Sevilla, 23 de noviembre de 1248. Las tropas castellanoleonesas del rey Fernando III entraban en la ciudad después de un largo asedio de quince meses. La Isbiliya andalusí iniciaba una nueva etapa de su historia. Pasaba a dominio cristiano y durante los siglos inmediatamente posteriores (XIV y XV) conocería una explosión económica y demográfica que la convertiría en el gran centro comercial del valle del Guadalquivir y en una escala obligada del tráfico marítimo entre el Mediterráneo y el Atlántico. En el proceso de construcción de aquella Sevilla mercantil, los mercaderes extranjeros tuvieron un papel protagonista: genoveses, venecianos, portugueses, franceses, neerlandeses e ingleses. Y catalanes, valencianos, mallorquines, sicilianos y napolitanos, llamados y documentados genérica y exclusivamente "catalanes", incluso cuando procedían de Aragón.
Los primeros catalanes en Sevilla
La presencia comercial catalana en el puerto de Sevilla está documentada desde mediados de la centuria de 1300. En las décadas centrales del siglo XIV —poco antes de la Peste Negra (1348)—, Catalunya —el motor indiscutible de la corona catalanoaragonesa— era la primera potencia económica del Mediterráneo, en competencia con las repúblicas mercantiles de Génova y de Venecia. Son las Galeras de Catalunya, comandadas por el almirante Jofré Gilabert de Cruïlles, la primera fuerza naval europea que libera el estrecho de Gibraltar de la piratería bereber (1339). Y son los mercaderes barceloneses de la época los que, a partir de este hecho, abren las primeras rutas navales estables entre el Mediterráneo y el Atlántico norte. La potente clase mercantil barcelonesa sería pionera en la transformación de Sevilla en escala obligada entre Barcelona y València, y Amberes y Londres.
Los catalanes, Colón y Sevilla
Pero sería durante el siglo XV y, sobre todo, durante los viajes colombinos (1492-1502), que se produciría un fenomenal desembarque y establecimiento de comerciantes catalanes y valencianos en el puerto de Sevilla. Contra lo que ha predicado la historiografía nacionalista española, no es cierto que el comercio catalán del XV fuera una triste sombra de lo que había sido el siglo anterior; ni tampoco lo es que los comerciantes catalanes se establecieron en Sevilla a la sombra de la Casa de Contratación, la institución creada por la monarquía hispánica que pretendía monopolizar el comercio con el Nuevo Mundo. Las fuentes documentales revelan que a inicios del siglo XVI, antes de la creación de la Casa de Contratación (1504), la colonia comercial catalana de Sevilla tenía una fuerza y una influencia muy superior a la del resto de comunidades extranjeras que operaban en aquel puerto.
Los catalanes, extranjeros en Sevilla
Las fuentes de la época engloban a los catalanes en la categoría de "extranjeros". Y, insistimos, cuando dicen catalanes, se refieren a todos los súbditos de la corona catalanoaragonesa, incluso sardos, sicilianos y napolitanos. Por ejemplo, las mismas fuentes revelan que, a inicios del siglo XVI —coincidiendo con el cuarto y último viaje colombino—, en Sevilla había 310 familias de comerciantes catalanes —la gran mayoría originarios de Barcelona; y en menor medida de Perpinyà, de València, de Alacant y de Palma—. Si hacemos un cálculo de la masa demográfica que podía representar este colectivo (y considerando que eran familias extensas formadas por personas de varias generaciones, por los empleados y criados de aquellas compañías mercantiles familiares y por los esclavos domésticos), podemos dar por bueno que sumaban un colectivo entre 2.000 y 3.000 personas.
Las estirpes de comerciantes catalanes en Sevilla
Esta cifra representaría un 5% de la población total de Sevilla (60.000 habitantes a principios del siglo XVI). Y eso, demográficamente, sería un porcentaje casi insignificante. Pero, en cambio, su fuerza económica y su influencia política superaba con creces este porcentaje. Las fuentes, de nuevo, ponen de relieve el protagonismo, por ejemplo, de las estirpes Ferrer, Planes, Desclergue, Forcadell, Fonoll, Ràfols, Pedralbes, Tries, Círia, Jorba, Morell, Torregrossa, Aymerich, Cereroles, Ros, Font, Miquel, Jové, Robert, Codina, Vendrell o Sadurní en la vida económica y política de Sevilla. Estirpes fundadoras y propietarias de compañías mercantiles familiares pioneras en el comercio internacional; que, a principios del siglo XVI, ya ostentaban cargos municipales. Por ejemplo, los Cereroles en Sevilla, o los Ràfols en Cádiz.
El barrio catalán de Sevilla
Los investigadores de la época ponen mucho énfasis en el fenómeno que llaman "vecindad". Afirman que los comerciantes catalanes, como cualquier otro colectivo extranjero de la ciudad, se concentraban en un mismo barrio. Los investigadores sitúan la comunidad catalana de Sevilla en torno al convento de San Pablo, sobre una manzana de casas de trazado medieval perfectamente delimitada. Los mismos investigadores ponen de relieve que la documentación generada por aquellos catalanes (contratos de flete, libros de cuentas, letras de cambio, dietarios personales) está redactada exclusivamente en catalán (con algunas anotaciones esclarecedoras en latín). Y eso los lleva a la conclusión de que aquella comunidad fue catalanohablante durante generaciones. Muy probablemente durante dos siglos: desde la mitad de la centuria de 1300 hasta las décadas centrales de la centuria de 1500.
¿Por qué el catalán se mantuvo durante dos siglos?
El porqué aquella comunidad se mantuvo culturalmente inalterable durante dos siglos nos lo aporta la misma investigación. Son los investigadores, de nuevo, los que destacan la cultura endogámica de aquellos catalanes de Sevilla. Como pasaría más tarde en el barrio catalán de Montserrat en Buenos Aires (1750-1820), los comerciantes catalanes de la capital del Guadalquivir priorizaron los matrimonios entre miembros de la comunidad o con jóvenes y jóvenes de sus socios comerciales, por ejemplo, de Barcelona, de València o de Cagliari. Cuando menos, hasta que —después de los cuatro viajes colombinos (1492-1502)— la monarquía hispánica impone el monopolio de la Casa de Contratación (1504). El propósito de aquella endogamia era clarísimo: estrechar las relaciones comerciales o, incluso, crear nuevas alianzas mercantiles entre las compañías familiares de aquel colectivo.
El monopolio castellano y la desaparición del catalán
La creación de la Casa de Contratación no tan sólo pondría fin al libre comercio catalán con América, sino que representaría el principio del fin de la comunidad catalana de Sevilla. A partir de la imposición de aquel monopolio (en manos del aparato político y clientelar de la monarquía hispánica), los catalanes de Sevilla optaron, en algunos casos, por abandonar la ciudad y desviar su actividad hacia el contrabando; y en otros, por redirigir su política matrimonial hacia al colectivo funcionarial castellano que se había apoderado del gran negocio americano. La progresiva castellanización del colectivo catalán en Sevilla (o de lo que quedaba) está fechada a partir de 1520. Un catalán probablemente con una fuerte influencia fonética del castellano de la baja Andalucía, que, si se hubiera conservado, en la actualidad resultaría de un singular exotismo y sería un patrimonio cultural extraordinario.