Tarraco, año 26 a.C., Caius Octavius Turinus Augustus, princeps (hombre principal) de la República romana nombrado por el Senado, se establecía en Tarraco. En aquel momento Octavio Augusto ya era uno de los hombres más prestigiosos y más poderosos de Roma: había conseguido poner fin a un largo periodo de guerras civiles y se había quedado en solitario en la cumbre de la jerarquía militar romana. Durante dos años (entre el 26 a.C. y el 25 a.C.) Octavio, con el pretexto de las guerras cántabras, pondría ―a propósito― distancia geográfica con el Senado y gobernaría una parte muy importante de los asuntos romanos desde Tarraco, convirtiéndola en la otra capital de facto del estado romano: en "la otra Roma".
¿Quién fundó Tarraco?
Tarraco había sido fundada el año 218 a.C. (casi dos siglos antes) por los generales romanos Gneo y Lucio Cornelio Escipión, en tiempo de la Segunda Guerra Púnica (218 a.C. – 202 a.C.). Las legiones de los hermanos Escipión habían desembarcado poco antes en Empúries para cortar la comunicación entre la vanguardia y la retaguardia cartaginesa. Es decir, entre los célebres elefantes de Aníbal Barca, que avanzaban imparables en dirección a Roma, y Qart Hadash, la actual Cartagena y la principal base militar cartaginesa en la península Ibérica. El desembarque de los Escipiones y sus legiones culminaría con la fundación del primer y más importante cuartel militar romano en la península Ibérica.
¿Los romanos fueron los primeros pobladores de Tarraco?
Los textos de los conquistadores romanos son, precisamente, los que revelan la existencia de una ciudad anterior. No son los más antiguos, pero sí los más precisos. Revelan la existencia de una ciudad noribérica, que algunas fuentes nombran Kesse y otros Tarakon, situada, más o menos, en torno al actual Tàrraco Arena (la antigua plaza de toros). Aquella ciudad, que hacía la función de capital de la nación noribérica de los cosetanos, desaparecería poco después. Los textos redactados por los vencedores detallan que cerca de Kesse ―o de Tarakon― se libró una batalla y que las legiones de Roma infligieron una contundente derrota a un ejército aliado iberocartaginés, que explicaría aquella repentina desaparición.
El campamento romano
El campamento romano sería la génesis de Tarraco. Aquel campamento primigenio no sería construido sobre la antigua Tarakon, sino sobre la terraza más elevada. Los primeros pobladores de Tarraco (la de fundación romana) serían los oficiales y los soldados conquistadores y una masa de proveedores de las legiones (de orígenes diversos) que se establecían en torno a los grandes campamentos: desde arquitectos hasta prostitutas, pasando por carpinteros, herreros, picapedreros, albarderos y comerciantes de ropa, de alimentos y de alcoholes. En cambio, los habitantes de Tarakon (la de fundación noribérica) serían expoliados y esclavizados, y el testimonio de su existencia se perdería en la nebulosa de la historia.
La Tarraco que encontró Octavio Augusto
Cuando Octavio Augusto llegó a Tarraco (el año 26 a.C.), el campamento primigenio había evolucionado hacia ciudad, sin perder la naturaleza militar que había impulsado su creación. Probablemente este sería el motivo de la elección de Octavio Augusto. No sería la climatología local, que el emperador Adriano (un siglo y medio después) alabaría con la cita "Tarraco civitas ubi ver aeternum est" (Tarraco es la ciudad donde la primavera es eterna). Lo que atrajo a Octavio Augusto, general de las legiones de Roma, fue muy probablemente su carácter cuartelero y tabernario: a las antípodas de Roma y de sus intrigas palatinas. Paradójicamente, sería el mismo Octavio Augusto el que la transformaría urbanísticamente para acercarla a Roma. Para convertirla en "la otra Roma".
