Donostia, en algún momento de la segunda mitad del siglo XVIII. El historiador vasco Juan Ignacio Iztueta elaboraba un censo lingüístico de Guipúzcoa, territorio que en aquella época censaba a unos 100.000 habitantes. El Gipuzkoako Provinciaren Kondaira de Iztueta contabilizaba, para el conjunto del territorio guipuzcoano, un 83% de la población monolingüe vasca, un 8% bilingüe y un 9% monolingüe castellana. Pero, en cambio, otros estudios contemporáneos estiman que, en la misma época, el 50% de la población de la ciudad de Bilbao (12.000 habitantes) era monolingüe castellana. A finales del XVIII, Bilbao, Vitoria y Pamplona estaban inmersas en un proceso de castellanización que se estaba produciendo un siglo antes de las grandes inmigraciones castellanohablantes (1890-1960). ¿Por qué motivos el euskera retrocedió antes de aquel fenómeno?

Grabado de Bilbao (1572) / Fuente: Universidad Hebrea de Jerusalén

El "carácter retráctil" del euskera

El gran retroceso del euskera de los siglos XVIII y XIX no era un fenómeno nuevo. La investigación moderna ha puesto de relieve que, a inicios de nuestra era (siglos I en V), la lengua vasca era mayoritaria entre las sociedades que habitaban una extensa área que abarcaba la práctica totalidad de la cordillera pirenaica (desde la Cerdanya al Atlántico) y los valles alto del Ebro y bajo del Garona (desde Tudela hasta Burdeos). Pero la romanización, primero, y la evangelización, después, redujeron notablemente esta área hasta que, en torno al año 1000, había quedado limitada a los dominios del reino de Navarra. Con algunas bolsas de vascohablantes en los Pirineos aragoneses y catalanes. Los primeros investigadores que se interesaron por el origen y la evolución de la lengua vasca (siglo XVIII) dirían que el euskera tenía un evidente "carácter retráctil". Sin embargo, ¿esto era cierto?

Mapa de Euskal Herria (1837) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Lengua de los ricos versus lengua de los pobres

El gran retroceso moderno del euskera se empieza a gestar durante la centuria de 1500, coincidiendo con la formación de la monarquía hispánica. En aquella época la sociedad vasca estaba dominada por un fenómeno denominado mayorazgo (similar a la institución catalana del heredero), que obligaba a los segundones de las élites locales a buscar una colocación en la Iglesia o en la administración hispánica, instituciones totalmente castellanizadas. Los investigadores explican que, por este motivo, las élites vascas adquirieron el castellano como vehículo de promoción profesional, y el aprendizaje y competencia del castellano estaría asociado a una idea de capacidad económica y de prestigio personal. El dominio del castellano se convertiría en un nuevo elemento —probablemente el más visible— a la hora de marcar la frontera que separaba las oligarquías de las clases populares.

Mapa de Euskal Herria (1696) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Lengua de casa versus lengua del poder

No obstante, el euskera siguió siendo la lengua familiar de las élites vascas. Cuando menos, durante los siglos XVI y XVII. Pero después de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), el nuevo régimen borbónico dictó un corpus de leyes que prohibían el uso público de las lenguas no castellanas. Las instituciones forales vascas (que habían sobrevivido a la Nueva Planta en buena parte por el apoyo que las élites del país habían prestado a Felipe V) no tan sólo culminaron la obra castellanizadora iniciada anteriormente, sino que, además, dictaron disposiciones totalmente discriminatorias contra la población bascófona. Es bien conocido el caso de las villas del Valle de Roncal (Navarra): después de décadas reivindicando tener representación en las instituciones forales, se les negó definitivamente con la peregrina excusa de que "la población de aquel valle sólo sabía hablar vasco".

Lengua rural, lengua urbana

Se ha dicho que los vascos del siglo XVIII no valoraban su lengua. Que la idea de que el vasco era una lengua que no tenía ninguna utilidad había triunfado plenamente. Y que esta ideología habría roto la transmisión generacional. Una investigación reciente estima que, entre mediados del siglo XVI y mediados del XIX, Navarra pasó de un 65% a un 30% de población bascohablante. Pero, en cambio, las fuentes documentales y la misma investigación moderna lo cuestionan. En pleno genocidio lingüístico borbónico (siglo XVIII), la lengua y la cultura vascas vivieron un movimiento de prestigiación en el mundo rural, de la mano, curiosamente, de las oligarquías bilingües, y lo cual tuvo mucho seguimiento entre las clases populares bascohablantes. Las fuentes de la época revelan que, en el mundo rural, la idea que asociaba el vasco y la incultura habría sido totalmente superada.

Fuente en Txakurra Kalea, Bilbao (principios del siglo XX) / Fuente: Bilboko Udala (Ayuntamiento de Bilbao)

¿Por qué se castellanizaron las ciudades?

Sin embargo, en las ciudades (centros de poder), durante la misma época, las élites bilingües abandonarían —progresivamente y definitivamente— la lengua vasca y pasarían a ser monolingües castellanas. Los investigadores ven la suma de la presión y de las oportunidades que proyectaba el poder español: el negocio con las colonias de América reservado a las élites castellanohablantes. Durante el siglo XIX, Bilbao multiplicó por diez la población, fruto de la emigración rural vasca. Pero aquella emigración no consiguió situar el euskera, de nuevo, en una posición hegemónica. Se encontraron con un escenario social, cultural y económico dominado por las élites castellanizadas, totalmente refractarias al euskera y representadas por personajes como Unamuno, que, ya entrado el siglo XX, proclamaría: “Al eusquera hay que dejarlo morir con dignidad”.  

 

Imagen principal: Grabado de Bilbao (1835) / Fuente: Euskal Museoa