa de las garras del dragón.

Retablo de Sant Jordi / Confraria de Banyeres de Mariola (País Valencià)

La princesa y el dragón

La princesa representa la nación, con todas las reservas que implica hacer uso de este término en aquel contexto. Podríamos decir que representa las clases populares –la inmensa mayoría de la sociedad– duramente castigadas por una crisis salvaje. La nación ha sido secuestrada por el Dragón –en mayúsculas– que es la representación del mal. O de la muerte. El Dragón es el enemigo imbatible. Es la bestia inmunda que escupe fuego por la boca. El fuego que lo quema todo, que carboniza la vida. En el imaginario de las sociedades medievales el fuego era lo único de los cuatro elementos clásicos (agua, tierra, fuego y aire) que tenía una doble naturaleza: punitiva y destructiva. El fuego era el arma de destrucción más efectiva y era, también el elemento principal del infierno más allá de la vida. La princesa secuestrada por el Dragón era el simbolismo de la nación atrapada por un destino casi inevitable. En aquel contexto, el imaginario popular introduce la figura del mito. Un superhombre, probablemente el único, capaz de salvar la nación.

Sant Jordi, la princesa y la rosa

Con el transcurso de los siglos el Dragón ha cambiado varias veces de fisonomía. A veces ha adquirido la estética de los personajes de El entierro del conde de Orgaz y el nombre del conde-duque de Olivares. En otros la estética de Le roi soleil y el nombre del primer Borbón hispánico. Y en otros la estética de Raza y el nombre de un general que se hacía decir "caudillo por la gracia de Dios". Pero siempre es el mismo Dragón que escupe el mismo Fuego. Esta obsesión por calcinar Catalunya explica, también la aparición contemporánea de un cuarto elemento: la rosa, que simboliza alguna cosa más que la pura atracción. La rosa, como elemento natural surgido de la tierra, simboliza la vida; sobre todo la voluntad de resistir. De repente surgen millones de catalanes que encarnan el papel mítico de Sant Jordi. Y millones de catalanas que simbolizan a la princesa. La festividad de Sant Jordi, que el santoral cristiano no situó en balde al inicio de la primavera, es un canto a la vida, y a la voluntad de resistir y de trascender en el tiempo. Un "cuento tapado" que quiere explicar nuestra historia.

Imagen de Sant Jordi / Parroquia de Canillo (Andorra)