La Tarraco que construyó Octavio Augusto
Octavio Augusto sería el impulsor de los grandes cambios urbanísticos en Tarraco: la zona cuartelera sería transformada en el centro político, administrativo y religioso de la ciudad y de la provincia: la Hispania Citerior, que abarcaba la mitad norte de la península Ibérica. En aquel solar se construyó el Foro Provincial, el gran edificio que concentraba todas las dependencias de gobierno de la provincia. Y sus espacios anexos: los recintos de culto (los templos) y el circo (el estadio donde se celebraban las carreras de cuadrigas). Una curiosa concentración de política, religión y espectáculo que explica la arquitectura del poder en aquella sociedad. Y que explica que la herencia romana va más allá de la lengua.
La Tarraco de Octavio Augusto
El proceso de transformación urbanística de la ciudad tiene una curiosa relación con la carrera política de Octavio. Llegó a Tarraco como un auténtico héroe: acababa de liquidar a los pintorescos Marco Antonio y Cleopatra, rivales que, hábilmente, había presentado como la gran amenaza a la República. Y, muy oportunamente a sus intereses, se había mantenido como el único general que contrapesaba al Senado. En Tarraco planificaría su acción definitiva: el asalto al poder que lo convertiría en el primer emperador de la historia de Roma. Taraco sería el cuartel de invierno de Octavio. Y la transformación urbanística de la ciudad ―con cargo al erario público, naturalmente― sería la herramienta publicitaria que lo tenía que conducir al poder.
La Tarraco que dejó Octavio Augusto
Tarraco salió muy reforzada. A partir del hecho se consolidaría como la gran ciudad romana de la península Ibérica: crecimientos económicos y demográficos imparables. Abandonaría, definitivamente, su carácter cuartelero y tabernario y las élites locales (una curiosa fusión entre las oligarquías noribéricas pro-romanas y las clases funcionariales y mercantiles originarias de la metrópoli) invertirían grandes cantidades de su bolsillo (con el evidente propósito de obtener un beneficio político personal) en la construcción de elementos urbanos de todo tipo; naturalmente inspirados en la metrópoli de la loba capitolina. Dos siglos más tarde alcanzaría la cifra de 30.000 habitantes que la situaría entre las grandes urbes del imperio.
La resaca romana
Después llegarían las grandes crisis (siglos III y IV) que anticipaban la desintegración del imperio romano. El emperador Constantino, a la búsqueda desesperada de un elemento de cohesión social que tenía que evitar lo que era inevitable, oficializaría la religión cristiana (313) y Tarraco sería convertida en la sede diocesana del Conventus Tarraconense (la subdivisión provincial que dibuja, con una sorprendente precisión, el actual mapa de Catalunya y la mitad norte del País Valencià). Durante este periodo Tarraco sería, posiblemente, una de las ciudades pioneras del fenómeno de la gentrificación: se convertiría en una ciudad-palacio habitada casi exclusivamente por sus clases dirigentes.
El principado de Tarragona
La capitalidad de Tarraco, bien sea como capital provincial, bien sea como capital de facto (cuando menos, co-capital) del imperio que ya se dibujaba durante la estancia de Octavio Augusto, la prestigiaría para siempre. Incluso, durante los cuatro siglos de abandono en la etapa de dominación árabe (718-1116). Cuando el conde independiente Ramón Berenguer III la recuperó, restauró la sede arzobispal. Y creó el principado de Tarragona, que entregó al guerrero vikingo Roberto de Hauteville. Aquel principado (derivado de hombre principal) acabaría de manera prematura y precipitada, después de una cruenta guerra civil local entre los partidarios de los Hauteville y los del arzobispo Tort.
El reino de Tarragona
Pero las fuentes posteriores mencionan a menudo "el reino de Tarragona". A partir de 1150 los condes independientes de Barcelona fueron también reyes de Aragón. Un título que en Catalunya no tenía ningún poder efectivo, pero que cargaba de razones a los Berenguer (la estirpe condal barcelonesa) en sus frecuentes disputas con la clase baronial catalana. Y entonces es cuando se dispara la pregunta: ¿si Aragón hubiera acabado engullido por Castilla y por Navarra, antes de la unión dinástica con Barcelona (que la salvó de desaparecer), el condado independiente de Barcelona se habría transformado, inevitablemente, en el reino de Tarragona?