Friburg (Suiza), 13 de septiembre de 1943. Francesc Vidal i Barraquer, arzobispo-cardenal de Tarragona, moría en el exilio. Vidal i Barraquer partiría hacia el exilio al inicio de la Guerra Civil española (agosto 1936) perseguido y amenazado por elementos incontrolados. Poco después (diciembre 1936), rechazaría firmar la Carta colectiva del Episcopado Español a los obispos del mundo entero, que bendecía la rebelión militar (julio 1936) y blanqueaba una guerra que se aventuraba ―como se confirmaría― de destrucción y eliminación del enemigo. Vidal i Barraquer pagaría su posicionamiento a favor de los valores de la paz, de la democracia y del catalanismo con la persecución revolucionaria, con el exilio y con la hostilidad y la venganza del régimen franquista que, a la conclusión del conflicto, utilizaría todos los recursos para impedir que reocupara su mitra.
¿Por qué el exilio?
El exilio de Vidal i Barraquer empieza en el momento en que el president Companys comete el peor error político de su carrera: después del golpe de estado del 19 de julio ―que en Catalunya quedó en la categoría de intento―, cede las competencias de orden a las milicias sindicales, que a partir de ese momento se harían llamar revolucionarias. No es ningún secreto que Durruti, el líder de la FAI, reclutó a centenares de delincuentes confesos y convictos, que se mezclaron con los revolucionarios legítimos y que cometieron auténticas atrocidades en la retaguardia republicana. Sería, precisamente, un grupo de estos incontrolados el que lo intentó secuestrar y asesinar (julio de 1936). Y sería, precisamente, esta acción puntual la que concienciaría al president Companys del gran error que había cometido.
¿Quién salvó a Vidal i Barraquer?
Companys activó un protocolo secreto para proteger a las personalidades más amenazadas. Y si bien es cierto que durante aquel periodo denominado revolucionario (agosto 1936 – mayo 1937) fueron asesinadas centenares de personas (por su confesión o por su ideología), también lo es que muchas consiguieron escapar de aquella oleada de violencia y de terror gracias a discretísimas gestiones del president Companys. Una de estas personas fue Vidal i Barraquer, que pudo llegar a Italia. Aquellos incontrolados, que lo habían localizado en el monasterio de Poblet, lo pretendían asesinar no tanto por su condición de primera autoridad eclesiástica de Catalunya; sino por la su reconocida talla intelectual y por su capacidad de proyectar el mensaje democrático y catalanista a todos los sectores de la Iglesia y al conjunto de la sociedad catalanas.
¿A quién molestaba Vidal i Barraquer?
Este último detalle es muy importante. Porque revela los vasos comunicantes entre el nacionalismo español de clase popular ―la Falange― y el anarcosindicalismo más radical ―la FAI―; y que ya se habían puesto de manifiesto en el asesinato de Miquel Badia Capell (28 de abril de 1936), ex-comisario general de Orden Público de la Generalitat y miembro destacado de Estat Català; o en el de Josep Maria Planes (24 de agosto de 1936), pionero del género de la investigación periodística en Catalunya que había denunciado la existencia de estas sórdidas conexiones. Con estos elementos queda meridianamente patente el propósito que perseguía quien urdió su asesinato. Sin embargo, hay que puntualizar que Vidal i Barraquer no era independentista, pero sí que era partidario de un autogobierno con la suficiente fortaleza para garantizar la plenitud de la lengua y de la cultura catalanas.
La carta envenenada
En el exilio de Italia ―la primera fase de aquella diáspora― recibió la invitación a firmar la carta de los obispos. Aquella carta había sido promovida, curiosamente, por otro obispo catalán, Isidre Gomà i Tomàs, en aquel momento arzobispo de Toledo. Gomà tendría tiempo para arrepentirse de aquella iniciativa cuando, todavía en pleno conflicto civil (1937-1938), se tendría que disculpar al lehendakari Aguirre por el fusilamiento de curas vascos en manos de paramilitares franquistas. Es un detalle importante, como también lo es que del total de los cuarenta y ocho titulares de las diócesis españolas, sólo tres se negaron a firmarla: Vidal i Barraquer y los obispos vascos Mateo Mújica Urrestarazu (diócesis de Vitoria-Gasteiz) y Francisco Javier de Irastorza Loinaz (diócesis de Orihuela). Un cuarto, el obispo de Menorca, Joan Torres Ribas, no la firmó argumentando que era ciego.
¿Qué decía aquella "carta de los obispos"?
En aquella carta, básicamente, se relataban las atrocidades cometidas contra los religiosos en la retaguardia republicana, que eran de una brutalidad aterradora. Pero, en cambio, se omitían las perpetradas en la zona ocupada por los franquistas. Ni una sola mención, por ejemplo, a los curas vascos fusilados por orden del general golpista Mola, autor de la cita siguiente: “Hay que sembrar el terror, hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. Ni tampoco, por ejemplo, a las 4.000 víctimas de la masacre de Badajoz, fusiladas por orden del general golpista Yagüe, que admitió: “Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar 4.000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?
¿Por qué Vidal i Barraquer se negó a firmarla?
El presidente Companys nunca tuvo la talla política de su predecesor, el presidente Macià. Eso no es ningún secreto, y está generalmente aceptado. Durante el conflicto civil español, su obra política fue, en demasiadas ocasiones, errática e, incluso, sectaria. Eso tampoco es ningún secreto, y hay que aceptarlo. En cambio, en aquel contexto, Vidal i Barraquer, con una altura intelectual extraordinaria y con auténtica corta de estadista, se revela como una figura de consenso que habría podido ser clave para cohesionar la sociedad catalana contra el enemigo común: el nacionalismo español que se había transfigurado en una violenta y siniestra tormenta con repique de castañuelas. Vidal i Barraquer se negó a firmar porque fue capaz de avistar lo que Gomà i Tomàs y los otros cuarenta y dos obispos no supieron ver o, sencillamente, les resultó más cómodo no querer prever.
¿Qué pasó con Vidal y Barraquer?
La carta de los obispos no tan sólo alimentó la sed de venganza de los rebeldes, sino que dio carta de naturaleza a la represión y a los crímenes de su aparato militar y blanqueó una guerra terrible que tenía el único propósito de liquidar físicamente al oponente. Concluida la guerra (1939), el régimen franquista impidió que Vidal i Barraquer reocupara su mitra. Pero, a pesar de las presiones, hasta que murió (1943), el Pontificado no proveyó la plaza. En aquel interregno ―de polvo y de silencio― pasaron cosas muy reveladoras en Tarragona. Una de estas, probablemente la más reveladora, sería el primer sermón en la catedral después de la ocupación franquista de la ciudad. José Artero, canónigo de Salamanca y llegado a Tarragona con las tropas franquistas, clamaría desde el púlpito: “Perros catalanes, no sois dignos del sol que os alumbra”.