Hace siete siglos y medio, Sicilia y Catalunya iniciaban una relación política que se prolongaría cuatrocientos cincuenta años. Era el año 1262, y el bodorrio pactado entre el conde-rey Pedro y la princesa siciliana Constanza —una ambiciosa apuesta de la cancillería de Barcelona— ponía la primera piedra de una relación que se consolidaría con el nacimiento de su hijo Jaime, en 1267 —este año hace 750—, el primer Berenguer que heredaría la corona siciliana. La muerte del rey Manfredo —el suegro de Pedro y el abuelo de Jaime— provocada por el usurpador Anjou, precipitaría la conquista catalana de 1282 y la plena integración de Sicilia en el edificio político de la Corona de Aragón. Pedro y Constanza pondrían sus reales nalgas en el trono de Palermo y durante cuatro siglos largos el catalán sería la lengua de las élites. Hasta que en 1713, en las negociaciones para poner fin a la guerra sucesoria por el trono hispánico, el primer Borbón la regalaría a los piamonteses —aliados de los Habsburgo— a cambio de su retirada.
El triángulo griego
Cuando Pedro el Grande puso los pies en Trapani (1282) dispuesto a hacer valer —de buen grado o por la fuerza— los derechos de su mujer —y los suyos, también— no era la primera vez que un catalán pisaba la isla de Sicilia. O al revés. Mil setecientos años antes los griegos antiguos habían creado el primer canal de intercambio cultural, comercial y humano entre los que —posteriormente— se llamarían sicilianos y catalanes. Con los provenzales por el medio, y nunca más bien dicho. Era la centuria del 500 antes de nuestra era, y los griegos de Éfeso, Samos y Focense crearon una especie de shoppings centers con parkings de caballos y carros en el norte de Sicilia, en las caletas provenzales y en el Empordà catalán. El triángulo Naxos-Massalia-Emporion perduraría más allá de los griegos, y de los romanos que los siguieron, hasta llegar a la Edad Media con un ligero desplazamiento de los ejes. En la época de Pedro y Constanza eran Barcelona, Marsella y Palermo los ángulos que dibujaban el triángulo.
El "tres en raya"
Este dato no es insustancial. Ni anecdótico. La Edad Media es una carrera desbocada para reconstruir aquel mundo griego y romano que se idealizaba ordenado y equilibrado. La cancillería de Barcelona, cuando clavó los ojos en Sicilia, pretendía asumir el control de la que había sido —y seguía siendo— la ruta comercial más importante del Mediterráneo occidental: el triángulo griego. Cuando menos, controlar el eje Barcelona-Palermo pasando por Mallorca y Cerdeña. Un eje que entraba en colisión con otro proyecto que ambicionaba la cancillería de París. Entonces los franceses ya habían conseguido arrancar a los catalanes el control sobre la Provenza; el ángulo marsellés. Y la guerra por el dominio de Sicilia —que libraron catalanes y franceses— se convirtió en un tipo de "tres en raya" con Barcelona y París —que se proyectaba sobre Marsella— por la disputa de Palermo. La superioridad naval catalana acabaría decidiendo, pero el triángulo quedaría cojo.
Catalán y siciliano, lenguas oficiales
En Trapani no tan sólo desembarcaron militares. Pedro el Grande, que tenía noticias de que los franceses habían convertido la administración siciliana en una pocilga, llevaba bajo el brazo una hilera de funcionarios para arreglar el tresoro del difunto suegro. La tradicional —y proverbial— inclinación catalana a administrar con rigor los estipendios representaba una garantía añadida a la autoridad que imponían las espadas, las picas y las mallas de cota cuatribarradas. Con la entusiasta colaboración de las oligarquías sicilianas y de la parte de las clases populares que, a la fuerza o de buen grado, les apoyaban. La cancillería barcelonesa catalanizó la corte de Palermo. Y la sicilianizó. Por primera vez el siciliano —que no es un dialecto del italiano, a pesar de lo que digan en Roma— alcanzaba el rango de lengua oficial, que compartiría con el catalán. Política, leyes, cultura y negocios se crearían, se reproducirían y desaparecerían en catalán y en siciliano.
Un remoto origen común
Los catalanes, valencianos y mallorquines que, durante siglos, probaron fortuna en Sicilia se encontraban con un paisaje cultural muy similar. Ya no era el hecho de que el catalán fuera una de las dos lenguas de la sociedad —sobre todo la de las élites—; sino que el siciliano y el catalán medievales tenían muchas similitudes. Naturalmente era así porque son dos lenguas románicas. Pero la investigación arqueológica moderna y contemporánea ha revelado que, hace 2.000 años, los sicilianos romanizados —integrados en la maquinaria militar romana— fueron los introductores del latín en el territorio de Tàrraco. Dicho de otra manera, los sicilianos de hace dos milenios nos enseñaron —o nos impusieron— la lengua de la loba capitolina. Los legionarios que participaron en la conquista del valle del Ebro eran de origen siciliano. Serian licenciados —el equivalente a la actual jubilación— en el mismo territorio que habían contribuido a someter. Y la pensión sería una buena finca para explotar y un numeroso lote de autóctonos para esclavizar.
Una larga relación en el tiempo
Naturalmente, también, el latín que con el paso de los siglos se acabaría convirtiendo en catalán y en siciliano siguió unos caminos diferenciados. Pero no demasiado. La lengua siciliana medieval contenía un elevado porcentaje de palabras que compartía con el catalán y con el provenzal: emergía el triángulo griego. Y el siciliano contemporáneo —u sicilianu—, el que hoy se habla en las calles de Palermo, de Catania, de Mesina o de Corleone —no en las escuelas, porque a diferencia de lo que pasaba en tiempo de los Berenguer no es lengua oficial— tiene unas sorprendentes correspondencias con el catalán de Lleida. Y no porque en la Terra Ferma tuvieran una especial tirada hacia Sicilia, sino porque es el dialecto catalán que conserva más reliquias léxicas, es decir que es más próximo al catalán medieval. El catalán y el siciliano medievales fueron, probablemente, las dos lenguas románicas más similares entre sí. Una historia que se explica por cuatro siglos y medio de intensa relación. Cuando en Sicilia se hablaba catalán.